martes, 8 de julio de 2014

Persistencia del Desvelo de Hesnor Rivera



PERSISTENCIA DEL DESVELO

Esto es una esperanza. Un cielo
a todas horas lleno de vaivenes.

¿Pero lo sabe el mundo acaso?
¿Sabe si miro ahora con malevolencia
nada más que el centro equinoccial de una lámpara.
O si desde las ciegas ventanas donde acecho
señalo apenas con sigilo
y nada más y por ejemplo el mar?

¿Y sé yo por mi parte si esto
que llega envuelto en estremecimientos
-si esto que viene a estremecer la memoria
no es un viejo fantasma
que se olvidó de olvidar?

Hay que buscar de pronto con la voz y los dedos
las sombras que acumuló la sangre
detrás de los ojos imaginando el sueño.

Porque sólo es posible ver un poco
pasando las miradas a través de la noche.

Ahora bien. ¿Dónde
han quedado entonces las colinas?

¿Dónde el cielo que ayer estaba cerca?
¿Dónde el fuego que ríe
pariendo sus animales sobre la arena?

¿Dónde ha quedado el mar y el mar
del mar y sus demonios con ojos de esponja
que sueltan burbujas de alucinado brillo
para apagar el tiempo de todos los caminos.
Y nuevamente el mar?

¿Dónde la frente con sus alas de polvo
para explorar el fondo del vacío
que se tragó a los ángeles de tantas dimensiones?

Bastan éstas y otras viejas preguntas
para ponerse a recordar días próximos
echado bajo las cosas que dan sombra.
Y los recuerdos bastan

para salir volando por las tardes
hacia el lado contrario del cielo de la tierra

o hacia la tierra antigua de otros cielos.

Para alcanzar en fin el lento bosque
donde sólo se escucha arder la arena
bajo los ojos de pisadas largas
de los monstruos de elegancia sonámbula.


RESPIRACIÓN DE LA MEMORIA

No siempre suele empezar el tiempo
por unas hojas húmedas y unas palabras
recogidas en la soledad de un río inconstante.

Y es así como existen caminos
donde no es posible recordar
hacia dónde se quiso partir.
Y es así cómo se anhela a veces
retener un pedazo de mar
con que orientarse en medio de la tierra.

Todo podría entenderse alegremente.
Todo podría estar frente a su justa sombra.

Pero en las madrugadas donde hay estrellas todavía
y en los inmensos parques donde se queda el viento
como un hombre a quien sólo le resta esperar
no cesan de existir naufragios
que reparten espectros de ademanes turbios
en torno del fuego y de la rosa más honda
por donde ansía respirar la memoria.

Es inevitable entonces estar solo.
Permitir que los sueños remonten la sangre
y hagan cantar o llorar continuamente
desde una ventana abierta hacia los árboles
o en una sombra.

Es inevitable sentirse andando lejos.

Hasta que en una tierra
a donde siempre se está llegando tarde
se abra y caiga el cansancio como una fruta ciega.
Siempre el espacio empieza
por una lluvia que lo apaga todo.

REALIDAD DEL AMOR

¿Qué podré decirte ahora
si no me queda ni siquiera un ángel
con que apagar la sed de tus labios en sombra?
¿Cómo mirarte –cómo tocar tus hombros
si el viento pasa
y se lleva la noche y la memoria
por donde mis sentidos iban seguros de tu cuerpo?

Ya no me queda más que detenerme
y contemplar mi sombra caída en la arena
de donde el mar se empeña en desterrarla.

O tan sólo partir zanjando
con mi mudez la noche.

Andar apenas con las manos
metidas en el tibio olvido
mientras silbo a la estrella más grande
como a un perro.


RESIDENCIA

Yo no sé. Siento y supongo
que hasta esta casa donde me aprieto los ojos
con los dedos que destilan veneno
no debían enviar tantos mensajes
de muchachos que envejecen sin asco
y de niños que mueren sin haber sufrido un poco.

Creo que aspiran convencerme.
Intentan sustraerme de esta ausencia
donde respiro con placer hace tiempo
la luz llena de gases negros
que exhala la cabeza de los duendes alegres
cuando en ella las flores empiezan a estallar.

Pero me molestan
-me obligan a volverme de espaldas
y a esconder la nostalgia en el humo
de los viajes y las bellas catástrofes.

Ni las fotografías de damas que se tocan
con perfumes celestes detrás de las orejas.
Ni los platos con hojas y manzanas
que me anuncian la hora de los cumpleaños.
Ni los vestidos que me toman del brazo
desfilando como ángeles ebrios
para llevarme a los rojos prostíbulos
donde se tumban las copas que quedan bocabajo.
Nada! como no sea una botella de alcohol
con su cortaplumas dentro
y la corbata cosida alrededor del cuello
podría forzarme a levantar esta lápida
donde el meado de las rosas más altas
grabó con tanto amor enigmas.
insolentes en distintos idiomas.

Me mandarán sin duda por el alba
grupos de madres y adolescentes
con avemarías. Piquetes de soldados
que danzan con un santo delante.
Pero en la puerta tengo un árbol
a cuyo alrededor zumban a prisa
los astros con su aguijón de incendio.
Por otra parte el mar está echado en mi calle
como un perro con ojos de esmeralda
cuyo color devora la trémula inocencia.

No tengo que saber sin embargo.
Y aquí estoy mezclando de una vez mis ojos
mis dedos y mi lengua y mis orejas
-los deshago en el fuego que me sirve de lámpara
cuando quiero reconocer los fantasmas
que esperan detrás de las cortinas.
Cuando quiero andar un poco por debajo
de los ríos y encima de las selvas.

martes, 1 de julio de 2014

Hesnor Rivera, el apocalíptico

Por Mélida Briceño
 
 
 La poesía de Hesnor Rivera (Maracaibo 1928-2000) descubre la intima armonía entre la frase y su sentido, sonido y concepto. Es uno de los más grandes sonetistas de la poesía Venezolana, logra impugnar los moldes tradicionales de la lirica a través de una tendencia surrealista que se hace presente con gran influencia en su campo literario.
En busca siempre del origen de sí mismo, de las cosas, y un afán por restituir las identidades desde la memoria poética, reinventa un mundo paralelo en el que apela a elementos de la ficción para recordar y anhelar lo vivido. Participa en la famosa quema de las obras de Udón Pérez (1871-1926) y concluye llevando la ortodoxia métrica a una altísima expresión.
Estamos frente a un autor de vanguardia y su poesía se nutre de varias fuentes, entre autores y tendencias. Se embriagó de las lecturas surrealistas pero los aspectos formales de su escritura, sobre todo el preciosismo de los sonetos, tienen claro anclaje en la tradición española del Siglo de oro: Gongora, Quevedo y el misticismo.
Rivera conocía muy bien la poesía francesa, de ella hay en él esa libertad que privilegia el proceso creador frente al motivo, y también el desenfado del lenguaje y el sentido gramatical, muy del surrealismo.
“Hesnor no era un usuario sino un amante del lenguaje. Del suyo y del de los demás, de la Lengua con mayúscula, en la poesía, en la docencia y en el periodismo, pero también en la conversación y en la lectura. Y si algo enseña su obra –aunque tampoco sea el propósito de la poesía enseñar nada- es la generosidad con la palabra, el acto de amor que es enriquecer el mundo a través de la imagen, la necesidad de escribir intensa y desbordadamente”, expresa su hija, Celalba Rivera Colomina, en una entrevista que le hiciera Valmore Muñoz Arteaga, en julio de 2011, publicada en el blog literario País Portátil.
Por lo tanto, este trabajo constituye una revisión crítica de la poesía de Hesnor Rivera, escrita a lo largo de la década de los 50 y que fue publicada en la década del 60. El objeto de estudio son sus tres primeros poemarios: En la red de los éxodos (1963), Puerto de escala (1965) y Superficie del enigma (1968). Todos publicados en Maracaibo por Ediluz, editorial de la Universidad del Zulia.  Aunque ya desde finales de los años 40 sus poemas aparecían publicados en periódicos y revistas.
A pesar de haber conformado el grupo literario Apocalipsis, prácticamente efímero (1955-1958), se puede decir que es a partir de finales de los años 50 que el poeta logra configurar su obra respondiendo más a actitudes estéticas poéticas que a políticas. El cotidiano encuentro con la ciudad, las pequeñas vivencias y las mujeres amadas, además del persistente retorno al pasado y a la memoria constituyen la temática central en estos tres textos que suman 45 poemas.
El autor fue sumamente prolífico después de estas tres publicaciones. No podemos dejar de mencionar su obra completa, aunque no atañe al objeto de estudio. En los 70 publicó cuatro libros: No siempre el tiempo siempre (1975), Las ciudades nativas (1976), Persistencia del desvelo (Monte Ávila Editores, 1976) y El visitante solo (1978).
En la década de los 80 publicó dos obras: La muerte en casa (1980) y El acoso de las cosas (1982), Los encuentros en la tormenta del huésped (1988). En los 90 publicó sus dos últimos libros, Secreto a voces (1992) y Endechas del invisible (1995). En total, dejó una obra de doce libros publicados a lo largo de cuatro décadas y un poemario inédito: La gramática del alucinado.
Frente a su extensa obra, solo nos referimos en esta oportunidad a los textos más cercanos a la experiencia surrealista que influenció al autor entre esos años 50 y 60, y que además, conforma el periodo crucial del rompimiento con viejos patrones románticos que predominaban en el Zulia en ese entonces, lo que trascendió al ámbito nacional hasta el día de hoy y modificó para siempre la historiografía de la poesía de la segunda mitad del siglo XX.
Su obra es tan importante como la de sus contemporáneos Juan Sánchez Peláez, Juan Liscano y Alfredo Silva Estrada, quienes también se iniciaron en los 50 y se proyectaron hacia las décadas siguientes “con una obra cada vez más sólida que habría de influir en la nueva promoción de poetas, la llamada Generación del cincuenta y ocho. Cada uno desarrolló una línea poética diferente. Sánchez Peláez con marcada influencia surrealista, Juan Liscano dentro del telurismo poético y Silva Estrada más cercano al simbolismo”, cita Carmen Virginia Carrillo, en De la belleza y el furor.
Hesnor Rivera –continúa Carrillo– articula una poética fundacional y Juan Liscano desarrolla lo que él mismo denomina “toma de conciencia telúrica”, mientras que Silva Estrada se proyecta hacia una poética de la valoración estética que da primacía a la imagen poética, sin abandonar ciertos planteamientos de carácter conceptual en sus poemas.
La visión de estos autores estuvo signada por eventos sociales, culturales, políticos e intelectuales que marcaron el mundo entre los 50 y 60. Época en que se favoreció el despliegue de las insurgencias, los movimientos feministas, el Mayo francés, la revolución cubana. Todo este contexto no sólo lleva al deseo de transformar la sociedad sino, desde el punto de vista cultural, orienta el campo intelectual hacia una literatura comprometida.
“El inicio de la postmodernidad ha sido señalado por algunos teóricos a partir de los años 50 y el surgimiento de la contracultura en los años 60. La resistencia que ejercieron los grupos marginales en Europa y América por mantener su autonomía o defender sus derechos frente a las imposiciones de las culturas dominantes y los detentadores del poder, condujo a la creación de contraculturas disidentes (…) en los años 60 la postmodernidad se manifestó en un “campo de fuerzas” donde dialogaban corrientes de pensamientos tan diversas como el marxismo y el psicoanálisis, la Gestalt y el Zen, entre otros”, cita Carmen Virginia Carrillo.

miércoles, 18 de junio de 2014

Para una Fábula de Laurencio Sánchez Palomares

A través de este espacio dedicado al poeta Hesnor Rivera aprovechamos para volver a rescatar a otro de los miembros del Grupo Apocalipsis (1956-1958), se trata de Laurencio Sánchez Palomares. Presentamos acá los poemas que conforman un pequeño libro llamado Para una Fábula.


I

A la altura del alba el viento es más intenso.
Y hay una tristeza como de lámparas que mueren
en un lugar del mundo.

La lluvia ha golpeado con fuerza los muros más antiguos.
Yo he perdido la mansedumbre que traje de mi muerte.

Íbamos descalzos, persiguiendo la luna,
y levantábamos las garzas y encendíamos el bosque
secreto de las fábulas.

Íbamos hacia los cundiamores
que iluminaban serpientes al sur del océano.

Entonces, ella dormía sobre un césped de raíces jóvenes
en medio de la flora y de los pájaros
y su almohada estaba hecha de las nubes más blancas.

Yo era el desvelado que corría detrás de su risa
para rescatarla de la noche.

Entonces tenía la mansedumbre de las liebres más tristes.

II

Al sur de agosto
los puertos eran más azules.
Una ciudad había iluminada como el palacio de las vírgenes.

Al sur de agosto
ella amaba las mariposas,
extendía sus manos como lámparas después que caía la lluvia en los jardines,

y lanzaba piedras enormes para abrir inmensas
cataratas en el aire.

Al sur de agosto la tierra no osaba detenerse nunca.
Mi madre miraba los mendigos como viniendo de la tarde.

Entonces teníamos el corazón de las perdices
más alegres
vueltas hacia el crepúsculo.

III

Volvíamos al sur.
En la selva más virgen el viento movía los árboles.
Los frutos anunciaban la perfección de su crecimiento.
El mundo estaba iluminado y las rocas brillaban como el oro.
En el centro del bosque nos sorprendió la alegría de las lámparas.
Yo le di a comer el pan que traía en la cesta hecha
de pequeños tallos de bambú. Comimos.
En la tarde sus pies dejaron una huella perfecta,
más fina que el ala de los pájaros cuando rozan el alba.
Los arroyos del bosque se repartían en sonrisas
para que ella les diera toda la frescura de sus manos.
Descendimos hasta una piedra casi antigua. El olor
de los altos cerezos nos envolvía. Ella dulcemente
recostada a mi corazón como una margarita.
Yo sentí la gran admiración universal. El cielo alto
se asomaba por todas las estrellas.
Todas las bestias nos miraban con encantamiento
y se arrodillaban para adorar nuestra gran mansedumbre.
Mi lado izquierdo dijo: Somos la composición del universo.
Mi bella amada dijo: Nuestro amos será como el primer día
de la creación del mundo. Nuestro amor crecerá
como las lámparas para alumbrar la tierra del hombre.
Venid, aves enviadas a sepultar las tristezas
de los árboles del sur. Venid, fuentes,
a lavar las heridas de los ensangrentados.
Hoy quiero pan para todos los mendigos
y bellas cestas de flores para encantar los astros.

IV

Me detuve ante los adolescentes que lucían como lámparas.
Allí la tierra era feliz.
Las espigas eran sus vecinas más próximas.
La brisa de la tarde hacía sonreír las flores.
La primavera vestía los árboles y se encantaba
en el juego de los enamorados sobre el césped.
Después me arrodillé y besé la tierra por el encantamiento
que me daba la alegría de la luz en los rostros.
Los adolescentes ríen jubilosamente y huyen
hacia el campo tomados de las manos.
Los adolescentes aman la lluvia y los árboles
y todos los crepúsculos.
Los adolescentes beben agua en una bella jícara común.
¡Oh adolescentes!
Os he amado más que a las ciudades
que me esperan extendidas como bellas lagunas.
Os he amado más que a las estrellas livianas del sur.
Vuestra alegría ha rescatado mi alma de las bestias
y ha iniciado el viaje alrededor de todas las constelaciones.
Las aves os saludan
y os entregan la sombra de sus bellos plumajes.
El río que descansa encima de las piedras os invita a dormir
sobre sus aguas.
¡Oh adolescentes! Yo os imagino olvidados.

V

He vuelto al río,
hay allí una piedra enorme
donde se esconden los pájaros y el viento silba.
A los pasos azules
donde la infancia salta como las constelaciones.
Y la sonrisa busca las espigas del oro.
Al río del pez volador
a los nidos de los pájaros negros
a las jícaras de barro
a las madrugadas celestes
a los altos bambúes donde los venablos duermen
y los gallos enamoran gallinas salvajes.
He vuelto al sitio donde los hermanos Vargas
se reunían a la orden del más fuerte
y enarbolaban caucheras como estrellas de fuego.
A la casa de las piñas rojas
a la casa de campo donde hay animales mansos
encerrados entre alambres de púas.
A los hornos de cal
donde los leños son como crepúsculos
donde la tarde pierde su tristeza
y las mujeres cogen agua en tinajas oscuras.
He vuelto a andar entre hormigas doradas.
He vuelto a las montañas de peña azul
con un pañuelo rojo.
A los altos almendrones.
Almirante menea su cola y mira con sus ojos azules
mis sobrinas juegan en el patio con sus muñecas
rubias traídas de París.
Y Julio Helvecio me habla del abuelo
que se fue a las estrellas.

VI

Andabas entre animales tristes acompañada de la muerte.
Allí estaba la noche con sus árboles fríos,
la soledad de los caballos y el olor de la hierba.
El silencio era como una flor bermeja.
El día se retorcía entre los bejucos
y las maderas antiguas iniciaban sus historias.
Andabas junto a los amenazantes enigmas.
Junto a los perros caídos, junto a las hogueras,
junto a las vacas relucientes
con los cabellos vueltos hacia el sur
como formando una gruta encima de tus hombros.
Tú esperabas la lluvia
como los caballos,
como las noche.
Ibas y venías entre las curvas de los árboles
donde el viento aún estaba fresco por las alas
de los gallos.
Te veía regresar de los altos jardines del sol
después de buscarte en la tristeza del día.
En el patio rondaba la alegría de los pavos reales
y mi padre con un gato esperaba la noche.
Entonces yo iba por los altos corredores
en busca de una jícara y de aquella esterilla
que tenía un tigre y un león pintados,
y abría todas las puertas y oía el viento
en la alta noche de las hierbas bajando de los árboles.

VII

Hoy un partido de ferrocarriles
bajo un cielo distinto.
Los andenes lucían lunas grises.
Yo también a esa hora partía hacia todos los relámpagos,
hacia el encuentro de mi padre muerto,
en una sandalia de cebra traída de África del Sur.
A esa hora partíamos y nos abandonábamos a la angustia
y mi sombra huía de la luz.
En el tiempo morían los caballos
y las frutas del alba caían con gallinas muertas.
La noche endurecía mis zapatos
en el sepulcro más negro de los barcos anclados.
Mis hermanos de leche también habían partido
derribando árboles de viento.
Hay una hora en que todas las aves llaman a la muerte
y los ríos se llenan de imágenes
y las bestias sienten un miedo terrible.
Hay una hora en que se apresuran
como convidados por una voz urgente.
Hay una hora que nos conmueve como a un seno violentado.
Hay una hora en que todos los relojes
parecen detenidos.
Hay una hora en que alumbran las mujeres
en todos los lugares del mundo
y hay blancos, y hay hombres negros
y hay hombres amarillos.

martes, 3 de junio de 2014

En la Red de los Éxodos

Por Hesnor Rivera

Puerto de Maracaibo 1939

I

-“Has crecido como un gato salvaje”

Era lo que proclamaba el viejo
guerrillero de oriente.
El majestuoso abuelo desde lo alto
de los taburetes rojos
como sus nostalgias oceánicas.

Del lado adentro de la casa
-ah! El retiro memorial de los cirios
suculentos para el ciempiés en acecho.
Del lado adentro de la ventana
allá en los barrios hacia el sur
donde nunca amanece –y es mentira
porque amanece ahora este vez para siempre:
Del lado adentro la penumbra
de las calamidades cada vez más extrañas
era la piel viva de la red de los éxodos.

¿De dónde aquellas tazas y esos trastos
oliendo todavía a tentaciones íntimas
a pesar de tanta travesía en el tiempo?
¿De dónde esos trofeos y esos ramos
de novia nacida por lo visto extinta
sobre un paisaje que desconozco?

Esta ciudad nos llama –nos arrastra
con sus torbellinos que dan vueltas
alrededor de los meses ardientes.
Con sus cañadas de apariencias angélicas.
Las vimos espolear a los niños
-cabalgaban dormidos el cadáver
de la casa al trote hacia las bocas del Lago.

Esta ciudad nos lleva -nos confunde
con la rueda de avanzar ella misma.
Y quien nunca ha partido o no ha querido
partir nunca siente de improviso
que ya está de regreso.

-“En la red de los éxodos creciste
como la bestia de algún dios resurrecto”.

II

Puedo verte en las sombras
casi invertidas en antorchas húmedas
por el giro contradictorio
de la soledad y el deseo.

Puedo verte al solo resplandor
de los cetáceos rojos que alucinan
a mis sentidos demasiado solemnes.

Puedo verte a la orilla
de mis antepasados marinos
-tenían ramas en los ojos marchitos
-tenían alas en los dientes heridos
-tenían garras en la muerte tatuada.

Puedo verte en el centro
de mis sucesiones oscuras.

Ahora de seguro saltas
en el mar hasta donde
te persigue la noche.

III

Amanece ahora esta vez por el vientre
sideral del fogón. Lo recuerdo.

Junto a las brasas las mujeres fingen
enfermedades misteriosas y antiguas.

Pretenden retardar el viaje
desolado de los seres queridos:

-La muerte o la evasión repentina
o la desaparición por hambre o por amor
concebidas bajo el techo caliente.

Por encima de su lomo gramíneo
batían  palmas la tempestad y el trueno.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Puerto de Escala. Por Hesnor Rivera

            

            Las apariencias no engañan
menos de lo que puede hacerlo
la controvertida realidad de esta zona.
He tergiversado con amor el problema
en otra edad y otro mundo
-lo dominaban las razas
de los seres maravillosamente inútiles.

            (Los de las manos escarlata
bañadas en el área de sus pesadillas
cultivaban junto a sus asnos el crimen
rasgueando la palidez de arena
de una guitarra en los barrios.
Los de la memoria visible
como el cráter de un cristal subterráneo
tallaban rostros en las piedras
paridas por el sol en el patio
-ardían con un fuego salobre
como el lago que mecía sus casas.
Tú eras bella y reinabas).

            ¿Dónde estaba en realidad la apariencia?
¿dónde la aparente realidad de esta zona?

            Confundido te nombro. Registro
con tu nombre –esa rama de pelambre mágica
grata de ver como el ojo del trueno–
los laberintos del agua.
La encrucijada en círculos del viento.
La elevada cavidad de la llama.
El terreno boca abajo del cielo.

            Pero para este puerto de escala.
Para la ciudad llena de cajas
misteriosas como altares fugaces.
Llena de olores como una bestia en cinta
sólo es posible registrar al tiempo.
tocar y desdoblar sus vestidos
como los de un huésped milagroso
que regresa sin descanso de un viaje.

            Confundido te nombro de memoria
como ante el eco de una montaña íntima.

            Debo evocar muchos días
y  muchas noches de desolación tiradas
sobre el césped que encubría al petróleo.
Hasta en los rincones santísimos
donde las mujeres conjuraban el golpe
de cola de los huracanes sueltos
por el techo crepitante del trópico.
Hasta en los cuartos convertidos en cuevas
para la nostalgia casi ciega
de los antepasados navegantes.
Hasta en el peltre de las escudillas
olía a cabellera de explosivos demonios
-se entretenían en desatar de continuo
todas las tempestades picantes
que caben por ejemplo en la faja
ecuatorial de la cebolla doméstica.

            Pero sobre todo rememoro la selva.
Avanzaba con sigilo. Casi a razón
de un zarpazo vegetal por minuto.
Pugnaba por entrar en la sala
para negociar sus furiosos secretos.
La hoja de la doble puerta y el viento
decapitaban en el alba serpientes
contra el nivel ensangrentado del quicio.

            Tú eras bella y reinabas
-lejos  de las apariencias contrarias
y desde las calamidades celestes
y terrenas de este puerto de escala.

            Tenías por las noches en los ojos nieblas
doradas y altas como los torbellinos
del árbol que ilumina el corazón del océano.
Es todo lo que recuerdo ciertamente
de aquella realidad entre tantas regiones.
(Un alegre visitante vino
A saludarme con la mano torcida.
Bailaba con sagacidad siniestra
meciéndose en la hamaca de la mujer más tímida).

            Es todo lo que recuerdo del combate
por regresar al comienzo del comienzo
de aquel otro comienzo del comienzo perdido
vaya a saber nadie de qué lado
ni hacia cuáles direcciones del tiempo.

            Te desconozco oh! hermosa
temporada del mal y la ternura
-sus llamas arden en la memoria expectante
que evito recobrar y evito
sin embargo deponer del todo
cuando vislumbro la posibilidad
infernal y amada de otros antiguos viajes.

            Te digo ahora –te repito lejos
de aquellos asfixiantes pasillos
para los trenes de la ciudad en marcha
donde rompimos nuestro amor como a un pájaro:
te advierto una vez más que es cierta
la necesidad de una piedra
digna de las mortificaciones
y del sacrificio exigidos
por el goce de la creación nunca vista.

            La piedra de los sacrificios nos llama.
Humea entre nosotros como un lecho encantado
-contradictorio y puro y por lo tanto único.

            (El visitante ríe a mis espaldas.
Entre sus vestidos hace
resonar el secreto del dolor que nos une.
De la desaparición que nos persigue.
Del amor que nos arrastra lejos
de la eternidad cuando entreabre sus luces
y todas sus derivaciones absurdas.
El visitante llora sobre el seno
de la mujer que ahora lo domina
-lo quema por el lado del ala
intempestiva de sus leves miserias).

            Tú eras bella y reinabas.
Debías desnudarte y dar gritos
allá en las cabeceras de la ciudad que amamos.
Fluye hacia mi encuentro. vuelve
y la descubro y hago lo imposible
por reconocer su fidelidad errante.

            Debo otra vez buscarte o no buscarte.
Simplemente retornar al futuro
-en su centro canta en llamas el árbol
de la desolación y el deseo.
En sus alrededores vuelvo a verte
sacrificada y húmeda como saliendo
de un naufragio o como entrando
en los barrios navegantes de antaño.
Vuelvo a verte y sacrifico en vano
sobre la piedra de la memoria el infierno
de nuestra separación más cercana.

            Intento la orientación primaria
de los seres habituados y mansos.
Transito las semejanzas aparentes.
La realidad parecida a mil niveles
de las remembranzas presentidas
y los presentimientos recordados
-se escalonan desordenadamente
como estancando la fluidez de los años.

            En el vaivén sólo es posible el caos
de reconocer lo nunca visto
y extrañar lo descubierto a diario.

            Verbigracia: junto a la miseria
cautivante de este puerto de escala
se podía comprobar sin saberlo
que el lago recién descubierto engordaba.
-El lago extrañamente ordinario
como la geografía de una guitarra hombruna
o la de un navío de caderas anchas.

            La centella era entonces –como ahora
imagino- una piedra bienaventurada
y sin embargo siniestra.
Se colgaba por las alas del vientre
en el techo de la sala sombría.

            Bajo su luz casi infernal comimos
y era excitante ver desaparecer al perro
silbando por la punta del rabo
rígido como el odio de las serpientes.
Bajo su voz dura de palpar llegamos
todos para advertir sin pena
-verdaderamente sin siquiera el asco
de las mortificaciones aprendidas en vano
que la sala fluía mantecosa
incondicional brillante. Y la cama
no era goleta anclada para esperar la huída.
Ni las goletas eran la simple trampa
disparada hacia las tribulaciones
comprensibles de integrar el regreso.

            Porque la muerte en fin –la puerta abierta
a las enfermedades echadas
como gallinas bajo el sol del patio-
andaba aprisa y lejos como dando saltos.
Lejos incluso de su propio recuerdo
mantenido en toda su apariencia de luto
con las manos del hambre.

            El lago recién parido hablaba
de paseos mutuos. De itinerarios
divergentes y todavía mutuos
como las patas y los ojos bífidos
de la hierba do0nde brillan las moscas.
Como el corazón partido de la basura
que nos llama a grandes voces. Nos gritaba
que éramos unos cochinos transeúntes
más que nadie incapaces de tumbarse
patas arriba en el barro.
En sus pliegues desovaron los ángeles
tenebrosos y tímidos –contradictorios
como las fecundas frustraciones.
Empollaban la memoria del trópico.

            La ciudad no era entonces –no existía.
Me daba a la luz y no era como ahora imagino
un juego de muchachos pobres
siempre a merced del rapto heroico
bajo la luna de los barrios enormes.

            La ciudad a que aludo sólo es ésta
donde un día me encontré nacido.
Perfecta o imperfectamente
pero sin duda de improviso
y desde hace tiempo nacido.

            Esta ha sido la ciudad del lago
femenino a medias por lo menos
en su forma y en su fondo colmados
de descomposiciones ardientes.
Reconozco a todas horas el aguaje
pesado del combate entre especies
naturalmente ahogadas de calor en la sombra
-procrean con desolación la semilla
escamosa del recuerdo del sitio.

            La ciudad donde veo por el norte
y por el sur y en el agua el barrio
semejante al árbol de las ropas deshechas.
Semejante a las ruedas cuadradas
del caballo que trajo de repente al marino
de la mano que aserraba a las islas.
La ciudad donde encuentro
nacido a pedacitos el barrio.
Enredada en su parto vino mi soledad
-se adentraba por fuerza hasta el embrujo
del mal olor y el desvelo
que le huelen al vientre como a nidos
y alas de pimienta sumergida en los platos.

            Esta es la ciudad crecida
por oleadas membranosas de arena.
Por capas de papeles y trapos
sueltos como palomas rotas sobre el fuego
de los patios en todas partes nativos.
Esta es la vida –digo: la que hallé metida
entre mis hombros por naturaleza caídos.
Vale decir melancólicos como el porte
de un navío cuadrúpedo en el puerto de escala.

                        Esta es la ciudad en fin del barrio
donde un día me descubrí crecido
como de milagro y en direcciones distintas.
Pero crecido a todas horas
bajo el techo caliente tan amado
por los truenos y los astros en celo.
Crecido sobre el pecho agusanado
de los callejones sin salida.
Bajo el desamparo pegajoso y enorme
de la selva casera que detesto y amo
-que me combate y me adiestra
casi amorosamente en el juego
sin rivales del exterminio por gusto.

            No obstante es necesario un punto
de referencia un poco menos vago
que la simple relación de los hechos.

            Todo concernía entonces a los sucesos
de aquellos días en la oscuridad ardientes.

            Concernía a la degradación
casi hermosa de las circunstancias.
En los zanjones habituados al vuelo
-criptas erizadas de espantos-
latía el corazón de las casas.
Concernía al agua casi siempre entrevista
girando aprisa menos alto que el viento
bajo la forma de macizas tormentas.
Las bestias olorosas a pólvora
recién untada en la herida
se descolgaban por sus propias sombras
a husmear el esplendor del mercado.

            Tú eras bella y tu nombre
sin duda pertenecía a las reinas
-a las transparentes muchachas
que se coloreaban con el halo
endemoniado de asoleadas legumbres.
Las aplastaban sobre los ladrillos
el engranaje métrico del aguardiente
y la proliferación blasfema
sobre la hoguera matinal de los plátanos.
Las evoco radiantes y adornadas
con las guirnaldas del aceite de coco.
Siempre bellas. Siempre a punto
de perpetuar el eslabón perdido de la miseria
mirando el alba y semiahogadas
en los infiernos superficiales del lago.

            Hacía falta arraigar el enigma.
Un adolescente pataleaba en la sangre
que bautizó ciertas calles.
Los delicados asesinos andaban
confrontando sus soledades con otras
-buscaban con fruición a la víctima
para sus fiestas altamente secretas.

            Todo concernía a la demencia
multitudinaria de antaño.
Concernía de manera constante
al ciclo del calor y su enlace
con las migraciones y la muerte.

            No en balde la gente amiga parecía.
Se afanaba en atrancar las puertas
con piedras milenarias y maderos
de alguna forma relativos
a olvidados sacrificios humanos.
Del lado adentro de la casa el bosque
servía lo mismo para atrapar al rayo
que para enloquecer a la mujer amada.

            Los antepasados reposaban
en el abandono del patio.
Cuando se los nombraba muy bajo
parecía comenzar un domingo.
Entre los almendrones se oían campanas.
Bajo la llamarada del rosal salvaje
rezaban las serpientes casi siempre invisibles.

            Se conversaba sobre tempestades.
Sobre apariciones y tesoros ocultos.
Sobre guerras terribles y los héroes
montados a caballo y entre nubes.
Sobre la influencia temporal de la lluvia
en el corazón y sus himnos.

            Se conversaba de la fortaleza
tutelar de las debilidades.

            Confundido te nombro. Reconstruyo
otra edad y otro mundo en este puerto
que hace escala en la zona
de mi desaparición progresiva.

            Tú eras bella y aún reinas.

            Registro una vez más en vano
la realidad no obstante inconfundible
que te rodea –la fabricas tú misma
con una persistencia de deidad arbórea.
De improviso la ocultas. La avientas alto
y florece o llueve como un ramo de eclipses
sobre el misterio de las circunstancias perdidas.

            Eres tu sombra. Eres sólo
tu rastro todavía cálido pero todavía
sin ubicación entre los grandes signos
de su naturaleza aparente. Y me haces
mentir cruelmente sobre el tiempo
fijo en la memoria y sonando
como un día de dos caras sin nexos.

            Miento ahora de verdad en tu nombre.
Cuando te hablo por ejemplo lo hago
como si estuvieras desapareciendo en mis ojos.
Cuando te veo por ejemplo te hallo
como estás ciertamente al alcance
de una simple fracción centesimal
de sucesos absurdos que se infiltran
entre el amor y tu imagen.

            Miedo deliberadamente. Estamos solos
a tal punto que apenas si hace falta
voltear al mundo –darle vuelta al deseo
como a un animal muerto para vernos

y oírnos recordando otros tiempos.