sábado, 1 de marzo de 2014

Miyó Vestrini, del miedo andrógino y el cuerpo dolido

Por Norland Espinoza



Aquel fantasma que vamos siendo. Los tiempos imprecisos mezclándose unos con otros narrando la inconclusa trama.  El dolor del cuerpo como inminente endecha.
 Cada pálpito de la vida desde los ojos de la mujer que la percibe corresponde al tiempo que va, que viene en un corazón que espera la orden procedente de la protuberancia del pesimismo sin cura.
Miyó Vestrini (1938-1992), recrea esto imperiosa y secamente en la narración sobre un país y sus problemas, entre otras anécdotas que rozan lo ontológico desde lo caleidoscópico que puedan ser sus personajes.
Miyó Vestrini es conocida más que todo como poetisa mitigante en los años ´60  en adelante, más su creación como cuentista estaba oculta hasta mediados de los ´90 cuando aparece Órdenes del corazón (1996). Libro de una serie de cuentos que traman aparentemente, una sola historia de la realidad femenina que también nos corresponde.
Psicodélica o no pertenecemos a esa realidad que Vestrini conceptualiza como imprecisa, dolorosa o luciferina por los estragos de la soledad o el alcohol que es el narcótico para soportar el apremio de lo cotidiano. Realidad necesaria que pesa, lo cotidiano como el aburrimiento perfecto sin control creador de la vida en el cuerpo absurdo de algunos personajes que Vestrini desarrolla. Mi cuerpo me preocupa (Vestrini.1996:63), con este preceptos se muestra la duda del ser condenado o condenada en un cuerpo que contempla la disconformidad de un  reinado machista.
El personaje femenino sólo pretende y en ese sentido fracasa desde su temor a la vigilia que la hace absurda: Le tengo miedo (Pág. 64) dice Eugenia protagonista del cuento No me alcanza el tiempo y con eso deja de ser heroína para convertirse en la frustración imperdonable en el cuerpo femenino.
            Vestrini critica  la actitud de la mujer de los años ´60 de esta manera buscando el choque socio-cultural que la rejuvenezca. Entonces, no es simple problema de autoestima, es un problema de supervivencia escritural cuyo trasfondo también es político. Es un problema de una vida coñaceada como lo afirma Luis Sepúlveda.
            Cualquier entorno implica un sufrimiento, un cambio y el grupo Apocalipsis (1955) con Miyó Vestrini, única mujer del grupo, no escapa al concepto de la revolución de los años ´60. Claro que los personajes femeninos tienen temor por un cambio cultural a consecuencia de las sediciones mundiales: El Mayo Francés de 1968 por ejemplo o los estragos de la guerra en Vietnam 1965. La Revolución Cubana 1959 así también como el Rock and Roll y el movimiento hippie llamando a la euforia por su irrupción violenta que presenta.
Hay temor por el mundo cambiante y Venezuela no escapa de dichos acontecimientos: Primero Rómulo Betancourt toma el poder en el 1959 ya que en el ´58 culmina la última dictadura venezolana en manos de Marcos Pérez Jiménez. Y segundo, las insurrecciones cívico-militares en su gobierno y la suspensión de las garantías constitucionales, entre otros. De estos procesos históricos es que Venezuela ve nacer necesarios grupos literarios como Sardio, El techo de la ballena y el ya asentado Apocalipsis.
            El miedo en los personajes de Vestrini por estos sucesos que van escribiendo la nueva historia, es un miedo suspicaz, mental, miedo corpóreo del triste y lento cuerpo del personaje cotidiano. Es un cuerpo fatal de la mujer que busca salidas sutilmente atroces en sus consortes: “-Y qué piensas hacer al respecto?. La abracé también con un deseo repentino, inmenso. –Voy a matarte. – Me besó suavemente en la mejilla, como lo hacía en las mañanas para despertarme.” (Pág.67).
            Estas palabras pertenecen a Elvira  personaje central del cuento El día que mi mujer enloqueció, y este cuento es el que le sigue al melancólico relato No me alcanza el tiempo. La metáfora de la disconformidad constante de la belleza del miedo al delirio hace presencia rencorosa, quisquilloso atrevimiento a la ansiedad perversa que ordena al corazón la detención de cualquier tiempo transcurrido o por transcurrir.
            Pánico mortífero a la  sombra que nos sigue: “Comencé a escuchar el esfuerzo desmesurado de mi corazón… Dios como debe estar cansado. De aburrido. Órdenes y contra órdenes. Vive, muérdete, encógete, ensánchate… Sé que estoy a punto de darle la orden final. (Pág. 24). Esta es la orden del destino en los personajes que van dibujando su hallazgo intimista por disposición del hacedor textor, como lo nombra  Barrera Linares, del relato.
            El temor sigue revelando sucesos íntimos como historias en la vida social venezolana. El neorrealismo forma parte de la cultura social que en Vestrini va convirtiéndose en nostalgia de un pasado remoto con repercusiones en lo social contemporáneo. Así que el miedo perenne forma la imagen de confusión en el texto: (quién es, quién narra, cómo lo hace), que a su vez es la otra palabra de Vestrini para tratar de entenderse, si es el deseo, desde su voz andrógina.
            Tal es el caso del cuento Tijeretazo. Éste es la ambición del sentido vital que llega, poco a poco, a la pesada iluminación lírica del corazón no como músculo sino como única memoria del ser del personaje ambiguo del texto que lenta y rencorosamente se satisface de sus acciones esperanzadoras: “Fue el único momento en que se me quitó el miedo hoy. Tuve una sensación de ligera euforia. Hasta veo que sonreí. No. Reí y me asombró escuchar el ruido muy breve de mi risa.” (Pág. 75).
Por supuesto que el temor parte de la realidad conflictiva que refleja prácticamente la no-ternura y la no-gracia aparente de la figura femenina de los años ´60 cuyo problema es independizarse de la mano, del beso masculino que la acaricia ya sin deseo ya sin amor.
            Disfrazando la despedida continua, ese acto debe hacerse pequeño, sutil: “La retiró rápidamente para evitar un roce más prolongado. Adiós.” (Pág. 76).
Los cuentos de Miyó Vestrini sin duda son palabras que aproximan a la reinterpretación de conflictividades principalmente femeninas. A problemas babilónicos de esa imagen de mujer en el texto y al esquema sociológico venezolano del período de los años ´60.
Pero aún así son cuentos sin índole de trascendencia, todo lo contrario a lo que  fueron sus poemas. Son fragmentos poéticos. Vidas de personajes con una sola endecha trágica que los conecta entre sí, sea cual fuese, y les enseña un modo de vida.       Obviamente estos cuentos tienen complejos encantos, pero no escapan de lo anecdótico, de la cotidianidad y sus reproches en los personajes que no saben qué hacer, bueno, unos que otros consiguen su preciada libertad. Debido a esto es que algunos cuentos aportan lentitud y tristeza buscando la reacción simpática del lector.
La formulación de una posible obra deceptiva despierta órdenes psicológicas, sociales, políticas cuyo enigma radica en el mensaje y no en la historia, en el cómo se cuenta. Pone de manifiesto contradicciones o verdades parciales que dan a conocer la “sensación del vacío significativo”. Vacío escondido en la pluralidad de personajes, en el alter ego buscando sentidos en la andrógina ambivalencia que acompaña al narratario.
Es una narrativa que fracasa en sus expectativas de revelarse a la realidad, a un sistema, pero que está cubierta por las inexorables trasformaciones del cuerpo, de la naturaleza humana vista por el ojo femenino que pasa violentamente en espera de su tierna y rigurosa esencia. 

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