Por Hesnor Rivera
Mujer sentada en la playa mirando la luna de Jean Pierre Moreno |
El amor es
uno de los temas frecuentes en la poesía de Hesnor Rivera (1928-2000). En sus
poemas, y de manera casi sistemática, el poeta nos cuenta sobre un amor
absoluto realizado por medio de la unidad perfecta entre alma y cuerpo. Hesnor,
quizás era una posición vital muy personal, rechazó toda escisión establecida
entre cuerpo y alma negando toda idea que revitalice cualquier concepción de
pecado original y enalteciendo mágicamente todo lo vinculado al deseo físico.
El poeta encarnó el más antiguo deseo de los surrealistas que se centraba, no
sólo en escribir poesía, más bien, en vivirla desde el cuerpo como puente
comunicante con el universo.
Por ello, entre las presencias más
latentes en su poesía está la de su amada. Una mujer infinita, de otra raza,
que seduce y nos arrincona oscuramente a estar para siempre y en todas partes
amando. Una mujer incandescente, ardiente, profunda que vive desnuda en la
posibilidad siempre constante de contarnos, entre la efervescencia del tiempo
de otro tiempo, las distintas mutaciones del fuego. Nos acaricia
sutilmente y esa caricia nos transfronteriza, nos ubica en un espacio
intermedio entre lo conocido nunca conocido y lo desconocido que nos arropa con
su aliento enigmático. Una amada que brinda su cuerpo como escenario
inigualable para abrirnos a la experiencia insólita de conjugar con nuestra
sangre todas las distintas desapariciones. Una amada distinta a todas que besa
y en sus besos se aprenden a divisar "las grandes poblaciones nómadas que
se buscan sin descanso como yo en su silencio". Una amada que va y viene, que
no suelta, que aprisiona, que nos viste con fogosas pieles que dan sed, que
despiertan el hambre en nuestro cuerpo, habitación silente, domicilio de
sombras donde todo se llama como ella se llama. Ella sólo ella y nadie más.
Retorno de la bella
De
Superficie del enigma (1968)
Si vuelves sobre tus pasos oh! Bella
teme la caída de la piedra infernal.
Teme la muerte -has caído en sus redes
oh! Más bella que el sueño de un león de farándula.
Piedra infernal te has vuelto
y caes.
Piedra del ojo –oh! Bella tú no has muerto
y en el retorno silba como un gas tu mirada
llamando a tu sombra porque ladra a lo lejos.
Piedra del ojo –oh! Bella tú no has muerto
y en el retorno silba como un gas tu mirada
llamando a tu sombra porque ladra a lo lejos.
Tenías un orificio de sol
entre las cejas.
¿Sucumbirías. Caerías como un cristal
bajo el peso de las lámparas por donde
como un ídolo sanguíneo la ciudad circula?
¿Sucumbirías. Caerías como un cristal
bajo el peso de las lámparas por donde
como un ídolo sanguíneo la ciudad circula?
Oh! desde entonces más bella
que la memoria.
Más bella que la bestia encantada que alimentas
no traspongas tu imagen. No traspongas la noche
que tocan tus miradas con sus puntas de joven arcoíris.
Más bella que la bestia encantada que alimentas
no traspongas tu imagen. No traspongas la noche
que tocan tus miradas con sus puntas de joven arcoíris.
Signos
de la Amada
De Los Encuentros en las
Tormentas del Huésped (1988)
¿Cómo saludar la forma
de tus palabras si nunca
hablaste. Si te
mantenías
-como la sencillez de la
eternidad-
en silencio? Adiviné
que tu presencia debía
pertenecer
al centro del tiempo de
otro tiempo.
a la inutilidad de un
mundo sólo
comprensible para la
extravagancia
de mi nostalgia
constante.
Y estabas cerca como
enseñándome
países que jamás
conociste
-ciudades donde las
neblinas
tenían como estrellas
las flores.
Tenían como puro
sortilegio
De evitar la solicitud
del abismo
simples fórmulas de la
soledad
como las visitas a
domicilios distantes
-casas amigas donde se
cultivaba
desde la antigüedad el
hábito
de organizar las cosas
según
la inevitable duración
de las noches.
No hablabas y sin
embargo
al lado de tus ademanes
radiantes
-al lado de tu gracia de
piedra
cuando apenas los
volcanes la inventan.
Al lado de tus sueños
como
de tempestad inmemorial
recién salida
del aire. Junto a los
latidos
de tu extraña
conformidad de víctima
pude entender que hay
que enfrentarse
sin más armas que la
palabra a la muerte.
Converso desde entonces
a solas.
Me interrogo entre las
dobles paredes
de los aposentos
amoblados
por la imaginación y la
memoria
sobre experiencias
insólitas. Sobre
heroicidades
protagonizadas
por quienes leen sin
dificultad tu tiempo
que es el de mis
referencias más sólidas.
Y ahora cuando pretendo
descifrar conversaciones
comunes
no entiendo. Deduzco
apenas
que me hablan de
comarcas perdidas.
De grandes poblaciones
nómadas
que se buscan sin
descanso
como yo en tu silencio.
Por eso ahora si me
preguntaran
cómo se podría llamarte
–cómo
era el otro tiempo de
los tiempos.
Como eran los indicios.
Ni siquiera
me atrevería a responder
que todavía en realidad existes.
De los cuerpos y los pasos
Poema
inédito escrito el 29-11-1997
A Miyó
Vestrini, mi amiga,
en los seis años de su muerte.
A
medida que veo pasar el tiempo
más de
prisa mientras menos vivo
pierdo
la memoria
de
cuanto más he amado.
Me
sorprendo en cambio contemplando
los
navíos los carros los aviones
de un
viaje que no sé
si
emprendí hace mucho
o que
todavía
posiblemente
no emprendo.
Por lo
demás no me percato
De los
rostros –de las cabelleras,
de los
cuerpos y los pasos
que
pudieran ser los tuyos
o los míos
en otros sitios
donde
no alcanzo sin duda
a
reconocerte. Donde no logro
ni
siquiera reconocerme a mí mismo
distante
como vivo de los recuerdos
sin que
me sienta recorriendo
las
direcciones y las rutas
de
algún porvenir donde el viento
por
ejemplo de cualquier manera
es sin
duda
la
parte del movimiento
azul
del cielo.
Donde
el alma deje
de ser
el peldaño del espejo
que se
pierde en otros
con
profundidades de abismo.
¿Cómo
podré entonces
sonreír
–atreverme a preguntar
por las
señas de tantos seres
perdidos
como yo en los laberintos
de los
días. Muertos o desaparecidos
a pesar
de los ecos que laten
o de
los ladridos de ternura que escucho
-a
pesar de tanto amor
Flotando
todavía como polvo
de
ruinas en las calles.
Frente
a las puertas y ventanas
de las
casas donde se entrecruzan voces
de una
existencia inubicable?
En la
medida en que persisto
en
reconstruir lo que posiblemente
no ha
existido
o lo
que asoma su cabeza informe
de
caballo o de bestia
para
siempre sin nombre
comiéndose
a mordiscos
la
falda de las doncellas
de
alguno de los muchos
mundos
desconocidos que nos perturban
a
diario para que les demos
con
exactitud un sitio.
En
igual medida retrocedo
y al
mismo tiempo avanzo
y veo
sin cesar por eso
multitud
de veces los mismos detalles
que
desconozco cada vez con más fuerza.
Tú
entres ellos juegas
a que
rejuvenezca a expensas
de mis
propios olvidos –a expensas
del
milagro improbable
de que
hasta en esta extraña sombra
en que
me debato vuelva
a verte
y te nombre
-vuelva
a verme nombrándote
para
que crezcan de nuevo
con
esplendores siempre frescos
los
muslos de las flores.
Otros
árboles con apariencia de lámparas.
Más
bosques con sus mares adentro.
Pequeños
ríos de sonrosados ojos
de
sierpe alucinada. De gato
que se
cae del techo
de la
constelación donde vives.
Oh!
Inagotable discurso
de la
nada que se puebla
con los
rostros y las cabelleras
del
fuego frío de esa otra nada
que se
cubre con la ropa de la desnudez
de los
pálpitos repetidos
-pero
siempre distintos-
por el
amor de la noche.
Por la
libertad de la noche.
Por la
libertad de la noche.
El amor
y la libertad
y la
belleza por los que muero
jurando
y gritando
que son
una sola y misma cosa
-una
sola palabra
para
inventar el triunfo
contra
la luz horrible de la muerte.
Tratado sobre la mezcla de los alientos
De Gramática del Alucinado (Inédito)
Cuando veo detrás de mis ojos
el giro de la humedad de tus labios
mis sentidos gritan
como pájaros fugitivos en la jaula.
Te sujeto entonces por las alas
de las rodillas – las rodeo
con mis manos como con lianas
florecidas en un fondo marino
para que no vueles. Para que no te vueles
de la red de arena
donde debe retenerte, mantenerte
el deseo. La necesidad
de que estés quieta pero devorada
por el mismo desasosiego mío
que no se sacia con el agua
de la sed de tu boca.
Ni siquiera con el aire de tempestad
de tus palabras
bebidas en la profundidad
de tu garganta cuando todavía
no alcanza a pronunciarlas.
Ni te tumbes de espalda
contra la puerta de la saciedad
que podría sumergirte en la llama
sagrada de la noche. La noche, la noche
regada como un olor sobre los órganos
renuentes a dormir. Disuelta
como el polvo blanquísimo de la sangre
cargada de metales preciosos
para que el corazón repique
las campanas de sus barcos – los guíe
sobre las marejadas que suben
desde tus muslos desnudos
hasta mis costillas mis clavículas
mis vértebras locamente
iluminadas por el faro de los malecones
del más largo deseo.
Para que no te vueles. Para que no te vueles
y desaparezcas otra vez por entre
las rendijas del alba concebida
por un hálito de cobertores violeta
- o por entre las ramas y las hojas
de la intermitencia
de tu respiración en el instante
en que más debo retenerte
mantenerte cautiva por el cuello
y por los hombros hasta sentir
cómo palpitan en tus venas
los pensamientos y los recuerdos
que bajan de tu cabeza
para alumbrar los laberintos
- ¡Oh! Paredes con cortinas celestes –
de las desapariciones de antaño.
Cierro la salida de tus alas
construidas y vueltas a construir
por la paciencia angelical de la noche
(la noche la noche) por la sedosidad
endemoniada de la noche
que continúa juntándonos sin duda
para que sea yo quien desaparezca
- quien sucumbe sobre tu cuerpo
como un navío que naufraga
en la madera de los bosques
del origen – en las selvas de las pasiones
trashumante y con cara
de pequeños animales sonámbulos.
Mezclemos nuestros alientos ahora
para que el día se detenga
donde todavía no empieza
y el temblor de la inagotable fatiga
tome más significado
que los que caben en las palabras
con que tejen y entrecruzan
sus pálpitos y palpitaciones el amor
el giro de la humedad de tus labios
mis sentidos gritan
como pájaros fugitivos en la jaula.
Te sujeto entonces por las alas
de las rodillas – las rodeo
con mis manos como con lianas
florecidas en un fondo marino
para que no vueles. Para que no te vueles
de la red de arena
donde debe retenerte, mantenerte
el deseo. La necesidad
de que estés quieta pero devorada
por el mismo desasosiego mío
que no se sacia con el agua
de la sed de tu boca.
Ni siquiera con el aire de tempestad
de tus palabras
bebidas en la profundidad
de tu garganta cuando todavía
no alcanza a pronunciarlas.
Ni te tumbes de espalda
contra la puerta de la saciedad
que podría sumergirte en la llama
sagrada de la noche. La noche, la noche
regada como un olor sobre los órganos
renuentes a dormir. Disuelta
como el polvo blanquísimo de la sangre
cargada de metales preciosos
para que el corazón repique
las campanas de sus barcos – los guíe
sobre las marejadas que suben
desde tus muslos desnudos
hasta mis costillas mis clavículas
mis vértebras locamente
iluminadas por el faro de los malecones
del más largo deseo.
Para que no te vueles. Para que no te vueles
y desaparezcas otra vez por entre
las rendijas del alba concebida
por un hálito de cobertores violeta
- o por entre las ramas y las hojas
de la intermitencia
de tu respiración en el instante
en que más debo retenerte
mantenerte cautiva por el cuello
y por los hombros hasta sentir
cómo palpitan en tus venas
los pensamientos y los recuerdos
que bajan de tu cabeza
para alumbrar los laberintos
- ¡Oh! Paredes con cortinas celestes –
de las desapariciones de antaño.
Cierro la salida de tus alas
construidas y vueltas a construir
por la paciencia angelical de la noche
(la noche la noche) por la sedosidad
endemoniada de la noche
que continúa juntándonos sin duda
para que sea yo quien desaparezca
- quien sucumbe sobre tu cuerpo
como un navío que naufraga
en la madera de los bosques
del origen – en las selvas de las pasiones
trashumante y con cara
de pequeños animales sonámbulos.
Mezclemos nuestros alientos ahora
para que el día se detenga
donde todavía no empieza
y el temblor de la inagotable fatiga
tome más significado
que los que caben en las palabras
con que tejen y entrecruzan
sus pálpitos y palpitaciones el amor
y la muerte
para siempre.
Con sublime dolor y destellos de desesperación, siempre hermoso.
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