Por Norland Espinoza
Aquel fantasma que vamos siendo. Los tiempos imprecisos mezclándose unos
con otros narrando la inconclusa trama.
El dolor del cuerpo como inminente endecha.
Cada pálpito de la vida desde los
ojos de la mujer que la percibe corresponde al tiempo que va, que viene en un
corazón que espera la orden procedente de la protuberancia del pesimismo sin
cura.
Miyó Vestrini (1938-1992), recrea esto imperiosa y secamente en la
narración sobre un país y sus problemas, entre otras anécdotas que rozan lo
ontológico desde lo caleidoscópico que puedan ser sus personajes.
Miyó Vestrini es conocida más que todo como poetisa mitigante en los años
´60 en adelante, más su creación como
cuentista estaba oculta hasta mediados de los ´90 cuando aparece Órdenes del corazón (1996). Libro de una
serie de cuentos que traman aparentemente, una sola historia de la realidad
femenina que también nos corresponde.
Psicodélica o no pertenecemos a esa realidad que Vestrini conceptualiza
como imprecisa, dolorosa o luciferina por los estragos de la soledad o el
alcohol que es el narcótico para soportar el apremio de lo cotidiano. Realidad
necesaria que pesa, lo cotidiano como el aburrimiento perfecto sin control
creador de la vida en el cuerpo absurdo de algunos personajes que Vestrini
desarrolla. Mi cuerpo me preocupa (Vestrini.1996:63),
con este preceptos se muestra la duda del ser condenado o condenada en un
cuerpo que contempla la disconformidad de un
reinado machista.
El personaje femenino sólo pretende y en ese sentido fracasa desde su
temor a la vigilia que la hace absurda: Le
tengo miedo (Pág. 64) dice Eugenia protagonista
del cuento No me alcanza el tiempo y
con eso deja de ser heroína para convertirse en la frustración imperdonable en
el cuerpo femenino.
Vestrini critica la actitud de la mujer de los años ´60 de
esta manera buscando el choque socio-cultural que la rejuvenezca. Entonces, no
es simple problema de autoestima, es un problema de supervivencia escritural
cuyo trasfondo también es político. Es un problema de una vida coñaceada como
lo afirma Luis Sepúlveda.
Cualquier entorno
implica un sufrimiento, un cambio y el grupo Apocalipsis (1955) con Miyó Vestrini, única mujer del grupo, no
escapa al concepto de la revolución de los años ´60. Claro que los personajes
femeninos tienen temor por un cambio cultural a consecuencia de las sediciones
mundiales: El Mayo Francés de 1968 por ejemplo o los estragos de la guerra en
Vietnam 1965. La
Revolución Cubana 1959 así también como el Rock and Roll y el movimiento hippie llamando a la euforia por su irrupción
violenta que presenta.
Hay temor por el mundo cambiante y Venezuela no escapa de dichos
acontecimientos: Primero Rómulo Betancourt toma el poder en el 1959 ya que en
el ´58 culmina la última dictadura venezolana en manos de Marcos Pérez Jiménez.
Y segundo, las insurrecciones cívico-militares en su gobierno y la suspensión
de las garantías constitucionales, entre otros. De estos procesos históricos es
que Venezuela ve nacer necesarios grupos literarios como Sardio, El techo de la ballena y el ya asentado Apocalipsis.
El miedo en los
personajes de Vestrini por estos sucesos que van escribiendo la nueva historia,
es un miedo suspicaz, mental, miedo corpóreo del triste y lento cuerpo del
personaje cotidiano. Es un cuerpo fatal de la mujer que busca salidas
sutilmente atroces en sus consortes: “-Y
qué piensas hacer al respecto?. La abracé también con un deseo repentino,
inmenso. –Voy a matarte. – Me besó suavemente en la mejilla, como lo hacía en
las mañanas para despertarme.” (Pág.67).
Estas palabras
pertenecen a Elvira personaje central del cuento El día que mi mujer enloqueció, y este
cuento es el que le sigue al melancólico relato No me alcanza el tiempo. La metáfora de la disconformidad constante
de la belleza del miedo al delirio hace presencia rencorosa, quisquilloso
atrevimiento a la ansiedad perversa que ordena al corazón la detención de
cualquier tiempo transcurrido o por transcurrir.
Pánico mortífero a
la sombra que nos sigue: “Comencé a escuchar el esfuerzo desmesurado
de mi corazón… Dios como debe estar cansado. De aburrido. Órdenes y contra
órdenes. Vive, muérdete, encógete, ensánchate… Sé que estoy a punto de darle la
orden final. (Pág. 24). Esta es la orden del destino en los personajes que
van dibujando su hallazgo intimista por disposición del hacedor textor, como lo
nombra Barrera Linares, del relato.
El temor sigue revelando
sucesos íntimos como historias en la vida social venezolana. El neorrealismo
forma parte de la cultura social que en Vestrini va convirtiéndose en nostalgia
de un pasado remoto con repercusiones en lo social contemporáneo. Así que el
miedo perenne forma la imagen de confusión en el texto: (quién es, quién narra,
cómo lo hace), que a su vez es la otra palabra de Vestrini para tratar de
entenderse, si es el deseo, desde su voz andrógina.
Tal
es el caso del cuento Tijeretazo. Éste es la ambición del
sentido vital que llega, poco a poco, a la pesada iluminación lírica del
corazón no como músculo sino como única memoria del ser del personaje ambiguo
del texto que lenta y rencorosamente se satisface de sus acciones
esperanzadoras: “Fue el único momento en
que se me quitó el miedo hoy. Tuve una sensación de ligera euforia. Hasta veo
que sonreí. No. Reí y me asombró escuchar el ruido muy breve de mi risa.” (Pág.
75).
Por supuesto que el temor parte de la realidad conflictiva que refleja
prácticamente la no-ternura y la no-gracia aparente de la figura femenina de
los años ´60 cuyo problema es independizarse de la mano, del beso masculino que
la acaricia ya sin deseo ya sin amor.
Disfrazando la despedida
continua, ese acto debe hacerse pequeño, sutil: “La retiró rápidamente para evitar un roce más prolongado. Adiós.” (Pág.
76).
Los cuentos de Miyó Vestrini sin duda son palabras que aproximan a la
reinterpretación de conflictividades principalmente femeninas. A problemas
babilónicos de esa imagen de mujer en el texto y al esquema sociológico
venezolano del período de los años ´60.
Pero aún así son cuentos sin índole de trascendencia, todo lo contrario a
lo que fueron sus poemas. Son fragmentos
poéticos. Vidas de personajes con una sola endecha trágica que los conecta
entre sí, sea cual fuese, y les enseña un modo de vida. Obviamente
estos cuentos tienen complejos encantos, pero no escapan de lo anecdótico, de
la cotidianidad y sus reproches en los personajes que no saben qué hacer,
bueno, unos que otros consiguen su preciada libertad. Debido a esto es que
algunos cuentos aportan lentitud y tristeza buscando la reacción simpática del
lector.
La formulación de una posible obra deceptiva despierta órdenes
psicológicas, sociales, políticas cuyo enigma radica en el mensaje y no en la
historia, en el cómo se cuenta. Pone de manifiesto contradicciones o verdades
parciales que dan a conocer la “sensación del vacío significativo”. Vacío
escondido en la pluralidad de personajes, en el alter ego buscando sentidos en
la andrógina ambivalencia que acompaña al narratario.
Es una narrativa que fracasa en sus expectativas de revelarse a la
realidad, a un sistema, pero que está cubierta por las inexorables
trasformaciones del cuerpo, de la naturaleza humana vista por el ojo femenino
que pasa violentamente en espera de su tierna y rigurosa esencia.
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