sábado, 25 de enero de 2014

Irrealidad del Hombre

Por Hesnor Rivera



El hombre ama lo irreal, ese mundo en donde, entregada la lógica al azar más puro, toda relación resulta sorprendente. De preguntarnos el por qué de esta apetencia, hallaríamos inmediata respuesta en cualquier explicación psicológica sobre evasión, angustia, frustración, todo en un orden sucesivo que desciende hasta las más improbables –léase bien, improbables– zonas relativas al instinto y al deseo. De preguntarnos el por qué, nos daríamos respuestas tan oscuras e improbables como oscuro e improbable es el mundo que nos mueve a la pregunta. Por otra parte, hay que cruzar tantos límites, limitarse tanto a través de este orden sucesivo de fenómenos, hay que tropezar y asimilar tanto fantasma poco acogedor, para hallarnos de nuevo y de improviso ante el mismo camino de evasión, hay que vivirse tantas veces en calidad de monstruo, de entidad irreal que huye de lo irreal anteriormente entrevisto, que al final resulta más inmediato y “razonable” entregarse de una vez por todas y con todo atenuante de ignorancia e inocencia, a esta extraña apetencia, a esto irreal que nos reclama.

El hombre ama todo aquello que le inspira temor y le hace refugiarse en sí mismo. Hemos escarbado en nosotros buscando un refugio. Un refugio significa una sombra que devora la nuestra y apaga los sentidos a la altura de los resquicios que les dan realidad hacia lo inestable. La muerte es un refugio, es blanda y se la puede amar ligera y fácilmente y el hombre desconfía y huye de las cosas fáciles para caber en ellas es necesario empequeñecerse demasiado.

El hombre ama lo irreal. Todo esto que lo está rodeando: los árboles, las casas, las ciudades, el mar, su propio cuerpo, no son más que proposiciones de la muerte. Fronteras de sombra frente a la rebeldía que aspira y que persiste en lo infinito y absoluto.

Porque lo primero fue abrir los ojos a la luz y encontrar en ella las cosas. Lo primero fue el anhelo de estar y ser en todo. Esto fue lo primero, lo de ahora y lo último.

Sin embargo mucho después que lo primero, mucho después que ahora pero siempre mucho antes de lo último fue necesario engañarse, imponerse como las cosas ciertos límites, prohibirse, negarse, recortar la vida hasta hacerla alcanzar el tamaño de cuanto se eligiera como propio. Recortar la vida por temor a la vida.

El hombre ama todo aquello que le inspira temor y le hace refugiarse en sí mismo. Ama lo irreal porque lo irreal es la vida estando y siendo en todo.

De tal modo que lo irreal es la realidad bien pura y el hombre una realidad en función de amor hacia lo irreal. Resignado a sus límites nada más que una torpe irrealidad, un cuerpo apenas relativo a la sombra y a la muerte.

Panorama 25 de julio de 1957

sábado, 18 de enero de 2014

La alucinada gramática del amor en Hesnor Rivera

Por Valmore Muñoz Arteaga

A ti, Mariela, donde todo comienza y termina alucinadamente


En el bello libro Diccionario de los Sentimientos, José Antonio Marina y María López Penas afirman que el ser humano es un escenario sentiente que no es impulsado por ningún aspecto químico o por conceptos. Las dimensiones básicas de su existir las conforman los infinitos despertares que suponen el contacto con el mundo y sus cosas. Despertar ardiente que hace del ser un destellante jeroglífico sensible. Para ese despertar ardiente y sensible termina siendo necesaria la construcción de una deontología, así lo asegura Michel Maffesoli, cuya base sea la definición del cuerpo desde un saber erótico que ayude a los sentidos a experimentarse y vivirse día a día. Una deontología fraguada a partir de una razón sensible que no le tema al caos, que arrope entre sus brazos intuitivos la posibilidad de un cuerpo, otro, esta vez polisémico, que brote de una racionalidad dionisíaca que ama al mundo que describe. Una gramática para contar las membranas transparentes del caos desde el cuerpo, eso ha intentado hacer el poeta Hesnor Rivera (1928-2000). En los poemas de Gramática del Alucinado, Hesnor intenta esa deontología cantándole al cuerpo desde un cuerpo tejido por la potencia dionisíaca cuyo norte es la anarquía gozosa abierta a la posibilidad de la embriaguez y del júbilo. Un cuerpo con los sentidos abiertos exprimiendo el jugo de la existencia, capaz de llevar lo real a su punto de incandescencia desde una mayéutica ansiosa por una epifanía de lo maravilloso. Esa epifanía no es otra cosa que el amor donde el futuro no existe porque en él siempre se vive un presente virgen, vivo y bello.

Hesnor Rivera murió -de vida- creyendo que el amor era una fuerza extraña, misteriosa, que transforma los besos en un largo hilo de aire que no concluye, que trastorna, que hace y deshace los cuerpos, los vuelve uno y mil al mismo tiempo. Una fuerza ciega que marca el tiempo interno de la piel perforada por palabras provenientes de una lengua que es, al mismo tiempo, conciencia. Una fuerza indómita que arranca brillos domésticos a la serenidad siempre persistente de la noche. Extraña locura que nos contagia sueños ardientes, reiteraciones de amadas que vuelven siempre. El amor en Hesnor es una fuerza que distancia las cosas que acaricia. El amor, así como la poesía, siempre es otra cosa que hace de las cosas otras distintas: estructuras simbólicas del mundo a través de las cuales se hace sentiente la realidad que hacemos mientras nos vamos transformando en algo muy parecido a las sombras.

El amor es otra cosa y para poder explicarlo, Hesnor Rivera ha construido otra gramática, por medio de la cual el ser humano se enfrenta al caos describiendo al mundo desde una racionalidad dionisíaca. Una gramática cuya regla fundamental es establecer un espacio amplio y claro donde la libertad no se pierda más nunca. Una gramática que permita explicar la terrible lucha amorosa desde su belleza brutal hasta su mundanidad morbosa. Hesnor Rivera se despoja de racionalidad asumiéndose como lunático que trastoca todo para encarnar un anhelo infinito dentro de lo finito, puesto que la infinitud no se encuentra fuera del ser humano, sino dentro de él. El ser humano está en algún lugar, pero dentro del lugar, dirá Adonis, y esta agonía incandescente de los límites que establece el tiempo de nuestra existencia. La gramática es sólo tiempo y ya el tiempo, lo había descubierto el poeta años atrás, no siempre suele empezar por unas hojas húmedas y unas palabras recogidas en la soledad de un río inconstante.
  
La gramática tradicional es producto de la racionalidad y, dirá el poeta, “la fría razón toma, entre sus férreas pinzas, a la mariposa de la palabra hablada o escrita, y la diseca hasta sus últimas consecuencias”. Por ello se atreve a proponer otra gramática producto de la endemoniada efervescencia del amor por la palabra, del amor ardiente por la vida, del amor como punto de encuentro entre todos los universos de la realidad, tanto material como espiritual, disolviendo en su fuego secreto todas las posible contradicciones. Una gramática que permita podernos diluir en lo oculto convocando al ser humano a liberarse a partir de la vida cotidiana, puesto que, es la imaginación la que conduce a la conciencia al centro de las vibraciones fundacionales. La Gramática del Alucinado es construida desde la experiencia vital, del amor y de la comunicación activa con las cosas y el universo. Gramática del alucinado o, si se quiere, del enamorado, del amante impenitente que comprendió aquella vieja idea del sufismo, no digo que Hesnor Rivera estuviera interesado en esta filosofía oriental, según la cual el amor es la base que lo sostiene todo en tanto posibilita que el hombre y la mujer superen su individualidad en una unidad en la que siente que ambos son más que ellos mismos, que ambos son la realidad y lo absoluto, la existencia y lo que hay más allá de la existencia. Hombre y mujer serán así la interpretación del otro, manifestado en él, desde él, sobre él, con él, como si fuera él.

En la Gramática del Alucinado el lenguaje está fundamentado en el amor y sólo en el amor. Poemas donde el lenguaje respira desde dentro como si se tratara de un cuerpo fragmentado luego de haber hecho el amor y que, casi como artilugio mágico, comenzara a unificarse. Poemas alucinantes a partir de los cuales el cuerpo, que es lenguaje, se dispersa. Lenguaje que es cuerpo que es amante en la misma medida en que es amante que es cuerpo que se reparte, se dispersa, se disipa dentro del otro cuerpo que también es amante y lenguaje. Amor que ama las cosas sin entenderlas, amor que ayuda a establecer con las cosas una relación de entendimiento, conocimiento y ordenación. Amor que no se dice, amor que se vive. Amor que bebe de la llama secreta oculta en el cuerpo para decirse a sí mismo, imposible de expresar desde la racionalidad de la gramática tradicional, puesto que se encuentra fuera de las fronteras de la razón, fuera del ámbito del lenguaje, allí donde la caricia quema e irrita. Amor loco surrealista que sólo ansía seguir ansiando lo desconocido en su brutal ambición de hacerse uno solo con el misterio y sentir que vive de esa forma en la infinitud de un universo distinto. Hesnor Rivera nos canta desde un amor absoluto el amor absoluto como posibilidad amante para que la unidad perfecta entre cuerpo y alma se realice. Como buen surrealista que no renunció ser, rechazó la dualidad que estableció el Cristianismo entre uno y otra, más todavía refutó el concepto de pecado vinculado con el deseo físico. El amor en Hesnor es placer, la verdad misma del asombro. Recitar los poemas de la Gramática del Alucinado es el pretexto de Hesnor para ayudarnos a acallar todas las voces y que sólo quede una, en este caso, la de la amada que conjuga con los giros gozosos de su cuerpo los nuevos tiempos por venir, en los cuales sólo quedará el ardor impronunciable de tanto comerse sus labios. Los mismos labios, los suyos, dóciles para la ternura del amor que lucen siempre nuevos tras la mezcla de los alientos. 

sábado, 11 de enero de 2014

Tres poemas de Endechas del Invisible desde el ojo de otra lengua

Por Alberto Quero



ENDECHAS DEL INVISIBLE
Hesnor Rivera

Desde hace cierto tiempo
pasan con demasiada frecuencia
frente a la puerta de mi casa
gentes de tan comunes increíbles.

Un anciano y un niño
van hablando
sobre los peligros del sol
cuando el viento se quema
como una tela dorada.
Una mujer muy sola
hace gestos y muecas
de desesperanza
como extraídos de sus sueños recientes.

Los observo y ellos
no pueden verme
porque la tristeza me ha tornado invisible.

Otras veces la noche
arroja sobre las aceras
restos de cosas muertas
pero todavía tibias
que el esqueleto de un astro.

Salgo para respirar
el humo de los amaneceres
parados en la rama de la ventana.

Los vecinos despiertan
y conversan sobre el calor meridiano
-sobre sus menesteres
en los mercados y los malecones
tendidos como bestias azules
a orillas de la falda del lago.

Los contemplo pero no pueden
verme porque la tristeza
me volvió invisible.

Un extraño recuerdo
viene a cantar todas las tardes
desde el suelo del techo.
El canto se refiere siempre
a un viaje -a países
con semblante de montaña náufraga.
Con cabellera
de desierto
que se devora a sí mismo.

Se refiere a un viaje
y a la fiebre del amor contraída
entre las piedras y las ruedas
siempre en llamas
de los inviernos del sur.

Mis amigos oyen
que sollozo en el patio
pero no pueden verme
porque de seguro la tristeza
me ha tornado
para siempre invisible.


ITINERARIO
El invisible sale
subrepticiamente
sobre todo en horas de penumbra:
el amanecer
o el comienzo de la noche impiden
que lo delate su sombra.

(Porque él conserva
todavía su sombra
de llamativos tonos azules
-con olores de tormenta muy próxima)

Para llegar a su destino
da largos rodeos por los suburbios.
Allí ve una vez más a los niños
que ocupan su lugar de antaño
vendiendo hayacas
-tocando de puerta en puerta
la pobreza de la gente
de los Haticos -el desamparo
todavía vigente en las barriadas
donde el hambre da fiebre.

El invisible puede ser visto
por quienes le oyen disertar
sobre poemas -sobre magias
y aventuras antiguas.
Pero por lo común se marcha
repentinamente.

Lo persigue
la maravillosa amenaza del amor
y sus risueños fantasmas.

A mediodía
vuelve a la casa
como siempre más que nunca
enamorado del mundo.
Pero se percata
de que alrededor sus libros
desaparecieron. Se tornaron
invisibles en sus marcos
las fotografías. Y hasta la cama
donde la memoria paría
poco a poco sus sueños
y la imaginación inventaba recuerdos
ya según parece no existe.

Sólo queda el espejo.
El invisible toca
en su superficie el frío
de las imágenes
que para siempre se fueron
-la ceniza de azogue
de un tiempo cuya gran tristeza
también lo ha tornado invisible.

SIN SEMEJANZAS NI IMÁGENES
Entro por la puerta
de tus ojos
-por el techo de tu piel
a los aposentos del deseo
que ya no sé si es tuyo o mío.

Y eres una vez más
la piedra tierna
sobre cuyas membranas teje
mi corazón la tela
de las más rojas ternuras.
Y eres la llamarada fresca
que los astros vierten sobre el sitio
donde los enamorados se aman.
¿Cómo no comprender entonces
la alegría
que hace posible cuando pasas
el nacimiento de los bellos parques?

¿Cómo no entender que crezcan
flores a expensas
de la sed que te cubre mientras duermes?


Ahora mismo cuando acabo
de beber en tu boca
la significación del alba
reaparecen en mis manos de pronto
los nombres de las cosas perdidas
-los números sobre los secretos
de la felicidad más antigua,.
Si te tienes como ahora a mi lado
podré saber con exactitud
el paso de los tiempos
por la forma como giren tus senos.
Sabré de las mareas
-de las migraciones y las cosechas lunares
si abres los labios
y tu lengua me toca.

Dentro de tu boca sin duda
comienza y muere y resucita
una eternidad que no admite
semejanzas ni imágenes.

ENDECHAS OF THE INVISIBLE ONE
Traducidas por Alberto Quero

For quite a while
and rather frequently
people so common that they are incredible,
 walk by before my house door

An old man and a child
go by as they talk
about the dangers of the sun
when the wind gets burned
as a golden fabric.
A very lonely woman
makes gestures and grimaces
in hopelessness,
as they were extracted from her recent dreams

I observe them and they
cannot see me
because sadness has made me invisible.

Other times
it throws on the sidewalks
debris of dead things
but still warm
as the skeleton of an star

I go out to breath
the smoke of the dawns
that are standing on the window branch

The neighbors wake up
and talk about the noon-time heat,
about their duties
in the markets and the piers,
lying like blue beasts
on the side of the lake

I stare at them but they cannot
see me because sadness
made me invisible

A strange memory
comes to sing every afternoon
from the roof bottom
The song is always about
a trip –about countries
with the visage of a shipwreck mountain
With a mane
of a desert
that devours itself

It is about a travel
and about the love fever contracted
between the always flaming
stones and wheels
of the southern winters

My friends hear
that I sob in the patio
but they cannot see me
because sadness
has surely
made me forever invisible


ITINERARY
The invisible one goes out
surreptitiously
especially in the dim hours:
the dawn or the beginning of the night
prevent him from being denounced
by his shadow

(Because he still
keeps his shadow,
one in vivid blue nuances
with the smells of a very near storm)

In order to reach his destination
he rounds up across the suburbs
Once again there he sees the children
that occupy their ancient place
selling hayacas
-knocking on every door
the poverty of the people
from Los Haticos –the helplessness
still lives in the slums
where hunger leads to fever

The invisible one can be seen
by those who listen to him disserting
about poems –about magic
and ancient adventures.
But what is common leaves
suddenly.

The wonderful threat of love
and its cheerful ghosts
chase him

By noon
he comes back home
as always and more than ever
in love with the world.
But he realizes
that his books disappeared around
The photographs
became invisible in
their frames. And even the bed
where the memory used to give birth,
little by little, his dreams
and imagination used to invent memories,
that bed apparently does not exist anymore

There is only the mirror left.
The invisible one touches
on its surface the coldness
of the images
that are gone forever
-the quicksilver ash
from a time whose great sadness
 has also turned invisible.

WITHOUT SIMILARITIES NOR IMAGES
I enter through the door
of your eyes
-by the roof of your skin
I enter the rooms of desire,
one which I no longer know if it is yours or mine

And once again you are
the tender stone
over whose membranes
my heart weaves the fabric
of the reddest tenderness.
And you are the fresh flame
that the stars spill over the place
where those in love, love one another.
Then, how come you do not understand
the happiness
you make possible when you walk by,
in the birth of the pretty parks?

How come not to understand
that flowers may grow on the expense
of the thirst that covers you up
while you sleep?

Right now, when I have just drank
from  your mouth
the meaning of the dawn,
the name of the lost things
suddenly reappears on my hands
-the numbers over the secrets
of the most ancient happiness.
If you stand by my side, as you do now,
I could exactly know
the way time goes by
because of the way your breasts may turn.
I will know about the tides
-about migrations and about moon harvests
if you spread your lips
and your tongue touches me

Undoubtedly, inside your mouth
begins and dies and resurrects
an eternity that does not admit
neither similarities nor images

sábado, 4 de enero de 2014

Las Ciudades Nativas (1976)



Prólogo
José Gregorio Rodríguez


Desde hace 25 años la poesía de Hesnor Rivera ha provocado siempre entre sus lectores un sentimiento unánime de reconocimiento, consecuencia de que Hesnor ha colocado siempre a la poesía por encima de todo. Surrealista ferviente cuando enarbola las banderas del grupo APOCALIPSIS, permanece siempre fiel a la poesía tomada en su sentido tradicional. Comprometido en la lucha contra la dictadura desde el primer momento, será siempre a través de la poesía como se compromete con la historia, porque es la poesía su único modo de expresión y su manera de vivir. no sorprende que tanto sus adversarios como sus incondicionales rompan lanzas en su defensa cuando su nombre o sus escritos queden involucrados en algo, y es porque Hesnor ignora la agresividad y su poesía trasciende bondad. Sus más violentos compromisos, vitales o intelectuales, toman siempre en él la dulzura y la inocencia de su poesía.

Una poesía que mantiene su constancia y genera una evolución también permanente. Armonía, fluidez y transparencia como canales en los que la comunicación poética se establece a la perfección: cada poema capta una luz tan pura que se transmite sin alterarse. Las relaciones fundamentales de la vida inmediata con el agua, el fuego, la luz y los vegetales; un espacio poblado de espejos que reflejan los sueños, una circulación fluida entre los elementos y los sentidos, componen un universo siempre nuevo y siempre idéntico a sí mismo. Cada poema reconcilia el mundo y el sueño.

Permitir que los sueños remonten la sangre y hagan cantar o llorar continuamente.

había dicho Hesnor en 1949, en el poema “Realidad” con el que arranca su primer poemario EN LA RED DE LOS ÉXODOS, publicado en 1963, la primera estrofa de esa “Realidad”:

No siempre suele empezar el tiempo por unas hojas húmedas y unas palabras recogidas en la soledad de un río inconstante.

abre la colección de sonetos de su última publicación NO SIEMPRE EL TIEMPO SIEMPRE (1975).

Ahora son LAS CIUDADES NATIVAS y también EN LA RED…encontramos el segundo poema que le sirve de apoyo: “Ciudad” de 1953:

Un lago en cuya superficie roja bailan reblandecidas de las naranjas abandonadas por los navegantes borrachos.

Pareciera que el poeta está regresando a la soledad de los años que siguen a una destrucción para ir acotando entre paréntesis lo que, al escapar el tiempo, se va convirtiendo en accidente, en circunstancia.

Los poemarios anteriores: PUERTO DE ESCALA (1965) y SUPERFICIE DEL ENIGMA (1968) estaban dominados por la arrogancia poética de un conquistador sin conquista, o al menos

la conquista del caos que organiza a su labor los sentidos,

o por la silueta altanera de un declamador enmascarado que dialoga en el desierto de un mundo de frustraciones con esa “multitud del pasado” que es la fascinación constante de su poesía.

¿Se trata de una relectura del universo, de un texto revelador de la contextura de lo real o es todavía una fabulosa narración que embriaga a golpes de imaginería, de fastuosidad y de ilusiones que combinan y entretejen ficciones y sueños?

¿Este eterno retorno –nueva forma acaso de evasión y de ilusiones– constituye un bello sueño de reemprender un camino donde todo sea legible, donde el “secreto seguro y deleitoso” se manifieste como la coincidencia milagrosa entre el deseo y la acción, la profecía y su cumplimiento, la naturaleza y el lenguaje, la moral del ser y la moral del hacer?

En LAS CIUDADES NATIVAS, Hesnor Rivera, multiplicando las más diversas visiones, introduce al lector en una epopeya de lo cotidiano; despoja al personaje heroico de su indumentaria libresca, de su aureola mitopatriótica, lo cubre con la piel viva de una humanidad dolida (capitán piel de mapa –pelambre de animal brumoso) y lo arropa con el calor de la vivencia en un movimiento épico y oratorio en el que el culto de lo sagrado y el mesianismo profético debaten entre surrealismo y sobrehumanismo. El poeta como un conquistador reúne el espacio y el pasado de la ciudad, reconcilia al extraño y al indígena, lo particular y lo universal. En lugar de volverse exclusivamente al pasado, como pudiera hacerlo creer un vocabulario a veces arqueológico, Hesnor se apoya en el lenguaje de las ciencias modernas, y es el lirismo propio de la modernidad lo que le inspira pasajes vibrantes de la conquista, pasajes en donde vive el libro y, junto a él, la pasión del poeta por la naturaleza, por el conocimiento de la naturaleza, por la conciencia del conocimiento, por el lenguaje de la conciencia y por la importancia del lenguaje.

La soledad, la amargura y la decepción, siempre presentes y expresadas con fuerza, equilibran imágenes de grandeza donde el hastío se suaviza con la fe en los hombres. Siempre evoca la tierra natal, como lejana y próxima a la vez, donde la infancia del mito y el mito de la infancia constituyen el humus de esa tierra, restituyéndonos a un reino del que hemos estado excluidos porque hemos olvidado su misterio y fascinación.

Y es ese misterio y fascinación del universo poético el que nos descubre fascinante y misteriosamente a través del lenguaje. En el juego de estructuras formales, los encadenamientos de términos por su homofonía, los metagramas (paso de una palabra a otra por sustitución de una consonante), las aliteraciones, las figuras etimológicas, versos enteros que constituyen el desarrollo de la modulación de un simple sonido, el juego fonético que coincide con el desarrollo del sentido, provoca armonías que se renuevan constantemente y que evocan siempre la organización dentro del caos. Es como un oleaje de sonoridades sobre el que se superpone una organización compleja de la frase, de la página y del poema todo. las oraciones se encadenan en una progresión que desencaja el formalismo y llegan a adoptar posturas que marginan el paroxismo. La repetición juega un papel esencial: algunos leit-motiv que pertenecen a un poema determinado. A un fragmento preciso dentro de un poema, se repiten a lo largo de un movimiento y llegan a convertirse en el tema de un nuevo poemario o de una nueva visión. En otras ocasiones los movimientos se unen entre sí, hasta el punto de que la idea misma de un fragmento llega a ser finalmente inconcebible. La secuencia de repeticiones y de modulación confiere movimiento a todas las formas que ensaya: sus sonetos son variaciones del versolibrismo que venía siendo su característica. Rumor incesante de un oleaje que parece superponerse infatigablemente, en donde hay, como en las mareas, altibajos, flujo y reflujo.

LAS CIUDADES NATIVAS constituye, podría decirse, una gran fiesta de sonoridades y coloraciones; podría hablarse incluso de una epopeya sin héroes, ni narración, ni mitos de nacimiento de un pueblo, pero en la que multiplican referencias que remiten a la gran epopeya no escrita de la conquista, donde las figuras de Alonso de Ojeda y Ambrosio Alfinger se dibujan a través de las imágenes del poeta en na equivalencia triunfal entre el mundo evocado y el lenguaje invocado. Por una parte Hesnor no cesa de escrutar la realidad de este mundo, y por otra no cesa de evocar los elementos de la escritura y de la voz, la textura misma de las palabras y del mensaje. Una suerte de inventario minucioso de su pasado y del pasado de su ciudad junto al trabajo de un verdadero lingüista que elabora su propia lengua haciendo del lenguaje el objeto mismo de su poesía. Idéntico movimiento que canta el mundo y el poema y que los reúne.


La encrucijada edípica de EN LA RED DE LOS ÉXODOS, la Ítaca tropical de PUERTO DE ESCALA, vistas a través de los sueños de la infancia¨; la desesperanza cantada en las SUPERFICIE DEL ENIGMA, y la fatigante labor fabricadora de NO SIEMPRE EL TIEMPO SIEMPRE, desemboca en LAS CIUDADES NATIVAS, en la embriaguez de un provenir casi angustiado y exhausto que llena con nostalgia el vacío de un sueño, que muerde con protesta la esperanza de una reconciliación con las grandes fuerzas de un mundo en donde la poesía nostálgica quedará unida a los temas de la conquista y del progreso.


Las ciudades nativas


            Todavía los árboles y el aire.
La techumbre hasta entonces vegetal
de los barrios sueltos como animales
mansos entre ardientes xerófilas
–entre nidos de serpientes aladas
y mosquitos más finos que las hebras
de tejer las heridas del terror persistente.
Todavía el primer mundo entrevisto
estaba negro como las ruinas
de aquellas otras ruinas
de una ciudad recién quemada
por el fuego que se empolla y empluma
entre las piedras crepitantes del lago.

            El primer mundo chapoteaba cautivo
en las fibras minerales del parto
que enlutó con esplendor las fuerzas
de los ámbitos nuevos.
Los seres descolgados intactos
de las tablas más delgadas del tiempo
vieron caer del fondo de la tierra
–sobre la yuca y el maíz bordados
con los pelos del sol fijo en su sitio–
el chorro de la gracia sombría. Las lluvias
de petróleo que instalaron la noche
entre cielo de verdad y el cielo
amarrado por las patas y el cuello
al plato de la soledad en la casa.

            Bajo el cuero de las selvas hervían
los relámpagos (el baño fabricado
con óxidos funcionaba en el centro
de las hierbas con pezuñas altísimas).
Los lirios cavernarios hervían
desovados por docenas sus bulbos
olorosos a venenos y a fiebres
(la cocina pintada con el polen
Dicotiledóneo de las bestias flotantes
Guisaba mariposas de peltre).

            Bajo la hermosa descomposición de los reinos
sobre cimientos de fulgores errantes
nacía la ciudad moribunda. La ciudad
que amamanta con las ruedas del hambre
la fortaleza posesiva del siglo.
Nacían las ciudades nativas –las puertas
y las calles de salir al vacío
brotaban de la nada del bosque.
Se esponjaba el caos. Sus feroces costumbres
invitaban a vivir tenazmente
y a morir con tenacidad muy adentro
de la pasión que engulle a grandes trozos
la entraña misma de sus círculos –el círculo
vicioso de la muerte continua.

            Lejos –afuera de los embrujamientos
encandilados como conejos lívidos
por los latidos de la memoria a solas.
Más allá de la zona donde se libraban
alucinantes guerras entre el gas y los pájaros
el hombre nadaba enamorado más
que nunca del espacio y del vértigo.

            La velocidad bajaba y ascendía
como un astro sin timón por el viento
–expandía en imágenes de impacto
su perfume llameante y engordaba
por el dorso el filo de sus armas
de piel hecha con alcoholes nevados.

            Afuera –alrededor el hombre se agrupaba
en zonas de migración contrapuesta.

            La soledad paseaba por encima
sus fardos de arcángeles envueltos
en membranas de mecates y alambres.
Los paseaba muy bajo vertiginosamente
para confundir hasta en ponerles máscaras
de lujosas comarcas a los ciclos del tiempo
–al mecanismo de los rayos en celo
Que regulaban a control remoto
La historia de las multitudes más íngrimas.

            Desde entonces ocurre que el círculo
es cuadrado como la canción de un ciego
–como el ojo del perro cuando anuncia
Las apariciones de las ánimas solas.
Como un taburete. Como el olor del ajo
y el alcanfor que envuelve en los baúles
las pertenencias de los antepasados.

            Desde entonces ocurre que primero
entra un camello por el ojo de un rico
que los que trabajan por el ojo del cielo.
Que primero entra por el reino una máquina
que un solitario por el ojo del reino.

            Lo demás era no obstante y otra vez el círculo.
El comienzo de un fin previo al comienzo
de otro fin antepuesto
al comienzo de algún largo pasado.
Era la cola de color de la infancia
mordiéndose en la sombra el plumaje
multiplicado de las necesidades
sin fondo de la vida en familia.