sábado, 8 de marzo de 2014

Poemas a la Amada... hoy, día de la mujer...

Por Hesnor Rivera

Mujer sentada en la playa mirando la luna de Jean Pierre Moreno


El amor es uno de los temas frecuentes en la poesía de Hesnor Rivera (1928-2000). En sus poemas, y de manera casi sistemática, el poeta nos cuenta sobre un amor absoluto realizado por medio de la unidad perfecta entre alma y cuerpo. Hesnor, quizás era una posición vital muy personal, rechazó toda escisión establecida entre cuerpo y alma negando toda idea que revitalice cualquier concepción de pecado original y enalteciendo mágicamente todo lo vinculado al deseo físico. El poeta encarnó el más antiguo deseo de los surrealistas que se centraba, no sólo en escribir poesía, más bien, en vivirla desde el cuerpo como puente comunicante con el universo.

Por ello, entre las presencias más latentes en su poesía está la de su amada. Una mujer infinita, de otra raza, que seduce y nos arrincona oscuramente a estar para siempre y en todas partes amando. Una mujer incandescente, ardiente, profunda que vive desnuda en la posibilidad siempre constante de contarnos, entre la efervescencia del tiempo de otro tiempo, las distintas mutaciones del fuego. Nos acaricia sutilmente y esa caricia nos transfronteriza, nos ubica en un espacio intermedio entre lo conocido nunca conocido y lo desconocido que nos arropa con su aliento enigmático. Una amada que brinda su cuerpo como escenario inigualable para abrirnos a la experiencia insólita de conjugar con nuestra sangre todas las distintas desapariciones. Una amada distinta a todas que besa y en sus besos se aprenden a divisar "las grandes poblaciones nómadas que se buscan sin descanso como yo en su silencio". Una amada que va y viene, que no suelta, que aprisiona, que nos viste con fogosas pieles que dan sed, que despiertan el hambre en nuestro cuerpo, habitación silente, domicilio de sombras donde todo se llama como ella se llama. Ella sólo ella y nadie más. 


Retorno de la bella
De Superficie del enigma (1968)

Si vuelves sobre tus pasos oh! Bella
teme la caída de la piedra infernal.
Teme la muerte -has caído en sus redes
oh! Más bella que el sueño de un león de farándula.

Piedra infernal te has vuelto y caes.
Piedra del ojo –oh! Bella tú no has muerto
y en el retorno silba como un gas tu mirada
llamando a tu sombra porque ladra a lo lejos.

Tenías un orificio de sol entre las cejas.
¿Sucumbirías. Caerías como un cristal
bajo el peso de las lámparas por donde
como un ídolo sanguíneo la ciudad circula?

Oh! desde entonces más bella que la memoria.
Más bella que la bestia encantada que alimentas
no traspongas tu imagen. No traspongas la noche
que tocan tus miradas con sus puntas de joven arcoíris.


Signos de la Amada
De Los Encuentros en las Tormentas del Huésped (1988)

¿Cómo saludar la forma
de tus palabras si nunca
hablaste. Si te mantenías
-como la sencillez de la eternidad-
en silencio? Adiviné
que tu presencia debía pertenecer
al centro del tiempo de otro tiempo.
a la inutilidad de un mundo sólo
comprensible para la extravagancia
de mi nostalgia constante.

Y estabas cerca como enseñándome
países que jamás conociste
-ciudades donde las neblinas
tenían como estrellas las flores.
Tenían como puro sortilegio
De evitar la solicitud del abismo
simples fórmulas de la soledad
como las visitas a domicilios distantes
-casas amigas donde se cultivaba
desde la antigüedad el hábito
de organizar las cosas según
la inevitable duración de las noches.

No hablabas y sin embargo
al lado de tus ademanes radiantes
-al lado de tu gracia de piedra
cuando apenas los volcanes la inventan.
Al lado de tus sueños como
de tempestad inmemorial recién salida
del aire. Junto a los latidos
de tu extraña conformidad de víctima
pude entender que hay que enfrentarse
sin más armas que la palabra a la muerte.

Converso desde entonces a solas.
Me interrogo entre las dobles paredes
de los aposentos amoblados
por la imaginación y la memoria
sobre experiencias insólitas. Sobre
heroicidades protagonizadas
por quienes leen sin dificultad tu tiempo
que es el de mis referencias más sólidas.

Y ahora cuando pretendo
descifrar conversaciones comunes
no entiendo. Deduzco apenas
que me hablan de comarcas perdidas.
De grandes poblaciones nómadas
que se buscan sin descanso
como yo en tu silencio.

Por eso ahora si me preguntaran
cómo se podría llamarte –cómo
era el otro tiempo de los tiempos.
Como eran los indicios. Ni siquiera
me atrevería a responder
que todavía en realidad existes.


De los cuerpos y los pasos
Poema inédito escrito el 29-11-1997

                                   A Miyó Vestrini, mi amiga,
                                   en  los seis años de su muerte.

A medida que veo pasar el tiempo
más de prisa mientras menos vivo
pierdo la memoria
de cuanto más he amado.

Me sorprendo en cambio contemplando
los navíos los carros los aviones
de un viaje que no sé
si emprendí hace mucho
o que todavía
posiblemente no emprendo.

Por lo demás no me percato
De los rostros –de las cabelleras,
de los cuerpos y los pasos
que pudieran ser los tuyos
o los míos en otros sitios
donde no alcanzo sin duda
a reconocerte. Donde no logro
ni siquiera reconocerme a mí mismo
distante como vivo de los recuerdos
sin que me sienta recorriendo
las direcciones y las rutas
de algún porvenir donde el viento
por ejemplo de cualquier manera
es sin duda
la parte del movimiento
azul del cielo.
Donde el alma deje
de ser el peldaño del espejo
que se pierde en otros
con profundidades de abismo.

¿Cómo podré entonces
sonreír –atreverme a preguntar
por las señas de tantos seres
perdidos como yo en los laberintos
de los días. Muertos o desaparecidos
a pesar de los ecos que laten
o de los ladridos de ternura que escucho
-a pesar de tanto amor
Flotando todavía como polvo
de ruinas en las calles.
Frente a las puertas y ventanas
de las casas donde se entrecruzan voces
de una existencia inubicable?

En la medida en que persisto
en reconstruir lo que posiblemente
no ha existido
o lo que asoma su cabeza informe
de caballo o de bestia
para siempre sin nombre
comiéndose a mordiscos
la falda de las doncellas
de alguno de los muchos
mundos desconocidos que nos perturban
a diario para que les demos
con exactitud un sitio.
En igual medida retrocedo
y al mismo tiempo avanzo
y veo sin cesar por eso
multitud de veces los mismos detalles
que desconozco cada vez con más fuerza.

Tú entres ellos juegas
a que rejuvenezca a expensas
de mis propios olvidos –a expensas
del milagro improbable
de que hasta en esta extraña sombra
en que me debato vuelva
a verte y te nombre
-vuelva a verme nombrándote
para que crezcan de nuevo
con esplendores siempre frescos
los muslos de las flores.
Otros árboles con apariencia de lámparas.
Más bosques con sus mares adentro.
Pequeños ríos de sonrosados ojos
de sierpe alucinada. De gato
que se cae del techo
de la constelación donde vives.

Oh! Inagotable discurso
de la nada que se puebla
con los rostros y las cabelleras
del fuego frío de esa otra nada
que se cubre con la ropa de la desnudez
de los pálpitos repetidos
-pero siempre distintos-
por el amor de la noche.
Por la libertad de la noche.
Por la libertad de la noche.

El amor y la libertad
y la belleza por los que muero
jurando y gritando
que son una sola y misma cosa
-una sola palabra
para inventar el triunfo
contra la luz horrible de la muerte.


Tratado sobre la mezcla de los alientos
De Gramática del Alucinado (Inédito)

Cuando veo detrás de mis ojos
el giro de la humedad de tus labios
mis sentidos gritan
como pájaros fugitivos en la jaula.

Te sujeto entonces por las alas
de las rodillas – las rodeo
con mis manos como con lianas
florecidas en un fondo marino
para que no vueles. Para que no te vueles
de la red de arena
donde debe retenerte, mantenerte
el deseo. La necesidad
de que estés quieta pero devorada
por el mismo desasosiego mío
que no se sacia con el agua
de la sed de tu boca.
Ni siquiera con el aire de tempestad
de tus palabras
bebidas en la profundidad
de tu garganta cuando todavía
no alcanza a pronunciarlas.

Ni te tumbes de espalda
contra la puerta de la saciedad
que podría sumergirte en la llama
sagrada de la noche. La noche, la noche
regada como un olor sobre los órganos
renuentes a dormir. Disuelta
como el polvo blanquísimo de la sangre
cargada de metales preciosos
para que el corazón repique
las campanas de sus barcos – los guíe
sobre las marejadas que suben
desde tus muslos desnudos
hasta mis costillas mis clavículas
mis vértebras locamente
iluminadas por el faro de los malecones
del más largo deseo.

Para que no te vueles. Para que no te vueles
y desaparezcas otra vez por entre
las rendijas del alba concebida
por un hálito de cobertores violeta
- o por entre las ramas y las hojas
de la intermitencia
de tu respiración en el instante
en que más debo retenerte
mantenerte cautiva por el cuello
y por los hombros hasta sentir
cómo palpitan en tus venas
los pensamientos y los recuerdos
que bajan de tu cabeza
para alumbrar los laberintos
- ¡Oh! Paredes con cortinas celestes –
de las desapariciones de antaño.

Cierro la salida de tus alas
construidas y vueltas a construir
por la paciencia angelical de la noche
(la noche la noche) por la sedosidad
endemoniada de la noche
que continúa juntándonos sin duda
para que sea yo quien desaparezca
- quien sucumbe sobre tu cuerpo
como un navío que naufraga
en la madera de los bosques
del origen – en las selvas de las pasiones
trashumante y con cara
de pequeños animales sonámbulos.

Mezclemos nuestros alientos ahora
para que el día se detenga
donde todavía no empieza
y el temblor de la inagotable fatiga
tome más significado
que los que caben en las palabras
con que tejen y entrecruzan
sus pálpitos y palpitaciones el amor
 y la muerte para siempre.

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