martes, 8 de julio de 2014

Persistencia del Desvelo de Hesnor Rivera



PERSISTENCIA DEL DESVELO

Esto es una esperanza. Un cielo
a todas horas lleno de vaivenes.

¿Pero lo sabe el mundo acaso?
¿Sabe si miro ahora con malevolencia
nada más que el centro equinoccial de una lámpara.
O si desde las ciegas ventanas donde acecho
señalo apenas con sigilo
y nada más y por ejemplo el mar?

¿Y sé yo por mi parte si esto
que llega envuelto en estremecimientos
-si esto que viene a estremecer la memoria
no es un viejo fantasma
que se olvidó de olvidar?

Hay que buscar de pronto con la voz y los dedos
las sombras que acumuló la sangre
detrás de los ojos imaginando el sueño.

Porque sólo es posible ver un poco
pasando las miradas a través de la noche.

Ahora bien. ¿Dónde
han quedado entonces las colinas?

¿Dónde el cielo que ayer estaba cerca?
¿Dónde el fuego que ríe
pariendo sus animales sobre la arena?

¿Dónde ha quedado el mar y el mar
del mar y sus demonios con ojos de esponja
que sueltan burbujas de alucinado brillo
para apagar el tiempo de todos los caminos.
Y nuevamente el mar?

¿Dónde la frente con sus alas de polvo
para explorar el fondo del vacío
que se tragó a los ángeles de tantas dimensiones?

Bastan éstas y otras viejas preguntas
para ponerse a recordar días próximos
echado bajo las cosas que dan sombra.
Y los recuerdos bastan

para salir volando por las tardes
hacia el lado contrario del cielo de la tierra

o hacia la tierra antigua de otros cielos.

Para alcanzar en fin el lento bosque
donde sólo se escucha arder la arena
bajo los ojos de pisadas largas
de los monstruos de elegancia sonámbula.


RESPIRACIÓN DE LA MEMORIA

No siempre suele empezar el tiempo
por unas hojas húmedas y unas palabras
recogidas en la soledad de un río inconstante.

Y es así como existen caminos
donde no es posible recordar
hacia dónde se quiso partir.
Y es así cómo se anhela a veces
retener un pedazo de mar
con que orientarse en medio de la tierra.

Todo podría entenderse alegremente.
Todo podría estar frente a su justa sombra.

Pero en las madrugadas donde hay estrellas todavía
y en los inmensos parques donde se queda el viento
como un hombre a quien sólo le resta esperar
no cesan de existir naufragios
que reparten espectros de ademanes turbios
en torno del fuego y de la rosa más honda
por donde ansía respirar la memoria.

Es inevitable entonces estar solo.
Permitir que los sueños remonten la sangre
y hagan cantar o llorar continuamente
desde una ventana abierta hacia los árboles
o en una sombra.

Es inevitable sentirse andando lejos.

Hasta que en una tierra
a donde siempre se está llegando tarde
se abra y caiga el cansancio como una fruta ciega.
Siempre el espacio empieza
por una lluvia que lo apaga todo.

REALIDAD DEL AMOR

¿Qué podré decirte ahora
si no me queda ni siquiera un ángel
con que apagar la sed de tus labios en sombra?
¿Cómo mirarte –cómo tocar tus hombros
si el viento pasa
y se lleva la noche y la memoria
por donde mis sentidos iban seguros de tu cuerpo?

Ya no me queda más que detenerme
y contemplar mi sombra caída en la arena
de donde el mar se empeña en desterrarla.

O tan sólo partir zanjando
con mi mudez la noche.

Andar apenas con las manos
metidas en el tibio olvido
mientras silbo a la estrella más grande
como a un perro.


RESIDENCIA

Yo no sé. Siento y supongo
que hasta esta casa donde me aprieto los ojos
con los dedos que destilan veneno
no debían enviar tantos mensajes
de muchachos que envejecen sin asco
y de niños que mueren sin haber sufrido un poco.

Creo que aspiran convencerme.
Intentan sustraerme de esta ausencia
donde respiro con placer hace tiempo
la luz llena de gases negros
que exhala la cabeza de los duendes alegres
cuando en ella las flores empiezan a estallar.

Pero me molestan
-me obligan a volverme de espaldas
y a esconder la nostalgia en el humo
de los viajes y las bellas catástrofes.

Ni las fotografías de damas que se tocan
con perfumes celestes detrás de las orejas.
Ni los platos con hojas y manzanas
que me anuncian la hora de los cumpleaños.
Ni los vestidos que me toman del brazo
desfilando como ángeles ebrios
para llevarme a los rojos prostíbulos
donde se tumban las copas que quedan bocabajo.
Nada! como no sea una botella de alcohol
con su cortaplumas dentro
y la corbata cosida alrededor del cuello
podría forzarme a levantar esta lápida
donde el meado de las rosas más altas
grabó con tanto amor enigmas.
insolentes en distintos idiomas.

Me mandarán sin duda por el alba
grupos de madres y adolescentes
con avemarías. Piquetes de soldados
que danzan con un santo delante.
Pero en la puerta tengo un árbol
a cuyo alrededor zumban a prisa
los astros con su aguijón de incendio.
Por otra parte el mar está echado en mi calle
como un perro con ojos de esmeralda
cuyo color devora la trémula inocencia.

No tengo que saber sin embargo.
Y aquí estoy mezclando de una vez mis ojos
mis dedos y mi lengua y mis orejas
-los deshago en el fuego que me sirve de lámpara
cuando quiero reconocer los fantasmas
que esperan detrás de las cortinas.
Cuando quiero andar un poco por debajo
de los ríos y encima de las selvas.

martes, 1 de julio de 2014

Hesnor Rivera, el apocalíptico

Por Mélida Briceño
 
 
 La poesía de Hesnor Rivera (Maracaibo 1928-2000) descubre la intima armonía entre la frase y su sentido, sonido y concepto. Es uno de los más grandes sonetistas de la poesía Venezolana, logra impugnar los moldes tradicionales de la lirica a través de una tendencia surrealista que se hace presente con gran influencia en su campo literario.
En busca siempre del origen de sí mismo, de las cosas, y un afán por restituir las identidades desde la memoria poética, reinventa un mundo paralelo en el que apela a elementos de la ficción para recordar y anhelar lo vivido. Participa en la famosa quema de las obras de Udón Pérez (1871-1926) y concluye llevando la ortodoxia métrica a una altísima expresión.
Estamos frente a un autor de vanguardia y su poesía se nutre de varias fuentes, entre autores y tendencias. Se embriagó de las lecturas surrealistas pero los aspectos formales de su escritura, sobre todo el preciosismo de los sonetos, tienen claro anclaje en la tradición española del Siglo de oro: Gongora, Quevedo y el misticismo.
Rivera conocía muy bien la poesía francesa, de ella hay en él esa libertad que privilegia el proceso creador frente al motivo, y también el desenfado del lenguaje y el sentido gramatical, muy del surrealismo.
“Hesnor no era un usuario sino un amante del lenguaje. Del suyo y del de los demás, de la Lengua con mayúscula, en la poesía, en la docencia y en el periodismo, pero también en la conversación y en la lectura. Y si algo enseña su obra –aunque tampoco sea el propósito de la poesía enseñar nada- es la generosidad con la palabra, el acto de amor que es enriquecer el mundo a través de la imagen, la necesidad de escribir intensa y desbordadamente”, expresa su hija, Celalba Rivera Colomina, en una entrevista que le hiciera Valmore Muñoz Arteaga, en julio de 2011, publicada en el blog literario País Portátil.
Por lo tanto, este trabajo constituye una revisión crítica de la poesía de Hesnor Rivera, escrita a lo largo de la década de los 50 y que fue publicada en la década del 60. El objeto de estudio son sus tres primeros poemarios: En la red de los éxodos (1963), Puerto de escala (1965) y Superficie del enigma (1968). Todos publicados en Maracaibo por Ediluz, editorial de la Universidad del Zulia.  Aunque ya desde finales de los años 40 sus poemas aparecían publicados en periódicos y revistas.
A pesar de haber conformado el grupo literario Apocalipsis, prácticamente efímero (1955-1958), se puede decir que es a partir de finales de los años 50 que el poeta logra configurar su obra respondiendo más a actitudes estéticas poéticas que a políticas. El cotidiano encuentro con la ciudad, las pequeñas vivencias y las mujeres amadas, además del persistente retorno al pasado y a la memoria constituyen la temática central en estos tres textos que suman 45 poemas.
El autor fue sumamente prolífico después de estas tres publicaciones. No podemos dejar de mencionar su obra completa, aunque no atañe al objeto de estudio. En los 70 publicó cuatro libros: No siempre el tiempo siempre (1975), Las ciudades nativas (1976), Persistencia del desvelo (Monte Ávila Editores, 1976) y El visitante solo (1978).
En la década de los 80 publicó dos obras: La muerte en casa (1980) y El acoso de las cosas (1982), Los encuentros en la tormenta del huésped (1988). En los 90 publicó sus dos últimos libros, Secreto a voces (1992) y Endechas del invisible (1995). En total, dejó una obra de doce libros publicados a lo largo de cuatro décadas y un poemario inédito: La gramática del alucinado.
Frente a su extensa obra, solo nos referimos en esta oportunidad a los textos más cercanos a la experiencia surrealista que influenció al autor entre esos años 50 y 60, y que además, conforma el periodo crucial del rompimiento con viejos patrones románticos que predominaban en el Zulia en ese entonces, lo que trascendió al ámbito nacional hasta el día de hoy y modificó para siempre la historiografía de la poesía de la segunda mitad del siglo XX.
Su obra es tan importante como la de sus contemporáneos Juan Sánchez Peláez, Juan Liscano y Alfredo Silva Estrada, quienes también se iniciaron en los 50 y se proyectaron hacia las décadas siguientes “con una obra cada vez más sólida que habría de influir en la nueva promoción de poetas, la llamada Generación del cincuenta y ocho. Cada uno desarrolló una línea poética diferente. Sánchez Peláez con marcada influencia surrealista, Juan Liscano dentro del telurismo poético y Silva Estrada más cercano al simbolismo”, cita Carmen Virginia Carrillo, en De la belleza y el furor.
Hesnor Rivera –continúa Carrillo– articula una poética fundacional y Juan Liscano desarrolla lo que él mismo denomina “toma de conciencia telúrica”, mientras que Silva Estrada se proyecta hacia una poética de la valoración estética que da primacía a la imagen poética, sin abandonar ciertos planteamientos de carácter conceptual en sus poemas.
La visión de estos autores estuvo signada por eventos sociales, culturales, políticos e intelectuales que marcaron el mundo entre los 50 y 60. Época en que se favoreció el despliegue de las insurgencias, los movimientos feministas, el Mayo francés, la revolución cubana. Todo este contexto no sólo lleva al deseo de transformar la sociedad sino, desde el punto de vista cultural, orienta el campo intelectual hacia una literatura comprometida.
“El inicio de la postmodernidad ha sido señalado por algunos teóricos a partir de los años 50 y el surgimiento de la contracultura en los años 60. La resistencia que ejercieron los grupos marginales en Europa y América por mantener su autonomía o defender sus derechos frente a las imposiciones de las culturas dominantes y los detentadores del poder, condujo a la creación de contraculturas disidentes (…) en los años 60 la postmodernidad se manifestó en un “campo de fuerzas” donde dialogaban corrientes de pensamientos tan diversas como el marxismo y el psicoanálisis, la Gestalt y el Zen, entre otros”, cita Carmen Virginia Carrillo.