sábado, 30 de noviembre de 2013

Nunca a menudo todo el tiempo.


Nunca a menudo todo el tiempo es un poema inédito de Hesnor Rivera escrito en 1996 para un libro que se habría llamado Gramática del Alucinado y que continúa sin editarse. Hoy lo mostramos desde la voz de la poeta Cinzia Ricciuti, una voz profunda, una voz que parece que llevara cada palabra del poema de paseo por los túneles hambrientos de la noche donde, eventualmente, Hesnor Rivera suele habitar cuando no está de juerga con alguna invisibilidad imposible.  Aquí les dejo el vínculo que los llevará, a través de la voz sedosa de Cinzia, hacia el mundo maravilloso de los tiempos de otros tiempos de Hesnor Rivera.
 
 
 A Cinzia Ricciuti la puede hallar, si tiene suerte, respirando detrás de alguna de las palabras de su blog Verdades que Asoma

sábado, 23 de noviembre de 2013

El mundo fantasmagórico de Hesnor Rivera*

Violeta Rojo
@violetred



Debo hablar del mundo fantasmagórico de Hesnor Rivera, poeta apocalíptico, al que amaron mujeres que “de seguro han muerto”, habitante de “un país que destruyó la niebla”. En sus poemas hay gente horrible “como la bondad lamentable”, cuyos “antepasados marinos tenían ramas en los ojos marchitos, alas en los dientes heridos, garras en la muerte tatuada”; vive en una ciudad construida con “piedra infernal, piedra de ojo”, en la que “la muerte anda entre las rosas del patio”, tiene “el pecho agusanado de los callejones sin salida”, y “se desangra tendida sobre los racimos de bananas”; en ella hay mujeres con “muslos de serpiente acuática” que gritan “como un lobo en el alba”, y el amor “de entonces era apenas algo semejante a una estrofa de fantasmas lineales”. Me gustaría hablar de sus éxitos, de sus logros, pero debo hablar de sus fantasmas; debo hablar de sus sombras y no de sus luces.

Hay otro problema. No sé quién fue el verdadero poeta, no lo conocí, sé poco de su poesía. Lo que sé de él lo aprendí en Cadáver exquisito de Norberto José Olivar, así que prefiero hablar del Hesnor de Norberto, porque un personaje de novela termina siendo más cercano que cualquier persona y solo en la novela están las grandes verdades de la vida.

Hesnor se enfrentará al espejo. “El horror del espejo, incesante espejo” del que habla Borges. Allí estarán sus monstruos y sus fantasmas. El día que el Hesnor de Olivar sale de Maracaibo rumbo a Chile, Hesnor no se puede mirar en el espejo porque un terremoto lo rajó de parte a
parte. No floreció el lirio de agua, doña Hilaria no era la Dama de Shallot, así que no contempló el yelmo ni la pluma, no miró hacia Camelot pero sí a un Maracaibo en el que la gente aterrada se suicidaba y una camioneta daba tres vueltas en el aire. Se abrieron grietas, se desató un aire helado y un fraile enloquecido proclamó el apocalipsis. Hesnor dice: “Mi país rumia en secreto/el agua de los desastres/desencadena los dientes de las alas y rumia/los dientes que desangran”. Pudo haber escrito: “Al soplo huracanado del levante, /los bosques sin color languidecían; /las aguas lamentábanse en la orilla”, pero eso lo escribió Tennyson muchos años antes.

Hesnor se enfrenta al espejo. Nada se refleja, hay que llenar ese vacío que lo horroriza. Debe convertirse en poeta. Siendo poeta el espejo mostrará una imagen, la poesía lo salvará del silencio de la muerte sin trascendencia. Pero eso no es fácil. Sabe que convertir los hechos en poesía se paga con la vida. Le dicen que para entrar a Mandrágora (no es de extrañar que el grupo se llamara como la más mágica de las plantas) debe hacer un pacto demoníaco porque “era la única manera de vivir auténticamente en libertad, sin ataduras, sin frenos, si no se sentía capaz sólo sería un tonto aspirante a surrealista y su escritura jamás sería trascendente”. Esa noche Hesnor sueña que escribe un soneto sobre un poeta al que el demonio le dicta unos versos. Se despierta, escribe las palabras soñadas y en ese momento sabe “que el pacto está firmado y sellado en esas pocas líneas”.

Al volver de Chile, Hesnor se encierra en un cuarto alquilado en El Milagro porque no quiere faltar a la promesa de que volvería famoso y rico. Ve “un lago en cuya superficie roja/bailan las cabezas reblandecidas de las naranjas/abandonadas por los navegantes borrachos”. Le falta un perro, pero no lo tendrá. Se va a Bogotá y vuelve convertido en el personaje que doña Hilaria pensaba que debía ser. Convertirse en un personaje de ficción es su sino de allí en adelante. No será él sino una máscara tanto el poeta surrealista como el don Juan, el profesor, el director de periódico. Debió decirle a doña Hilaria: “Madre ya no hay héroes. No hay cerezos/floridos ni niños con vestidos rojos/Los marinos y los extranjeros no traen en sus bolsos nieve ni pequeñas campanas./Madre: no hay arena en el viento y mueren los hermosos caballos”. Pero eso lo escribe años después.

Hesnor se mira al espejo y ve a aquel con quien hizo el pacto. “El huésped abre memorias heridas de soledad por entre cuyas ruinas viene a silbar como un fantasma el viento”.

Hesnor se enfrenta al espejo. No ve alguien que entró en Mandrágora, no ve al hombre que escribe una magnífica poesía. Otra vez no ve nada. Debe llenar ese espejo vacío. Piensa que después de la muerte no habrá recuerdo. Necesita relevancia, pero también necesita compañía. Junto a sus compañeros de Apocalipsis (no es de extrañar que el grupo tuviera nombre de fin del mundo) jura un pacto de muerte: “Si aspiramos a que nuestra poesía nos sobreviva, camaradas, no podemos dejar que nos domestiquen, hagamos un pacto de muerte ahora mismo, es la única manera de preservar nuestro trabajo y salvarnos”. Nos dice Olivar que no se habla más, el acuerdo es “sin palabras, sin actas, sin firmas. Cada uno elegiría su momento y su forma”. La poesía llega pero los miembros del grupo van desapareciendo, ahogados por el alcohol, muertos por su propia mano, escondiéndose de los demás, abandonando la literatura, que es otro tipo de muerte.

Hesnor se enfrenta al espejo. Solo ve un monstruo, el monstruo es la poesía por la que se firman pactos de muerte, signa a los que se dedican a ella, “para ser poeta hay que bajar al infierno, hay que pagarlo con la vida”. La poesía se paga con dolor, locura, muerte. Es un monstruo, el que lo acecha en el espejo.

Hesnor se enfrenta al espejo. Es “silencio de espejo sin alma”. Demasiados pactos. En el espejo no hay nada, no logra ver todo lo que ha logrado. Espera “desnudo, mientras duerme la muerte tras el espejo”. Hesnor, César David, Miyó, Atilio, Laurencio, Néstor y Régulo queman los libros de Udón Pérez. No es un acto surrealista (podría haberlo sido), sino una limpieza poética. La gente no se escandaliza, con lo cual el acto surrealista queda fallo. Pero Olivar piensa que la quema hizo que “Udón Pérez fuera exhumado ese día y ahora deambula con los
fantasmas de Apocalipsis por la maltrecha historia del parnaso local”. Abdón Antero no se inmutó, sólo pensó: “Me ladra y me muerde la burda ironía/Los canes hidrófobos de los Aristarcos.”

Hesnor se mira al espejo, ve al hombre encantador que enamora a mujeres que “llegan desnudas tras el espejo de una soledad incandescente”. Su “sonrisa tenía alojada en su blancura los ornamentos y los espejos de la geografía de la muerte”.

Hesnor se enfrenta al espejo. Solo ve a un poeta. No se da cuenta de que es un espléndido poeta, no percibe sus imágenes fulgurantes. Necesita forjarse su propio mito porque cree que la poesía sola no salva del olvido. Se encarga de un periódico y pasa a ser “El poeta” oficial de Panorama. Construye su propia leyenda, méritos no le faltan, los tiene y muchos. Pero él sabe que será “el espejo enterrado en esta tierra baldía que voy siendo”.

Hesnor se enfrenta al espejo. Ve al fantasma de un hombre que se ha hecho amigo “de un rey monstruoso”, de la potencia destructora, comprende que su obra “es un dique de contención para aplazar la catástrofe. Que es un organizador de la catástrofe”.

En alguna ocasión Hesnor encuentra un fantasma en Bogotá. “Estaba revestido con el cadáver de la Duquesa que tocaba el piano frente a la chimenea. Fue durante un pequeño baile donde mujeres de diferentes naciones me hicieron dialogar con la sombra que me arrancaban las llamas”.

Hesnor se enfrenta al espejo. No entiende qué hace allí. Solo encuentra “los espejos ubicados como sombras delirantes en los pasillos ya gastados de la memoria”.

Hesnor y los de Apocalipsis van a París y escriben un cadáver exquisito con Louis Aragon y con André Breton. Nunca sabremos si es delirio, parte de la leyenda o verdad. No sabemos si unos franceses los embaucaron. No sabremos nunca si aquel Breton que parecía un guía de museo del surrealismo era el propio André. Yo puedo imaginarme que a partir de esa visita y ese vino y ese cadáver, Breton escribió: “Me dicen que allá las playas son negras/De lava encaminada a la mar/Y se extienden al pie de un inmenso pico humeante de nieve/Bajo un segundo sol de canarios salvajes”. Ese día cierran Apocalipsis. “Poco a poco, distantes como estamos/sube el olvido por nuestros sentidos/o baja la ilusión saltando tramos/por la escala interior de los olvidos”.

Hesnor se enfrenta al espejo. “Hay días como hoy que me acuesto sin cenar, escribo y remiendo, y me miro en el espejo y busco, siempre busco y no sé”. En el espejo ahora se refleja el doble monstruoso, como lo llamaría Víctor Bravo: por una parte poeta, por otra voceador de su propia elegía. “No hay monstruo que no tienda a desdoblarse, no hay doble que no esconda una monstruosidad secreta”, dice René Girard.

Hesnor se enfrenta al espejo. Ve al hombre que ha convertido en noticias a los platillos voladores, al fin del mundo y a los iluminados que lo predicen. Sabe que ahora cruza los dinteles “como si cabalgara sobre el espinazo de un demonio”. Recuerda a Octavio Paz cuando dice que “el monstruo es la proyección del otro que me habita”. El espejo refleja a un monstruo. Se da cuenta que el peor miedo no es a la alteridad, sino a la interioridad.
Hesnor se enfrenta al espejo. Ve un fantasma. El poeta luciferino ya no es él. No sabe que será reconocido, admirado y que se le harán homenajes como el de hoy. Su propia leyenda es su fantasma. Se ha quedado solo en una casa solitaria. Solo los gatos lo acompañan, protegiéndolo “contra los fantasmas de los primeros diluvios”.

Hesnor se enfrenta al espejo y da “buenos días a mis fantasmas transversales… (sí, a esos, a los del final del espejo)”. Porque no siempre los fantasmas y los monstruos son horrendos, pueden ser también “la maravillosa amenaza del amor/y sus risueños fantasmas”.

Hesnor pierde a la mujer que ama. Sus amigos dicen que “parecía un fantasma en esa casa solitaria”. Se mira en el espejo, solo hay murmullos. “Ahora sólo me refugio en esa/sombra de voces que se vuelve espejo/cuando en mi voz hay agua de tristeza”.

Hesnor se enfrenta al espejo. Es un viejo. Tiene su “hora ante el espejo”, esa que a todos nos aterra porque nos dice qué somos, qué seremos y lo que ya nunca podremos ser, esa que nos muestra “qué vida tan larga que se acerca”.

Hesnor se enfrenta al “espejo perfumado con las hojas de un buitre/Los espejos de la cabellera que te oculta las alas”. Normalmente nunca llega tarde, “pero es que hay veces que se tarda en el espejo buscando”.

Hesnor se mira al espejo, ve que lo espera la muerte, se acuerda de los apocalípticos, a los que recuerda en un “un huerto de fantasmas con plumaje de hortensias” y piensa que “fuimos desde entonces fantasmas/-nada más que fantasmas-”. Hesnor se mira en el espejo. Ve miles de Hesnor, son todos los personajes que construyó. Yo miro al espejo de Hesnor y no sé si veo a Hesnor, a los personajes que él construyó para sí, al personaje que Norberto construyó para
él, o al que yo construyo para ustedes. Todos son fantasmas y hemos sido testigos de la muerte de “alguno de los bellos fantasmas”.

Ya no hay quien se mire, pero como diría el maestro Hesnor Rivera: “Sólo queda el espejo”.


 [*] Ponencia de Violeta Rojo durante el homenaje al poeta Hesnor Rivera organizado por la Universidad Católica Cecilio Acosta UNICA, la Dirección de Cultura de LUZ y la Fundación Teatro Baralt. También publicado en la revista digital País Portátil

sábado, 16 de noviembre de 2013

Apuntes de un Resucitado



Desafortunadamente para el estudio de la historia de nuestra poesía, el mundo de Apocalipsis está cubierto por una espesa mitología que dificulta, en muchos casos, poder ver con claridad el devenir del grupo y del movimiento surrealista venezolano. Tanto sus miembros como los que estuvieron muy cerca de ellos parecen haber acordado una especie de pacto: mantenerse invisibles más allá de la tristeza. Historias van y vienen, se cruzan, se contradicen, se desdibujan y vuelven a ir y venir complacidas de su etérea condición poética. Allí deambulan los fantasmas de lo que fue y no fue haciéndose membranas de una memoria colectiva. Fantasmas que bajan –o suben– para escupir vértigos sobre esa memoria colectiva que, para variar, parece que no existe.

Los arqueólogos de la palabra buscan con cierta desesperanza armar el rompecabezas. Escarban entre el misterio para señalar certezas. Partir de lo que “aparentemente” fue y desde allí hacer un arqueo histórico que aclare tratando de no oscurecer. Dentro de esas “aparentes” realidades se encuentra el proyecto editorial del grupo: Caballito del Diablo. Proyecto que arrojó un libro, el único del grupo, Paraíso de los Condenados de Régulo Villegas. Sin embargo, ese hecho real, comprobable, verificable, arrojó otro misterio. En el libro de Villegas se anuncia la aparición del que habría sido el primer libro de Hesnor Rivera: Apuntes de un Resucitado. El libro no apareció.

Los Apuntes de un Resucitado es el libro que recoge los primeros poemas de Hesnor Rivera, aunque, dudo mucho que entre sus páginas hubiese incluido Presencia, un poema dividió en tres secciones publicado en la revista Letras y Artes de la Universidad del Zulia en diciembre de 1949. El poemario quedó concluido en 1953, dos años antes del nacimiento de Apocalipsis y que, seguramente, cuenta con los poemas que escribió en su experiencia colombiana, incluyendo, claro está, Silvia. La pregunta que seguramente podría asaltarnos es por qué siendo Hesnor el de mayor experiencia de los apocalípticos y siendo el líder y motivador del grupo no fue su texto el que diera inicio al proyecto editorial. La respuesta es imposible de hallar. Aunque podríamos especular hasta que nos hagamos harapos de suposiciones. ¿Por qué decidieron abrir con el poemario de Régulo Villegas? No lo sé y, en verdad, poco importa.

Algunos de los poemas que se pensaron para ese libro los conocemos. Fueron publicados en En la Red de los Éxodos (1963), Superficie del Enigma (1967) y Persistencia del Desvelo (1976), entre los que podemos destacar: Realidad, Ciudad y Maniobras de la Fábula. Un poemario de alta factura surrealista compuesto antes de Fiat Lux de José Lira Sosa y casi paralelamente a Elena y los Elementos de Sánchez Peláez. Sin embargo, no sabemos qué otros poemas formaron parte de esa frustrada publicación.  Silvia, por ejemplo, fue escrito el 23 de enero de 1953, en esos mismos días terminó los poemas Paisaje y Repaso a la Inocencia. Silvia y Paisaje aparecieron diez años después en En la Red de los Éxodos, mientras Repaso a la Inocencia lo haría en Persistencia del Desvelo. El resto de los poemas del frustrado libro pudieron ser los que mostramos a continuación.


Retorno de la bella
Si vuelves sobre tus pasos oh! Bella
teme la caída de la piedra infernal.
Teme la muerte -has caído en sus redes
oh! Más bella que el sueño de un león de farándula.
Piedra infernal te has vuelto y caes.
Piedra del ojo –oh! Bella tú no has muerto
y en el retorno silba como un gas tu mirada
llamando a tu sombra porque ladra a lo lejos.
Tenías un orificio de sol entre las cejas.
¿Sucumbirías. Caerías como un cristal
bajo el peso de las lámparas por donde
como un ídolo sanguíneo la ciudad circula?
Oh! desde entonces más bella que la memoria.
Más bella que la bestia encantada que alimentas
no traspongas tu imagen. No traspongas la noche
que tocan tus miradas con sus puntas de joven arcoíris.

Cielo de las hogueras
Una oscuro paraíso en el árbol
busca la noche cuando el sol de plata
se sacude y suelta una liviana estrella.
Cielo es tu muerte. Cielo de cornalina
donde podría una muchacha cantar
-poblar el mundo con un golpe de palmas.
Cuando el vagabundo pisa el umbral
muere el alba para todos los pueblos. Mueren
las hermosas naciones. Las banderas alumbran
la soledad y gimen con más dolor que un perro.
Un barco construido en la tarde
oh! amada te alumbrará los ojos.
Las ramas del océano. Las hogueras del bosque
-lo desconocido que se esconde en el agua
cuando los días huyen. Los rostros encendidos.
Y entonces cuando te pregunten el origen
ya habrás enmudecido. Ya habrás soltado
los animalillos de tu fiesta amorosa.
Ya habrás caído –ya habrás caído a orillas
de todos los cielos con sus luces en marcha.
Los cielos que se abren como sangrientas flores.

Transeúnte del fuego
Tengo todos tus terribles nombres.
Gira todavía la fiera como eclipse sin freno.
No es el bosque tu sexo. No es el mundo
tu pecho de manzano brillante como las islas.
Oh! tú que has sido por ti sola la ciudad de la noche.
Toma el pan bajo el amparo fantasmal de tus ojos.
y entonces la oscuridad devora las grandes antorchas.
Tomo el sueño por tu cuerpo que de inmediato crece
como un lago de rostros habituados al caos.
Porque no acercas tus muslos de serpiente acuática
y tus hombros han perdido se hermandad estelar
creo en la espantosa soledad de la tierra.
Creo en el sueño que me insulta como un águila rojo.
Ah! cómo tu sombra muerde ferozmente a la soledad
Cómo queman en la noche tus ojos de dios náufrago.
Sólo ese nombre oh! limbo cruel trae el descanso
Trae la pequeña lluvia sobre los desiertos
donde todo lo que cae es ternura.

La bestia sucesiva
Te arrastras por debajo de un río de serpientes.
Una bestia menos apacible te exprime los senos
con que podías iluminar a veces y dar muerte.
Te apagas –oh! lecho de volcán. Oh! extraña- en tus deseos.
Fue en la costa donde aúlla un astro solitario.
Fue en el bosque donde la astromelia encanta a los navíos
o en el sueño donde el cielo es un hombre con un perro
que le asigna a los árboles un duende desolado.
No es posible recobrarte entonces. No es posible
mentir ni desmentir los combates monstruosos
que dejan en los párpados un gusto a gritos o legiones
vencidas y un dolor que no es tuyo y esa imagen.
Pasas rendida sin embrago. Pasas gritando
como un lobo en el alba. Y siento desprenderse mis labios
y mis manos como extrañas hojas porque ruedan muy lejos
con la tierra que cae hacia las bestias muertas.

Ebriedad de las lámparas
Yazgo ahora en un país
que brilla entre las hierbas.
Bajo el bosque no hay danzas
amorosas. No hay ojos de carbón
para la fiebre que recorren los dioses.
Los dioses más impuros que un hongo.
Más altos que la palma de amarrar
a las aves oceánicas.
Pero el infierno de repente aproxima
sus murallas de brazos ululantes.
Y surgen de un sollozo tus labios.
Surgen de una piedra de fulgor tus alas
de tiniebla como unas manos
en la hermosa tempestad de las noches.
Como un sollozo de tus labios
que eclipsan con su sed a las lámparas.
Como una piedra de fulgor que me golpea el rostro
cuando bates tus manos. Surges tú
de la queja fulgurante que derrama mi herida.
Desconozco este paisaje que descubro a diario.
La soledad revela inútilmente el génesis
de los festines negros donde el amor es blanco
y la tierra es una pobre alfombra
del color de un fantasma.
Te suelto de mi largo corazón oh! amada.
Pregunto ¿dónde brilla como un fruto sagrado
tu corazón? ¿Dónde ha muerto
que los dioses del bosque te nombran
y se beben la danza del clamor de tu nombre?
Yazgo ahora como en mi propia sombra
sobre el sueño. Cierro mi sangre
-quiero el torrente que alimentan mis ojos.
No te encuentran y han leído
las cartas infernales. Han visto
caer muy lejos como flechas los astros.
No te encuentran y allí mismo
tú surges más rara que la noche.

Memorias de tu huída
Partías a recobrar las piedras
de naufragio del ídolo que iluminaba
como un ojo de bestia a los bosques
delirantes oh! mortal donde ardías.
Hubo un tiempo en que hasta el águila
de garras marítimas y hasta el lobo
que fingía devorarte los sueños
alimentaban tu sangrante extravío.
Sostenían con ecos de dolor
Tu cuerpo terriblemente puro.
Partías sobre la memoria. Crujieron
los espejos de carbón. Los espejos
perfumados con las hojas de un buitre.
Los espejos de la cabellera que te oculta las alas.
La orilla de las lámparas siniestras
como las lagunas te cercó los labios.
Y no había para la fatiga de tu voz
un cielo de palmeras rojas
ni un huerto de fantasmas con plumaje
de hortensias que apagara la sed
del laberinto que bebía en tus ojos.
Oh! mortal. Partías sobre un césped
que eclipsa la ebriedad de los soles.
Desde entonces retornas. Traes
en la frente y en los hombres alaridos
profundamente abiertos como anémonas
sembradas por los dedos de un pájaro.
Traes en los senos la mirada
de las fieras solares que acosaron
la tiniebla de tu amable naufragio.
Retornas oh! mortal. Retornas y partías.
Crujen las paredes de tormenta.
Las paredes traspasadas de músicas
de antigüedad tangible. Las paredes
de espaldas que hostiga la vigilia.
El centro de las lámparas rompe la sombra
y flota y se hunde sobre el mundo
tu cuerpo como un témpano. Oh! despojo
del ídolo. Oh! bella de cien muertes.
Hay un tiempo en que hasta el mar
de garras de leopardo y hasta el sueño
dan vueltas en torno a tu regreso
porque en la noche brillas como un bello relámpago.
Y una vez más la bestia abre
las ventanas al alba. Arroja
su lamento contra el cerco del bosque
donde las nostalgias resucitan
al desolado corazón de tu olvido.

Combates del amor
Desde tus hombros se aprestan
a saltar sobre el amor los monstruos.
Sobre el amor de labios de archipiélagos
blancos salta el viento que derraman
las linternas de un océano en calma.
Sobre el amor de vientre de león
devorador de estigmas salta la noche.
-salta y crece la noche como un árbol
del cielo. Contra su esmalte de animal
brillan de improviso tus hombros.
Toco tu cuerpo –tu cuerpo suave
como el césped de una aldea en la lluvia.
Y mis dedos atraviesan de un grito
la red de las hogueras que lo encubren.
Pero en el fondo hay ese río
-hay ese lago siempre que despliega sus garras
y penetra como un silbo de demonios
por el cauce de mis largos oídos.
Hay esa fauna de la sangre pintada
con ceniza de flores desaparecidas.
Hay esa flora de secretos designios
para que mis sentidos caigan como antorchas
entre los hambrientos fantasmas.
Es entonces cuando saltan sobre mis hombros
las águilas de la noche y del viento.

Medianoche
Veo en las ventanas tu rostro.
Tu rostro extraído de las aguas tiembla
como un pez con las cortinas.
Con la llama que sube y el olvido que cae.
Detrás –siempre detrás ondea
la medianoche invicta. Déjame contemplarla
-escucho apenas por su hocico de greda
el silbo de los días que devora.
Déjame contemplarla –escucho nada más
que el sollozo de los muertos
que de seguro sacan por encima
de la sombra sus garras de naufragio.
Oh! alucinante vestidura. Oh! lecho
de los maleficios. Te contemplo
-veo debatirse entre tus dientes
la ciudad amorosa que hace tiempo
se vestía con un ramo de soles.
Veo los patios convertirse en hogueras
cuyas piedras hablan de ardientes
sacrificios. Y a lo lejos dan vueltas
los caminantes de enternecida altura.
Buscan sus sombras y se pierden
de los sitios que aman. Pero ellos
cuentan frente a la pared del fin
la historia escarlata de sus miserias.
Y la miseria eleva por encima de todo
su bandera agujereada como el mundo.
Me pregunto: con seguridad ¿es ésta
La terrible población del amor?
Muy cerca anda el vacío. El eco
de los pasos cuando voy y vengo
enlazando la fibra de los días.
Muy cerca cae y me aprisiona
el círculo embrujante de las lámparas.
Yazgo frente a las ventanas donde
tu rostro tiembla como la sed y el sueño.
Y correo la medianoche frente
a tus cien rostros de mareo.
Déjame contemplarla –palpo las manos
que desde la sombra vienen a cerrarme los ojos.
Y mis dedos reconocen al sesgo
el perfume de los asesinos.
Reconocen el fulgor de la soledad
de los desconocidos. Reconocen el sabor
a flores y humedad de tierra de la muerte.
Déjame contemplarla –veo a los animales
de otro tiempo vigilar las huertas del viajero.
Veo a las mujeres sollozar aun cuando
el atardecer se puebla de misteriosos pájaros.
Y el viajero no existe porque un ómnibus
de fuego lo llevó tan lejos que apenas
con un grito de crueldad podía
defenderse de los dioses
-se repartían a mordiscos su sombra.
Pregunto: ¿es el amor este combate de piedad?
Veo en las ventanas tu rostro.
Sólo tu rostro porque la medianoche
como la fiebre sube por tu cuerpo.
Y ahora espero solamente que hables
oh! amada para sentir que entonces
resucitan las horrorosas fábulas.
Has hablado
y sobre mi cuerpo se pasea como un buitre
que sangra la medianoche invicta.

Mediodía
Cuando se desprenden de un lado
de la noche las sagradas crines
de la miel –oh! navío de tulipán
que saltas y saltas entre grandes párpados.
Oh! navío de miel suelta como una crin nocturna
Abro los párpados y respiro
Por el ojo meridiano del sueño.
Cuando se desprenden –sólo
cuando se desprenden vírgenes sanguíneas
como esquirlas de un astro salto
con velocidad entre las noches
hacia los mediodías navegantes del ojos.
Entonces las campanas se incendian
porque un río les toca entre los muslos
la hierba furiosamente roja del ángelus.
Una montaña en sus cimientos
de animal se dobla bajo el peso
de la tempestad distante que proyecta
sobre los torrentes tu fulgor de sombra.
Y nuevamente el sol mezcla
sus pulpos en el fuego y el agua.
Rompe sus panteras de junco.
Gasta como una tela espolvoreada
de lucientes insectos la pelambre
de sus caballos lentamente amorosos.
La puerta se abre hacia la danza
de los monstruos que se bebe la arena.
La puerta se abre hacia la arena
donde crece el día como un árbol
que danza sus propias garras.
La puerta se abre como una garra
-como un día y como una danza y huyo.
Huyo a llamarte y por mi ser te llamo.
Te llamo por mi cuerpo como a través de un túnel.
¿No es éste el ámbito infernal
donde la rosa del embrujo oh! Bella
vuelve a borrar sus dedos de perfume
y ahoga su diapasón marino
de miradas que transforman al mundo?
Cuando se desprenden
-sólo cuando se desprenden
como las alas de una bestia las sienes
vuelan mis sueños y mi cuerpo.
Vuela la bestia por el cielo
nocturno que tu sombra ilumina.

Tempestad de los soles
Los caminantes señalan con cruces
la arena donde sus cabezas
reposaron los sueños. Entonces
un solo cementerio con sus hierbas
y sus lechosas altas como un faro sangriento
superaba en nostalgia los más puros océanos.
Un solo cementerio era el mundo
porque desde sus charcos de ceniza
todavía suben como extraños pájaros
los astros primeramente azules
y al final mucho más tristes que un silbido en la noche.
Una y otra vez los caminantes te buscan.
Todo lo precedo por las soledades
cuyo conjunto en sucesivas túnicas
resguardan un ámbito mortalmente embrujado.
Yo alcanzo a descubrir tus contornos
cálidos como las orillas de los lagos
del alba –te descubro a través de las redes
traslúcidas que te aprisionan. Oh! pez del cielo.
Oh! amada de las islas secretamente
Ocultas bajo el ala de un bosque.
Te buscamos en las aguas rojas de la noche
porque en ellas tu cuerpo como un ídolo
en llamas dispara hacia todos los desvelos
posibles las amorosas lámparas.
¿No es aquel sol por compasión perdido
desde que abandonaste tu infancia
la memoria sobre cuya ternura caen
las tempestades con sus garras de antorcha?
Te contemplo. Ahora sobre las torres sangras.
Lloras sobre las murallas que rodean
como perros con alas a un enjambre
de fantasmas para siempre muertos.
Sollozas doblemente por el salto
de tus senos que describen
sobre los suburbios parábolas llameantes.
Te llamas piedra de cien ojos.
-Me llamo ronda de los ojos que aman.
Te llamas agua de los labios que corren
-Me llamo rito de los labios del agua.
Desde tus ojos y tus labios vuelan
como ángeles de hueso los antiguos desvelos.
Tu nombre logra que mis sentidos
suban como un bosque donde anidan
las águilas vivientes del relámpago
que niega y te descubre de pronto.
Y pasan sobre mi rostro como ráfagas
de tu propio perfume los lejanos días.
Una y otra vez los caminantes huyen.
Corren sobre el relente de los espejismos
donde sus sombras crecen tal como a la luz
de los atardeceres de una amada provincia.
Saltan por encima de arcoíris que queman.
Por encima de inocentes bestias
que paren a ras de tierra las monstruosas
flores –sus ofrendas mágicas.
Pero la ciudad persiste detrás de sus pisadas.
Alza escombros y organiza sacrificios
terribles cuya humareda encubre
para siempre la noche. Quema
sus huertos de banderas y de pececillos
embriagados de fuego. Mueve
hacia los astros sus engendros amantes.
Te buscamos. Siempre te buscamos.
Por encima de nosotros se presiente una lámpara.
Siempre tu rostro recortaba no lejos
una ventana por donde como el viento
retornen a sus sombras los soles extraviados.

Reportaje de la Zona de los Espantapájaros
La serpiente se desenvuelve como el grito de un río
devorado por el ojo de las momias errantes.
La serpiente saca un ala de sus fauces de helecho.
Y es entonces cuando la tierra describe lentas órbitas
como un pájaro profundamente herido en la piedra del canto.
Nunca el viento semejante a las lunas de la selva
deja de arrastrar pedazos de eternidad en llamas.
Nunca en la ventana muere ese fantasma
de savia transpirante que se asfixia y se asfixia
y hace fulgurar sus quejas como banderas ebrias.
Detrás del rojo y azul de sus garras
la estrella no termina de caer en el agua.
La estrella no derrama sus payasos de arena
y vuelve y la contemplo –no es mi muerte esa estrella.
La órbita cruza por el lecho de los espantapájaros.
No es el océano ni el cielo de las sirenas árticas.
Allí el sexo combate como un piano de alondras.
Allí la esponja canta como el fruto de un gallo.
Allí la cicatriz es más noble que un rabo de lagarto.
He aquí la historia de la zona que se desconoce.
La zona donde el agua es el fuego. Donde
el amor se bebe como un vaso de perdidos relámpagos.
La piedra en el comienzo era el ojo. La piedra
se movía suavemente sobre un césped alado.
La piedra en el comienzo era el sol de las noches
y había cabelleras abiertas como naipes de sueños
señalando en la sombra sus tesoros sagrados.
El río se desenvuelve como el grito de una serpiente
devorada por la reina de los ojos nocturnos.
Pero nunca por la ventana entra la eternidad
con el viento de llama. Nunca ese fantasma
termina de beberse con sus garras la estrella
que da vueltas y es roja y es azul y no cae.
Vuelve y la contemplo –no es mi muerte este sueño.

Transparencia
Pero los días en que el sol sale alegre
como dispuesto a contar los secretos de un bosque.
Los días en que un árbol en los parques
es algo más relativo a los caminos
y a la lluvia que apaga los barcos en el mar.
No es necesario tener una ventana donde apoyarse
para sentir que el olvido
respira detrás de los ojos.
No es necesario anhelar ni tener nada.
Todo consiste en abrir hacia la luz la sangre.
En arrancarle unas llamas a la tarde.
Todo consiste en dejar que la estrella
se niegue a abandonar la arena
donde estuvo descansando la noche.
Y en el extremo más distante de una mirada entonces
la vida queda sola y pequeña
como una ciudad llena de cosas.

Apuntes de un resucitado
La noche abre las compuertas de los paseos amorosos.
Tu sombrilla es el techo de la ola de un mar atardecido siempre.
Déjame acariciar tus mejillas. Toco tu verdadero nombre –me has mentido.
Esa calle con aceras de tulipán se incendia.
La llama sube al repecho de la ventana. Canta una balada de sangrientas peleas.
Esa calle la trajo un marinero antiguo enamorado de los laberintos de coral.
Sin embargo tu piel brilla todavía. Tus cabellos
siguen la curva de tu espalda. Deslizan subrepticios meteoros.
Te encontré cuando ocultabas en tu seno la carta del noctámbulo
-está escrita con sangre. Llevo esta lámpara de altamar en las manos
Para leer todas las lágrimas sobre todo cuando la medianoche
Mueve hacia el sur su cola de dragón sigiloso. Su plumaje de bestia sagrada.
Ese parque con árboles negros tiene alas debajo de la hierba.
Cuando vuela hacia donde el diluvio ahoga praderas nunca vistas
los muertos entrechocan sus huesos y una vez más hay música.
Ese parque lo tejieron en el alba mujeres de luto.
Sonreían mientras los guerreros buscaban en el humo sus patrias.
Déjame acercar mis oídos a los tuyos. Escucharé el olvido.
Venías a contarles tu vida a los nativos que devoran luciérnagas.
Ellos lo abandonaron todo cuando el viento redujo a mariposas las hojas de plátano.
Cuando el rayo decapitó a los asnos hechizados por las altas palmeras.
Tus hermanos se quedaron en el bosque jugando con ardientes naipes
Cuando juntaste los retratos de todos y partiste sin llanto.
La pared tiene por dentro campánulas de un bosque inexistente.
Ellas le alumbran el rostro al caminante que golpea las puertas.
Pregunta por el nombre de un país que ya ha muerto en la memoria
pero donde sin duda los fantasmas saciaron para siempre el hambre.
La pared encubre a los ancianos de las guerras cuando esconden vasijas de oro.
Se organiza alrededor del caballo que se quedó en el centro después del asalto.
Después que los cujíes dejaron de alegrar los patios con sus cascabeles.
La noche desconoce los arcos. Los pasajes sin nombre.
Aposta a los mendigos bajo acacias cuyo follaje rojo los aísla del agua.
Corta máscaras azules para el rostro del viejo seductor.
Cuando te vayas tu sombra todavía pura permanecerá en el césped.
Yo la tomaré para llevarla a los solares donde murió mi infancia.
Cuando mueras tu sombra se poblará de hortensias y relámpagos.



sábado, 9 de noviembre de 2013

La amada en los sonetos de La Muerte en Casa

Por Otto Rincón

Fotografía de Malena Low

No está objetivamente descrita la amada que aparece en muchos de los sonetos de La Muerte en Casa. Por ejemplo, en ninguna parte se dice que tiene los ojos verdes o negros. Es más: en ninguna parte se dice –siguiendo con el ejemplo– que los tiene “como” el mar o la noche. Es decir, no está descrita objetivamente ni comparada con la realidad, no está real ni metafóricamente.

¿Vio el poeta a la amada? Dice una vez: “así te conocí”. Pero dice muchas veces: “amada nunca vista”, “presencia nunca vista”. Sin duda, el poeta vio a la mujer, pero fue desplazada por otra imaginada. Pudo más la imaginación que la realidad. Y así, la presencia de la mujer concreta se transformó en la ausencia de la mujer amada. Pudo más la ausencia que la presencia. La ausencia es una “fiel presencia” que no puede ser descrita de ninguna manera.

Es muy distinta la mujer idealizada, propia de los filósofos, de la mujer imaginada, propia de los poetas. La primera no se busca en este mundo porque está en el mundo platónico de las ideas eternas. Mas la segunda se busca porque, por lo menos una vez, estuvo en este mundo. Hesnor Rivera la busca, no en el mundo exterior ni en el tiempo futuro, sino en el mundo interior y en el tiempo pasado.

La posibilidad de reencontrarla afuera o en el futuro no es más que una tímida esperanza. Dice: “se me llamaras”, “si regresaras”, “si quisieras volver”, “cuando te vuelva a ver”. Tímidas esperanzas que hacen más desolada la desesperanza. ¿Y qué pasaría si la reencontrara? “No te conoceré”, “si te acercas, ya no podré reconocerte”, “no podré, en donde estés, reconocerte”, “será muy tarde”. Y es que la imagen real de la amada se ha multiplicado en infinitas imaginaciones. Y espejos ebrios han deformado aquella imagen inicial. La proliferación imaginativa le ha hecho perder la huella de la amada. Le ha hecho perder la realidad de la amada y, también, toda la realidad. El mundo real existe, pero se ha vuelto tan caprichoso y anárquico como la imaginación misma. Por eso: “el cielo hoy huele a brillo de naranjas”. “tus sueños rojos, amarillos”, “sol negro”, “fuego verde”. ¿Cómo localizar y determinar, aprehender y captar, dentro de tal contexto real, la imagen verdadera de la amada? La separación entre lo real y lo imaginario, entre la verdad y la mentira, desapareció. Todo es real. Todo es imaginario. Todo es verdad. Todo es mentira.

En el fondo de esta historia de amor, y seguramente de toda historia de amor, trabaja y actúa un amor general más grande que cualquier amor particular. Un amor que nos lleva a enriquecer lo real y verdadero con los imaginario y lo falso. Que nos impulsa a crear y poblar al mundo con infinitas Dulcineas y que transforma los molinos en gigantes, las acciones ridículas en gloriosas, las locuras en heroicidades y los Sancho Panza en Quijotes. Y más allá, en el fondo de este amor general, trabaja y actúa el eterno empeño del hombre por deshacer cuanto lo limita y ser libre.

Lo característico y original de este caso es que Hesnor Rivera no es el dueño y señor de su imaginación. La imaginación es la dueña y señora de Hesnor Rivera. El poeta no quiere ese laberíntico mundo irreal y falso, pero la imaginación, pregunta tristemente por las cosas sencillas que acompañaron su vida: “Dónde está, en realidad, aquella casa?, “¿Dónde aquel patio?” “¿Dónde la alcoba rota?”. No encuentra alrededor nada “con que adentrarse al mundo de las cosas”. Continúa preguntando: “¿en dónde están los otros?”, “¿dónde aquel perro?”. Y finalmente: “¿dónde la muerte?”. La pobreza es extrema. “Nada quedó”, es decir, nada de lo real quedó para el poeta y todo se lo tragó la imaginación, ese monstruo insaciable.

Pero además de la imaginación, hay algo fundamental que contribuyó a la pérdida del mundo real. “Entre el tiempo de haberte conocido y el de hoy” transcurrió un tiempo. ¿Qué sucedió durante ese tiempo? ¿Qué aconteció en el lapso situado entre el ayer, en que la amada era presencia, y el hoy, en que es ausencia? Sucedió que la presencia y la ausencia lucharon. Lucharon la memoria y el olvido. En la lucha tejieron un “ebrio manto”. Aconteció durante ese tiempo que se mezclaron “antiguos goces con recientes males” y esa mezcla produjo “una cambiante red”. Los días que pasaron se fundieron con los días por comenzar y se unieron alegrías y penas. Durante ese tiempo hubo muchos comienzos sin finales y el poeta medio ama y medio muere. “Ya no sé si vengo o voy”. El pasado se vuelve presente y el porvenir se llena de olvidos. En medio de ese tiempo intermedio el poeta observa que el mundo se vuelve contrario a sí mismo. “La noche tiene algo de aurora y la tristeza un poco de alegría”. De la sed nace “agua encantada”. Hay un “pájaro que llora” y “un sol que se extravía”. En fin, la realidad “anda sin tino”. ¿Cuál es la causa de este trastorno general? Hela aquí: “mi ternura llovió el fuego que invierte la realidad y al sueño realidad”. ¿Qué no decimos a la amada impulsados por la ternura? Tonterías, caprichos, absurdos, desvaríos, juegos de palabras. En medio de ese tiempo intermedio en que imperó la ausencia de la amada, el poeta dirigió al mundo su “viva ternura”. Su imaginación y su ternura sin empleos. Pero el poeta tiene unidos el dolor y la alegría, tejidos el amor y el odio, mezcladas la esperanza y la desesperanza, fundidos el recuerdo y el olvido, y sus ternezas terribles trastornan, dislocan y trastruecan al mundo.

La amada no tiene “forma real” ni “consistencia”. Realmente, nada sabemos de ella en absoluto: “sé de ti nada más que te he perdido”. Ella es, apenas, “una ausencia vista en el pasado” y “el hallazgo de perderte”. Pero, aunque apenas es, el poeta tiene entrañable necesidad de ella. Le dice: “el tiempo que sin ti no tiene historia”, “sueño seré siempre si te olvido”. Mas la irrealidad de la amada va penetrando poderosamente la realidad del poeta y lo va tornando irreal. El amor real a la amada irreal lo va desrealizando. “Tu mundo que invento y me destruye”, “mi desaparición de ti aprendida”. Lo que es la amada, lo poco que es, se ha ido convirtiendo en “todo este tiempo en que sucumbo” y, al final, el amor y la muerte se van identificando: “mientras te amo más, aún más me muero”, “muerto de amor o amado por la muerte”. Esta historia de amor concluye con “dos difuntos de un solo tiempo muerto”


Contrapunto de la duda

Si no llegaras, si te hubieras ido
mucho antes de que el tiempo transcurriera
para que tu presencia me tuviera
por siempre así, en la soledad, perdido.

Si regresaras sin haber venido,
antes quizás de que tu ausencia fuera
caos de soledad, enredadera
de la memoria que se vuelve olvido,

no sabré si alegrarme o estar triste,
si salir en tu busca o esperarte
por los lugares donde no estuviste.

No sabré si quedarme en el vacío
del tiempo a solas que, al traerte, parte
como un recuerdo que, por tuyo, es mío.


Nombres de la nada

Tienes la oscura edad de los navíos
fantasmales que cruzan mi memoria.
Tienes nombre de antiguo mar, de historia
que se perdió entre porvenires míos.

Eres alma de océanos vacíos,
carne de una tormenta transitoria,
isla donde se echó a dormir la gloria
su ebriedad de caminos y desvíos.

Eres, en fin, imagen de esa nada
que se puebla de tantas soledades,
como es mi soledad por ti poblada.

Tienes todos los nombres conocidos
y en tu edad se entrecruzan las edades
de mis recuerdos y de mis olvidos.


Memoria del solitario

Ya habrás muerto o habrás envejecido
aún más de los que yo envejezco a diario.
O es muy posible que, por el contrario,
sigas igual a como no te olvido.

Y es que, a pesar de haberte perseguido,
como en un viaje sin itinerario
por mi memoria atroz de solitario,
sé de ti nada más que te he perdido.

Por eso vuelvo a andar, sigo el pasaje
de un recuerdo que sale a otro recuerdo
en donde estás como al final de un viaje.

Inmóvil, retrocedo en mí. Te sigo
y eres más bella mientras más me pierdo
por donde muero y morirás conmigo.


Laberintos

Si es que te atreves a volver –perdida
Tal como estás en mi memoria rota–,
veré cómo el recuerdo se derrota
cuando de tanto recordar se olvida.

Y me resultará desconocida,
Mínima, extraña, frágil, simple gota
del eco enamorado en que se agota
mi desaparición de aprendida.

Cuando te atrevas a volver, no obstante,
sé que, aún sin querer, seré distinto,
sé que, aún cerca de ti, estaré distante.

No te conoceré a pesar del llanto
al verte dentro de ese laberinto
donde te pierdo por amarte tanto.


Cielo sin cielo

Hoy que te vas recorre, estando inerte,
sin paraísos de olvidados dueños,
con el viento enlutado de los sueños,
mi corazón el cielo de la muerte.

Cielo sin cielo, hallazgo de perderte,
de encontrarte cuando los marfileños
dedos del tiempo vuelven ya pequeños
todos los grandes cielos de quererte.

Ya no he de verte. El corazón transita
de este cielo de muerte hacia otro cielo
desierto, triste, pero donde agita

la soledad sus penas duraderas;
las de quererte más allá del duelo
cuando me muera o cuando tú te mueras.