jueves, 27 de marzo de 2014

La poesía siempre es otra cosa (2/3)

Por Hesnor Rivera



Entre esas citas siempre recuerdo una que perturbó los días del final de mi adolescencia. Es una frase de un personaje de la novela “Otras voces, otros ámbitos”, del novelista norteamericano Truman Capote. Ese personaje dice, teniendo como auditorio la atención de un niño: “Trabajamos en la oscuridad, hacemos lo que podemos, damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea”. En el libro, la frase está referida al fracaso humano cuando trata de lograr que las cosas se completen; que la mayoría de las vidas no sea más que una serie de episodios truncos.

Confieso que, desde que leí aquella frase dudé de la bondad absoluta del éxito material, como satisfacción básica y estímulo de la felicidad del espíritu humano. Naturalmente, el triunfo siempre será emocionalmente grato, e invito a todos a lograrlo respecto a las decisiones que se adopten. Pero es necesario protegerse, mantenerse alerta frente al aletargamiento de la conformidad con que el éxito, en un acto de aparente compleción, conspira contra la marcha constante del motor infernal o divino de la duda, y contra el forcejeo continuo de la pasión que se gesta al calor de la duda, como un engendro heroico, capaz de agotar insaciablemente todas las posibilidades existentes más acá o más de cualquier triunfo.

Desde entonces creo que la duda y la pasión serán siempre las vueltas y revueltas del laberinto, los túneles por donde se logrará acceder a las altas fuentes de la creación en todos los órdenes, particularmente a las de las artes de la palabra.

Otra de esas citas es la que se corresponde con aquella definición, ampliamente divulgada, de acuerdo con la cual “yo soy yo y mis circunstancias”, formulada por José Ortega y Gasset, en una de las crónicas recogidas en los ocho volúmenes de su obra “El Espectador”, y esbozada como certero hallazgo filosófico en su ensayo “El tema de nuestro tiempo”. Ortega y Gasset, combatido con frecuencia y no muy bien tratado en su patria española, pero muy admirado y leído en gran parte del mundo, hace tal afirmación partiendo de la idea –según dice uno de sus comentaristas– de la vida humana, concebida como diálogo dinámico entre el yo y las cosas; como invención, proyecto o faena poética, frente a la parcialidad errónea del idealismo y la del realismo. De donde concluye Ortega que “vivir es tratar con el mundo, dirigirse a él, actuar en él, ocuparse de él”. Todo esto concuerda con la observación del mismo Ortega en “El tema de nuestro tiempo”, cuando afirma que “cada individuo es un punto de vista esencial e insustituible, nuestra verdad parcial es parcial, pero verdad”, y agrega más adelante que la aceptación de la faena que nos propone el destino es el tema de nuestro tiempo.

La conocida afirmación del escritor español me ha hecho constantemente retornar a la visión y revisión permanente de una imagen de ningún modo estática, pero que me rodea con fija persistencia. Esa imagen es la de verme en medio de un mar de circunstancias que se atropellan, que se anulan, que se repotencian entre ellas, que se convierten en espejo cambiante frente a los espejos también mutables que son cada una y todas las circunstancias mismas.

Debo advertir que dentro de ese ámbito de imbricados y alucinantes efectos, parecen moverse las ideas sobre lo heterogéneo como esencia del arte, y sobre lo homogéneo como sustento de la ciencia; ideas manejadas por los poetas apócrifos Abel Martín de Juan de Mairena, en los escritos filosóficos que les atribuye su creador, Don Antonio Machado. Además, estoy tentado de creer que el viaje realizado por el genial poeta español para oír en Francia, a comienzos de siglo, los cursos dictados por Henry Bergson –la intuición como fuente de la creación artística–, permitió al autor de “Campos de Castilla”, entrar en contacto con las publicaciones de Alfred Jarry. Este curiosísimo escritor, fallecido en 1909, verdadero maestro de humor negro es autor del teatro sobre “Le Pere Ubu”. En los años en que Machado fue a Francia, Jarry ya había publicado la mayor parte de su obra, incluido el relato titulado “Opiniones y Gestos del Dr. Faustroll” (perversión ortográfica del nombre de Fausto), libro en el cual desarrolló su teoría Patafísica –Física de la Pasión–. Allí propone convertir a la poesía en la ciencia de las particularidades por oposición al mundo de las generalidades, dentro del cual se mueve la ciencia verdadera.

Cuando me refiero al mar de las circunstancias (que bien podría ser el mar de lo heterogéneo de Mairena, o de las particularidades de Jarry) despertado en mí y fuera de mí por la definición ortegueana, no puedo evitar verme otra vez, como estuve en realidad muchas veces, en plena Plaza Baralt –la de los años 30 y 40– con mis sudorosos diez o dieciocho años de edad, sumergido en aquellas marejadas de sonidos y gritos de los vendedores de paño, los limpiabotas, los choferes de Los Haticos, La Pomona, Sabaneta, Bella Vista, Valle Frío, etc., y el estruendo de colores de mercancías y de frutas, envases de peltre, sillas de cuero, ropas en el Mercado Principal; la mezcla de olores de las frituras, los dulces con el aire tibio, salido de las rancias estructuras de la vieja sede colonial donde nación nuestra universidad, La Casa Consistorial, y desde las paredes de la falsa aguja del convento franciscano.

Alelado, disperso en medio de aquel estrafalario amasijo de sensaciones que cruzaban como disparos mi atención y mi conciencia de la realidad, en esos instantes he debido pensar –y así han debido sentirlo otras personas– que nos hacían falta unos cuantos sentidos más, a tono con la simultaneidad y las secuencias de los hechos; un ritmo de percepciones más rápidas, intuiciones e inteligencias más ágiles y flexibles para sonsacar, entrelazar, las metáforas capaces de dar significado profundamente mágico del roce, la fusión o dispersión de tantas circunstancias representadas fugaz, pero insistentemente por aquel cúmulo de datos que pugnaban por individualizarnos multitudinariamente.

Haría falta un mayor número de sentidos –sigo pensando, tentado por la ilusión de que podríamos inventarlos–, para cruzar, indemnes, allá en París, aquel viejo palacio de esponsales insólitos y abigarrados entre personas y cosas, entre pájaros con cara de adivinos y racimos de grosella; ese teatro de inesperadas seducciones entre unos ojos azules de mujeres, con olor a madera fresca, ese laberinto de todas las representaciones que era el mercado de Le Halles.

Haría falta una amplitud de percepción, más y mayor humanidad dentro de cada individuo, para comprobar o no comprobar, pero de todos modos para ver, oler, palpar, recordar o imaginar, inventar y pensar, hasta dar con la clave que nos permite tener acceso a esos otros mundos desconocidos que sí existen, pero están en éste, según decía el poeta Paul Eluard. Hay otros mundos, pero están en éste que es tan escasamente nuestro. Hay momentos –dados a la libertad y la belleza– en que esos otros mundos parecieran asomarse por entre los resquicios o las rendijas que separan a las circunstancias cuando vienen tumultuosamente a tratar de formar múltiple y maravilloso, por único, nuestro yo, el yo de cada quien.

1 comentario:

  1. La duda y la pasión nos conducen a las altas fuentes de la inspiración y la creación. Gracias maestro, aquí está la respuesta a una de las tantas preguntas que me he hecho.

    ResponderEliminar