sábado, 28 de diciembre de 2013

Cartas de un provinciano en el mundo (1959-1960)

Mariela Puerta



I.-  Hesnor Rivera representa la voz más alta y completa de la poesía zuliana, no sólo porque alcanzó una gran difusión dentro del ambiente literario sino por la notable calidad de su pluma que lo sitúan, junto a Rafael Cadenas, Juan Sánchez Peláez y Ramón Palomares, entre los mejores poetas de Venezuela durante la segunda mitad del siglo XX. Hesnor Albert Rivera nació en Maracaibo el 12 de julio de 1928, año de fuertes cambios dentro del mundo político y social venezolano. Su acercamiento a la palabras pudo tener como origen la vena poética que demostró su padre, el también poeta Francisco Larez Granados, quien había llegado desde la isla de Margarita en compañía de su esposa Hilaria Rivera. Según afirmó el poeta en una ocasión, por su sangre la poesía no sólo corría por su padre, sino por un vínculo que lo une a José Antonio Ramos Sucre.

Su camino hacia la poesía se inicia con la lectura de un cuadernito de poemas que escribió su padre, así en 1944, bajo la guía de Jesús Enrique Lossada y Eduardo Mathyas Lossada, Hesnor publica sus primeros poemas en la revista mural del Liceo Baralt. A Eduardo Mathyas Lossada, Hesnor, le debe la perfección con la cual escribía sus sonetos. Sin embargo, no es sino hasta su ingreso en la Facultad de Medicina en 1948, cuando no sólo publica sus primeros trabajos en el diario El Nacional sino que gana en el Concurso Literario de la Universidad del Zulia, con el poema Libertad y el cuento La Gaita, que sería recogido por la desaparecida revista Letras y Artes de LUZ en el número correspondiente a Diciembre de 1949. Hesnor no podía alejarse de la poesía y su texto narrativo podía considerarse un largo poema en prosa, copiamos un fragmento del mismo:

Todo quedó en silencio. En un silencio sin esos chasquidos suaves con que el viento parece morder las ramas de los árboles; sin esos ruidos equívocos y lentos con que parecen acercarse animales terribles caminando entre las hojas muertas, cuerpos opacos refregando sus carnes contra la tierra seca. En un silencio de esos que sólo crecen en donde los años de miseria han pasado como una hilera de fantasmas ardientes, idénticos, fundidos… Sólo la ennegrecida lamparita de aceite, desde un rincón, con su luz pegajosa y harapienta parecía perturbar la imponente gravedad de aquel silencio. Una hamaca, un deforme taburete con asiento de cuero y un altarcito a oscuras -tosca repisa clavada en la pared de barro- donde un cuadrito de papel grueso ostenta la imagen de una virgen, recuerdo tal vez de un viejo almanaque, era todo cuanto en aquella miserable choza (RIVERA, 1949: 74)

Un hermoso texto perdido entre el polvo que suele dejar acumulado en el alma de los pueblos el olvido. Con el dinero obtenido en el concurso, Hesnor parte hacia otras latitudes junto a su hermano Otto Rincón. El peregrinaje lo lleva a Colombia, Chile, Perú, Argentina y Brasil, entre otros lugares de Latinoamérica. Durante su estadía en Chile, el poeta contacta a los poetas del grupo Mandrágora [1]. Prueba las mieles de la poesía de Neruda, Rosamel del Valle y Vicente Huidobro. Se entusiasma poderosamente por el surrealismo. Allí en Chile ingresa a estudiar en el Instituto Pedagógico de Chile, que más tarde tendrá una fuerte vinculación con Venezuela.

Regresa a Maracaibo en 1952, cargado de una poesía renovada y las palabras para sembrarlas en los poemas Ciudad y Apocalipsis. Sobre el poema Apocalipsis escribe Hesnor Rivera:

El poema fue escrito en 1952. Recuerdo perfectamente las circunstancias: yo acababa de regresar de un largo viaje por toda Suramérica, con permanencia de dos años en Santiago de Chile. Mi regreso a Venezuela me deparó en Caracas la amistad de varios de los jóvenes escritores que fundarían después el grupo Sardio; en Maracaibo, me deparó el encuentro con los esposos Alberto y Josefina Urdaneta, excelentes amigos, residenciados actualmente en Caracas. Ellos vivían entonces en una vieja casa -o lo quedaba de una antigua mansión -situada a orillas del Lago, entre cocoteros, en la avenida El Milagro, exactamente al lado del Club Alianza, terreno donde hay ahora un estadio de béisbol para aficionados.

Allí escribí la versión inicial de Apocalipsis. Dos años más tarde, en 1954, rehice el poema e incluso, le añadía una segunda parte. En 1955, su título pasó a ser el nombre del grupo Apocalipsis, fundado por mí en compañía de César David Rincón, Néstor Leal, Miyó Vestrini, Ignacio de la Cruz, Regulo Villegas; los pintores Francisco Hung y Rafael Ulacio Sandoval; Atilio Storey Richardson, Alfredo Áñez Medina, Ricardo Hernández y, más tarde, Laurencio Sánchez Palomares (RIVERA: 1995: 113)

Al año siguiente, el poeta viaja a Colombia para hospedarse en casa de Juan Sánchez Peláez. Allí escribió durante la madrugada del 23 de enero su más importante poema Silvia. Se hace colaborador de El Papel Literario del diario El Nacional. En 1955 funda el grupo Apocalipsis. Hesnor junto a Apocalipsis irrumpen a través del surrealismo en el anquilosado mundo poético de Maracaibo.

Para ese año se había planteado en el Zulia una discusión acerca de la presunta involución de las letras zulianas, en una extensa campaña del diario Panorama. Se planteaba la crisis literaria del Zulia, ya que desde la muerte de Udón Pérez, Elías Sánchez Rubio e Ismael Urdaneta, a finales de la década del veinte, sólo cinco o seis nombres mantenían la tradición y abundaban los “consagrados”, que llenaban estantes, con muchos libros publicados, pero de muy escasa calidad (HERNÁNDEZ - PARRA, T.1 1999: 175)

Luego de un recital ofrecido por Hesnor, los jóvenes entusiastas deciden fundar el grupo en el bar Piel Roja. “Los jóvenes apocalípticos continuarán el proceso transformador de las letras zulianas que comenzaran Ariel (1901-1904) y Seremos (1925-1928)” (MUÑOZ ARTEAGA, 2003: 35). Uno de los actos más irreverentes realizados por los poetas de Apocalipsis fue una quema de libros de Udón Pérez que realizaron como actividad que representó el rompimiento definitivo con la poesía tradicional. Décadas después otro grupo de jóvenes hicieron lo mismo con la obra de los apocalípticos, pero la diferencia radicó en que el holocausto de Apocalipsis fue seguido de una obra notable que los catapultó a ser los poetas más importantes del siglo XX en el Zulia. La historia que sigue es harto conocida, la poética del Estado cambió para siempre.

Su actividad como periodista se inició desde muy temprano. El periódico era la oportunidad primera de la juventud que sentía apetencia por la construcción de una obra literaria. En 1956 obtiene el primer reconocimiento por su trabajo como articulista, ese año le fue concedido el Premio Municipal de Periodismo. Entre 1958 y 1960 fija residencia en Europa, habitó en París y Colonia. En esos años inicia su actividad y su relación con el diario Panorama; se hace corresponsal del diario a través de Cartas de un Provinciano en el Mundo. Colabora de igual manera con El Nacional, el Pregón y el Diario de Occidente.

Ingresa a Panorama como Secretario de Redacción hasta 1965 para pasar a ser Sub-Director Responsable hasta que se retira en 1987. La personalidad de Hesnor Rivera no sólo figuró en la prensa escrita sino también en los medios audiovisuales. En 1977 junto a Adelina Valbuena sale al aire por la Voz de la Fe el programa radial Hesnor Rivera, la Palabra y su Sombra. Generaciones de poetas escucharon las magistrales participaciones del poeta. Espacio en donde el arte y la literatura ocupaban un lugar protagónico. De igual manera, Hesnor hizo su aparición en la televisión zuliana, a través de Niños Cantores del Zulia y su programa Primicia en 1987, programa que dirigiría hasta 1988 cuando se retira y lo asume Guido Briceño.

Sobre el papel de Hesnor Rivera en Panorama escribe Danilo Acosta:

Para este servidor, periodista en ciernes, con muchos conocimientos académicos, pero muy poca o ninguna experiencia en el terreno periodístico, la cosa resultó atemorizante en parte y fascinante por la otra. Ese día había ocurrido un terremoto en Rumania y el director de la Orquesta Sinfónica de Maracaibo, Eduardo Rahn, acababa de salir de un restaurante en Bucarest, y el edificio, por efectos del movimiento, se vino abajo. El cable de la recordada UPI reseñó -oportunamente- la reacción de un Rahn sumamente asustado.

“Eso es para primera”, sentenció Hesnor. Allí comenzaron las lecciones dirigidas a nadie en especial y a todos en general. Después, con los años pasados en ese importante medio de comunicación, aprendimos de él secretos ligados con la profesión y con la vida misma. (ACOSTA, 2000)

Otro compañero suyo, el periodista Heberto Camacho, escribe sobre Hesnor:

Hesnor fue un magnífico periodista y un estupendo poeta. Trabajamos juntos en Panorama, pero compartíamos más en El Piel Roja, un bar que quedaba en la esquina de la Plaza Bolívar, a pocos metros de la sede vieja del periódico. Íbamos con mucha frecuencia y Hesnor recitaba, yo estaba sumado al grupo, pero todavía no tenía la vena poética. También iban Ignacio de La Cruz, César David Rincón, Juan Calzadilla y Néstor Leal. Escribían poesía en las servilletas y luego recitaban. El poema que más le pedían era Silvia. También escribió Annelore un poema que dedicó a una muchacha que trabajaba de mesonera en el bar. Ese era el sitio favorito de reunión aunque otras veces asistíamos a la Plaza del Buen Maestro (BLANCO - MORÁN, 2000)

Apunta también Róbinson Vanegas:

Nosotros trabajamos juntos en Panorama por más de 25 años. Puedo decir que como persona fue excelente y como jefe, vale decir que nos enseñaba todo el tiempo. Algunas veces nos halaba las orejas, pero también nos enseñó mucho. Muchos de los periodistas zulianos le deben agradecer a Hesnor todo lo que saben hoy. No puedo decir mucho de él como poeta, pero como trabajador fue excelente (BLANCO - MORÁN, 2000)

Luego de 27 años en donde compartió su poesía con su labor periodística, decide abandonarla, ya que consideró que el servicio que prestó a ese ámbito de la palabra impresa se había cumplido. Fueron 27 años en los cuales Hesnor dejó una prolífica escuela dentro del periodismo zuliano, así como una manera de hacer periodismo que caracterizó a Panorama por muchos años. Hemos iniciado la búsqueda de esa obra periodística para cotejarla con su palabra poética. Creemos que es necesario dar a conocer esa faceta en la obra de Hesnor Rivera.

II.- Hesnor Rivera un hombre que supo romper paradigmas a lo largo de toda su existencia, su vida transcurrió sumergida dentro del enigmático mundo de las palabras de donde nacieron memorables poemas impregnados de la más profunda sensibilidad. Su obra se expandió rápidamente a lo largo de todo el país, estableciendo un hito importante dentro de la poesía venezolana, dentro de Hesnor se encontraba la maestría de fusionar elementos del pasado, del presente y del futuro dejando al desnudo las emociones sumergidas dentro del laberíntico mundo de las mentes y las almas humanas, es por ello que su obra siempre estará viva dentro de todos aquellos que asumen la poesía como modo de vida.

Dentro del mundo casi novelesco de Hesnor Rivera se encuentran los muchos viajes que hizo por el mundo y la cultura. Europa, fundamentalmente Francia, era una parada obligatoria para toda joven promesa de la literatura. Dejaba en su tierra el inicio de una revolución poética, comenzaba para él su largo peregrinaje en el mundo de las palabras que hizo suyas a través de la poesía, la narrativa [2] y el artículo de prensa. Dejaba su tierra geográfica para abrirse paso a una tierra cósmica que comunicaba a través del sueño las calles de París con las de su Maracaibo infinito.

Parafraseando a Hemingway, Francia y Alemania eran una fiesta cultural para el joven provinciano. Allí se residenció entre 1958 y 1960 nuevas formas de expresión literaria embriagaban la cultura de ambos países. En Francia, cobraban vida dos escuelas de literatura experimental: el teatro absurdo y el antiteatro forjados por Ionesco, Beckett y Genet. Además se edifican las bases de la antinovela o nouveau roman, por su puesto también las nuevas teorías narrativas de Sarraute, Claude Simon, Alain Robbe-Grillet y Michel Butor. Por su parte, en Alemania, tras el colapso del régimen de Hitler, tuvo lugar una renovación considerable de su literatura. Muchos escritores continuaron su tarea en la novela del siglo XX y en la poesía moderna. El serial radiofónico se convirtió en una prometedora forma de arte; muchos de estos dramas, dedicados al análisis de la vida moderna, fueron contribuciones de escritores más conocidos como poetas, narradores y novelistas, entre los que hay que incluir a Marie Luise Kaschnitz, Günther Eich, Wolfgang Weyrauch, Ilse Aichinger y Siegfried Lenz. Surge a comienzos de los años 60 el estructuralismo basado en las tesis antropológicas de Levi-Strauss y de la cual Roland Barthes es su principal figura.

Ese era, más o menos, el ambiente cultural que tiene frente a sus ojos asombrados Hesnor Rivera. Época de contrastes y de nuevas figuraciones. En Europa, Hesnor se redescubre mientras lo hace con Maracaibo.

Desde la palabra refunda Maracaibo para hacerla transparente, habitable para el alma sensible poco acostumbrada a esa extraña tradición al cual fue crucificado el gentilicio zuliano. Y refunda Maracaibo por una necesidad vital: poder habitarle más allá de la apariencia real [3].

Allí nacen muchos de los poemas que compondrán sus primeros libros fundamentalmente Puerto de Escala publicado en 1964, así como algunos de Persistencia del desvelo y Los encuentros en las tormentas del huésped, específicamente el llamado Otras reiteraciones. Libros enrevesados con imágenes alucinantes, seguramente inspiradas por la soledad de encontrarse en medio del mundo. libros llenos de nostalgia viva que demuestran las afluentes visiones del terruño escondido en apariencias que no engañan: A diario el eco de la nostalgia / se vuelca sobre sus propias huellas. [4]

Quizás asume la labor de cronista para acercarse más a la realidad de no morir de recuerdos. Sus artículos reunidos con el nombre de Cartas de un provinciano en el mundo se transforman en una especie de salvoconducto mágico que le permite ir y venir de la realidad del poeta a la realidad de los hombres. Al igual que Balzac y Baudelaire, Hesnor asume la responsabilidad de contar la historia intestina de París, la historia oculta en lo más oscuro de la ciudad de las luces, a sus hermanos de Maracaibo. Nuevamente la palabra y su rol de puente al servicio de la sensibilidad.

Entre el 23 de julio de 1959 y el 12 de febrero de 1960 escribió una veintena de artículos sobre temas culturales vinculados estrechamente a la vida de París y Colonia. En este ensayo haremos la entrega de los cuatro primeros artículos que conforman la colección de cartas de un Provinciano en el Mundo, fechados entre el 23 de julio de 1959 y el 3 de septiembre de 1959. Estos cuatro artículos están concentrados en una dura crítica a la cultura de París; es decir, Hesnor Rivera pretende con éxito desenmascarar a la ciudad idealizada por los artistas y escritores hispanoamericanos de comienzos de siglo.

Montmartre 1960


En el primer artículo fechado el 23 de Julio de 1959 Hesnor Rivera esboza la realidad que se esconde dentro de la actividad turística practicada en la ciudad de las luces. Afirma que el turismo dentro de París sólo es una manera de comercializar con la cultura y con los monumentos representativos de la antigüedad, ya que desde su punto de vista la rigidez de los paseos organizados por las casas de arte no permiten que el turista pueda conectarse con el verdadero significado de dichas obras: “Verles el rostro silencioso a través de los cristales del autobús moderno que los conduce de un monumento antiguo a otro, como a mariposas forzosamente obligadas a respirar sólo el aire de lo antiguo...”

Asimismo, el turista debe enfrentarse a la exposición de personas que sin duda, manejan a la perfección fechas y nombres pero no permiten que el visitante reviva intrínsecamente la historia encerrada dentro del concreto o el lienzo de las obras parisienses, situación que desvincula radicalmente la verdadera misión de las obras de arte, que no es otra que la de mantener viva la cultura a través de los años.

Sin embargo, la verdadera vigencia cultural y antigua de estos monumentos se encuentra en entredicho, ya que según Hesnor, los franceses han manejado las obras de arte como entidades que producen un altísimo beneficio económico, haciendo que pierdan su carácter trascendental dentro de la cultura universal.

Los edificios declarados monumentos oficiales, son apuntalados y reapuntalados, vigorizados y rejuvenecidos para que vuelvan con más bríos a su trabajo de pasado. Porque en los países europeos, especialmente, Italia, Francia, Alemania y Suiza, el pasado trabaja como cualquier hijo de vecino o como cualquier usina de complicada industria ultramoderna.

En el segundo artículo Hesnor Rivera vuelve a basar su discurso en un aspecto decadente de la sociedad francesa, pero esta vez manipula la figura del mendigo como elemento medular de su escrito, cuya estructura se erige basándose en un ataque severo a la proliferación de la mendicidad realidad que fragmenta el ideal de una sociedad en donde el arte, la cultura y el caos social coexisten en el mismo escenario. El escritor resalta la presencia de la miseria por las esquinas más importantes y mas transitadas de esta ciudad, describe de una forma conmovedora y dramática la realidad de estos hombres que se ven condenados a la indigencia y al menosprecio de una sociedad en donde la indolencia y la indiferencia hacia al prójimo se instauran como duras realidades. No obstante, uno de los aspectos más relevantes de esta carta, es sin duda que el escritor aborda magistralmente un problema de tipo social que carcome a la comunidad parisiense, pero a la vez, deleita a sus lectores agregándoles finos elementos poéticos a sus textos.

Cuando se vuelve la mirada lidera el sitio donde nace la canción pordiosera no se sabe si el sonido es articulado por el mendigo con una pierna menos o por el gato instalado en sus hombros como un halcón palaciego de cuatro patas.

El espíritu crítico de Hesnor le concedió el privilegio de ver más allá de lo aparentemente “normal” dentro de una sociedad. En este artículo, deja desnudo un aspecto de la realidad cultural del viejo París, su mentalidad abierta no le permitió deslumbrarse por la gigantesca ciudad Francesa, por el contrario, fue encajándose dentro de su espina dorsal con el fin de conocerla desde lo más recónditos rincones de sus entrañas. Sus ojos no se perdieron tras la imagen de ciudad luz. Hesnor parece transformarse en una especie de investigador privado, muy parecido a los del cine negro, tratando de encontrar frente a sus ojos la realidad que tejió Baudelaire en su poesía. Y fue de tal manera marcado, que, tiempo después, redescubre a ese París en una de sus poemas publicado en Superficie del enigma, cuyo nombre es Al otro lado de la memoria, y del cual anotamos un largo fragmento:

A 24 metros de París viven
solamente los condenados ahora.
Ellos se pegan contra el cielo
-ven al otro lado de la memoria
el paraíso de las altas maldiciones de antaño
-el amor vuelto de espaldas
con las solemnidad de un trueno
para celebrar las deliberaciones
grotescas de su múltiple sombra.

A 24 metros de París desde entonces
ahora y desde lejos siempre.
Porque del lado adentro de la ventana
el cielo arde como un buitre reducido
a sus dimensiones naturales
para hacerle sitio al árbol
y a la fiera del árbol que devora a sus hijos
-algo menos convincente al fin
que la mínima cobardía
de encubrir la aparición de la muerte.

Al otro lado de la memoria
los condenados organizan sus fiestas.
Descubren con lucidez una estatua
para colgar sus hombros semialados.
Cuelgan sus ramas en las asas
intestinales de las bestias del brindis.
-Olvidan a los centinelas
que abandonan sus puestos
para revolcarse las vituallas
con las muchachas expedidas en grandes ramos.

A 24 metros de París
el otro lado de la memoria arde
-apresura las cosechas del fuego
sobre las ofrendas maderables del paraíso.
-Empina con rapidez el cielo
hasta el borde de sus propias manos.
Algo está perdido desde ahora a lo lejos.
Los borrachos deshonran sin quererlo
la honorabilidad de las máscaras.

Del lado adentro de la ventana
tú deshojas las apariencias del cuerpo.
Arrojas con un gesto por el balcón tu sombra
para apartar la furia de las lámparas
siempre más tristes que tu rostro
-siempre más tristes que los viajes
al reino de los cazadores de fábulas.

A 24 metros de París la estatua
como por los ojos. Respira por el orden
subterráneo de los cementerios.
Se pierde en los siglos de siglos. Amén.
La estatua vuela por el lado derecho
de su miseria amorosa mientras
los guerreros impregnan con el olor del ajo
el ámbito de una canción
muy antigua cuyo nombre olvidaron.

La pata de la tempestad golpea
a la puerta que se abre hacia un siglo
donde los asnos decapitados vuelven
a regar con sangre la ambigüedad del bosque.
Un condenado basta para que se ordenen
los enunciados del amor y de las víctimas.
Una caricia basta para que se proclame el reino
de los dioses de dos caras que tiemblan.

Del lado adentro de tus ojos
algo está perdido para siempre a lo lejos.
Los vagabundos mean de memoria las flores
que tapizan la claridad bien alta
de sus itinerarios entre enfermos piadosos.
Una campana pare a un perro
de dos hojas por su brillo distintas:
Una para celebrar el combate
de sus pasiones contradictorias.
Otra para el hambre y el crimen.

Las patas de los asnos entierran
la tempestad en las puertas.
Corren por el espejo y elevan
su relámpago de acampar con las víctimas
a 24 metros de París
-al otro lado de la memoria perdida
como una ventana que se ahoga
en el incendio repentino del cielo.

Y el reino? -son dos hojas al viento
-dos simples rostros para amar como un perro. [5]

Parece disfrutar más del caos que de la belleza que, sin duda, pudo llegar a ver en la vieja ciudad luz. Probablemente ya Hesnor Rivera no se pertenecía, probablemente ya no miraba con ojos humanos, quizás se hacía instrumento del surrealismo que intentaba desde el caos darle sentido al universo.

Tanto en el tercer como en el cuarto artículo fechado el 3 y 29 de septiembre de 1959, Hesnor Rivera trata de hacer un análisis a la arquitectura y el arte parisinos. Sus palabras se vuelven viento que sopla entre los ventanales de la Basílica del Sagrado Corazón y de la Basílica del Cerro. De su mano, nos incita a dar un nocturno paseo por la noche parisina donde aprendieron a enfermarse los ojos de la musa de Baudelaire, la de los ojos profundos poblados de visiones nocturnas, las mismas que deleitan al zuliano sobre la cúpula de la Basílica del Sagrado Corazón. La vieja Basílica que domina gran parte de la ciudad y que se ha transformado en:

[...] viejo bastión de luchas con apariencias de fiesta que, desde algunos años, es como la catedral del desvelo donde se oficiaron noches de increíble compatibilidad humana con el solo canto de la sensibilidad creadora, y donde se ofician noches blancas de majadería turística, empeñada en asistir y participar con el rango de primeros actores en una bohemia automática y costosa que quiere reproducir el fuego de la pobre, pero ardiente galantería festiva de otros años.

Hace mención de Montmartre, lugar mítico dentro de la cultura occidental: “el de las primeras revoluciones cubistas; el Montmartre de las noches lanzadas a conquistar el mundo desde las páginas todavía olorosas a insomnio de los poetas siempre perseguidos por la fertilidad romántica de la miseria”. El Montmartre de los poetas malditos arrojados a las calles más oscuras de un sueño infernal, un sueño eterno que despertó a la realidad en el corazón de la civilización del siglo XX.

Muy a propósito de los famosos pasajes parisinos del siglo XIX, así nos pasea Hesnor desde su palabra mágica por el París que se desnuda frente a sus ojos de alucinado que construye su caligrafía para desenfrenar los sueños y la realidad: “Las viejas galerías de pintura, pequeñas y curiosas encandilan durante toda la noche con su luz desbordante el maltratado romanticismo de las callejuelas y los callejones”. Denuncia con frescura al artista y a su arte imitador: “Dentro de ellas, la antigüedad huele a pintura fresca. Las imitaciones no logran encubrir la pobreza del imitador, pero tampoco dejan de ser imitaciones”

Improvisa el término deportista del arte, que significa: el arte hecho “sin la pretensión desproporcionada e infantil de deslumbrar al mundo por un golpe de magia”. Curiosamente, cuenta cómo fue su desarrollo durante su estadía en tierras de Víctor Hugo, por lo tanto, cuando anota deportistas del arte, está haciendo referencia a él mismo:

[...] para los que vienen sólo a vivir y a tener al alcance de sus vidas todas las reservas históricas del arte y todo el ámbito de una actualidad por hacerse, los problemas de la subsistencia material están resueltos por el manejo hábil de una guitarra, de un arpa o de cualquier otro instrumento de donde salgan aires populares ornados con el grato exotismo de las cosas lejanas.

El artículo fechado el 30 de septiembre está dedicado a uno de los poetas fundadores del Surrealismo, Benjamín Peret, quien para el momento acababa de fallecer. La muerte del poeta surrealista trata de equipararla con la mítica desaparición de los poetas malditos franceses. Afirma Hesnor, siguiendo a Apollinaire, que el secreto de la ganancia poética se reafirma en el fracaso dentro de los patrones de éxitos que sostiene la vida moderna. Naturalmente, esta actitud representa un desafío a la sociedad tradicional y anclada en la búsqueda de su sostenimiento en el marco del capitalismo, fuerza motora que comienza a invadir la vida humana después de la II Guerra Mundial. Incluye este artículo datos biográficos de la vida del poeta, poco conocido por los zulianos, quienes habían probado las alucinantes palabras del surrealismo básicamente de Breton y Eluard.

Uno de los artículos más interesantes resulta el fechado en 31 de septiembre de 1959. se centra en la Alemania que trata de superar el oscuro episodio que protagonizó en la culminada guerra. Hesnor apunta hacia la cultura y la literatura como posibles puentes que comuniquen al pueblo alemán con su nueva dimensión dentro del continente:

El pueblo, como siempre el pueblo, después de pagar cotidianamente los 6 años de la gran locura hitleriana, ha trabajado más que nunca, ha luchado más rauda y silenciosamente que nunca para borrar todas las huellas del desastre tendido sobre su historia como un abismo que es necesario salvar con increíbles puentes de sólida arquitectura donde la inteligencia debe asegurar al espíritu una especie de inmunidad contra la vacilación y el vértigo.

El poeta ve como una tarea fundamental que la literatura alemana tiene que ser reconstruida. Sabemos que durante la guerra los principales escritores alemanes debieron salir huyendo de su tierra por la persecución impuesta por el régimen. Figuras notables de la literatura y el pensamiento germanos fueron prohibidas, así una importante cantidad de jóvenes desconocieron las obras de Thomas Mann, Hermann Hesse, Robert Müsil, más aún, las de Kafka y las de otros, que como él eran judíos. Aún hoy, adultos que vivieron la dictadura hitleriana siguen desconociendo a algunos de sus baluartes literarios. Apunta Hesnor:

Reconstruir una literatura en cambio no es una labor ni un trabajo de simple reconstrucción, mucho menos cuando quienes emprenden dicha hazaña deben añadir al vacío de partir desde cero, la función sobrehumana de caminar sobre el abismo y escrutar el fondo por hallar algún resplandor sin nombre, alguna sombra similar a la propia, algún fuego de memoria derramada en las ruinas, para tomar impulso y asegurar el arranque de la difícil partida.

Apunta hacia los nuevos valores de la literatura germana, y que a su vez sirve de información para los venezolanos acerca de las nacientes promesas de las letras de posguerra en Alemania. Nos refiere a lo significativo del momento, no sólo para estos nuevos escritores sino para el propio pueblo que emprendía su batalla más difícil, vencer sus propios demonios. Lo más interesante de esta recuperación es que, a pesar de ser Hesnor Rivera un enamorado de la poesía, resalta a la novela como el punto neurálgico de dicha recuperación. Y esto resulta fascinante sobre todo porque Alemania posee interesantes nombres de poetas de la posguerra. Hesnor no menciona ninguno. Todos son narradores.

Colonia 1960


Hay que rescatar acá la importancia descollante que le impone Hesnor Rivera a la sensibilidad como elemento central para convivencia del hombre que sobrevivió a la guerra. De hecho resalta como elementos sustanciales para la recuperación de Alemania y el mundo a la inteligencia y a la sensibilidad. Utiliza estos elementos como vínculo entre el pasado y el presente. ¿Hasta qué punto sus palabras dejaban de ser un reconocimiento al pueblo alemán para transformarse en una enseñanza para Venezuela y su naciente democracia? Es una verdadera lástima que el artículo haya podido ser recuperado a medias. En muchos casos la lectura del original era poco más que imposible.

En artículo fechado el 14 de octubre de 1959 se explaya Hesnor Rivera a reconocer el éxito editorial del Diccionario Larousse. Apoyándose en esta información comienza una detallada explicación de cómo surgió la idea del diccionario y de lo aventurero que representó la empresa en sus días iniciales.

El poeta lanza casi al final del artículo una lectura política del texto, quizás hubiese sido interesante un comentario más profundo al respecto. Escribe: “Unos nombres, como los de De Gaulle y de Picasso han visto crecer en unas tres o cuatro líneas el contenido de sus biografías. Otros como el de Hitler y Mussolini han visto disminuir sus respectivos textos”. Sería más interesante aún cotejar ediciones del Larousse antes, durante y después de la guerra, quizás se encuentre allí un documento valioso para interpretaciones sobre la guerra y los bandos en pugna.

El 21 de octubre del mismo año, vuelve Hesnor con un texto interesante, sobre todo por lo que a Venezuela y su sistema educativo se refiere. Lo inicia con una reflexión que, en cierta medida, aduce a una debilidad nuestra. Si un latinoamericano común viaja a Europa enfrentará un serio problema de comunicación, a menos que su destino sea España o Portugal (si quien viaja es un brasileño). A partir de aquí edifica una queja que resulta interesante se hiciera en 1959 y hoy continúe vigente:

Porque dicho sea entre paréntesis y, especialmente en lo que respecta a Venezuela, los programas que siguen los liceos y escuelas normales para la enseñanza de idioma, están inspirados por un loable propósito, pero en realidad no llenan ni siquiera sumariamente su finalidad, bien sea por descuido del alumnado, o como es más probable, por mala organización de tales programas.

En Venezuela se ofrece el inglés durante toda la secundaria, si el estudiante está inscrito en el área humanística recibe dos años de francés. En otros casos muy particulares se brinda al estudiantado alemán e italiano. Lo cierto es que del sistema educativo venezolano no egresan bilingües. A pesar de estudiar inglés durante cinco años, el bachiller no está en la capacidad para comunicarse con un angloparlante. ¿Tiene esto algún sentido? Hesnor libra de compromiso en su artículo al cuerpo docente quien, en muchos casos, sería el primer responsable. Un desliz del sistema educativo venezolano que lleva por lo menos 46 años haciendo festín de la ignorancia de la juventud venezolana.

Hesnor Rivera resalta como un valor sumamente importante la necesidad que ha tenido el europeo moderno para entenderse con sus vecinos. La gama de idiomas en Europa ha significado uno de los obstáculos de más imperioso vencimiento. Por ello, no debe sorprendernos que los europeos tengan la posibilidad de manejar hasta tres idiomas aparte del materno. Afirma que los alemanes han sido los más preocupados por esta dificultad lingüística:

Los alemanes son, tal vez, los habitantes de Europa, que muestras más preocupación por este aspecto que implica además una saludable ampliación del campo individual de las relaciones humanas, una preparación práctica aplicable a diario en lucrativos sectores de las actividades.

En otro artículo publicado el 23 de octubre de 1959 escribe acerca de una situación que resulta un poco alucinante, pero que revela el mundo psicológico de los europeos:

En ese poderoso juego de intercambios humanos que movilizan de un país a otro unos cuantos millones de personas cada año, gracias a ese agente característico del siglo en que se ha convertido la velocidad de los desplazamientos masivos, se producen a menudo ideas bastantes curiosas sobre las fisonomías de los pueblos, ideas que a veces entrañan errores no menos curiosos, pero que de todos modos gozan de la facultad de ser el resultado del enfrentamiento y de la opinión directa de la masa sobre la masa [...]

Recientemente, un acreditado organismo, el Instituto Francés de la opinión Pública, llevó a cabo una encuesta internacional orientada por el propósito de dar una idea sobre la idea que se hacen los pueblos sobre los otros pueblos. La encuesta se desarrolló entre las grandes ciudades siguientes: Atenas, Berlín Oeste, Copenhague, Helsinki, Johannesburg, Nueva Delhi, Nueva York, Chicago, San Francisco, Oslo, Ámsterdam, Estocolmo, Toronto y Viena, y proponía las siguientes cuestiones: ¿Cuál es la nación que tiene: 1) el más alto nivel de cultura; 2) los más bellos paisajes; 3) las más bonitas mujeres; 4) la mejor alegría de vivir; 5) la mejor alimentación; 6) el más grande orgullo nacional?

Resulta toda una curiosa esta encuesta. No sólo por el tipo de preguntas efectuadas que, obviamente, parecen dirigidas a determinado sector social, sino que de 14 ciudades mencionadas, 3 son norteamericanas, lo que representa un alto porcentaje en cuanto a extensión territorial, más aún cuando se dejan de lado ciudades como Roma, Madrid o Lisboa. En todo caso, los resultados no dejan de ser fascinantes.

A partir del artículo publicado el 3 de noviembre, Hesnor Rivera tiene un acercamiento al mundo de la política, obligado naturalmente. Los conflictos entre Francia y Argelia y un nuevo brote de antisemitismo en Alemania alertan la sensibilidad del poeta. Este grupo de artículos develan más allá de datos históricos importantes, la negación de Hesnor Rivera, quizás por su espíritu entregado en cuerpo y alma al arte, quizás por saberse extranjero y que esta condición lo limitada en muchas formas, a manifestar abiertamente reflexiones políticas. Los textos son más bien informativos, no hay por parte de Rivera una crítica a tales situaciones. Nadie está por creer que el poeta abrazara emocionado tesis bélicas o discriminatorias, pero evitó en lo posible manifestarse sobre los acontecimientos.

Hesnor Rivera es harto conocido por su obra poética, una obra contundente que no ha tenido una relevancia nacional en vista del centralismo literario muchas veces discutido y mencionado en otras instancias. Si bien, algunos podrían pensar que los artículos periodísticos de Hesnor carecen de cierta fuerza argumental, también debe aceptarse que es una muestra de una sensibilidad buscando por distintas fuentes expresarse. Este grupo de artículos ahora develados son, eso mismo, la fe irrestricta en la palabra como fuente de posibilidades para el acercamiento a la sensibilidad. Porque en Hesnor Rivera sea la poesía, sea el artículo de prensa, sea el cuento o la conferencia, lo fundamental es la palabra, la palabra cósmica para vencer a la muerte.

Notas:
[1] Mandrágora, grupo de poetas chilenos que representan una importante expresión de la “segunda hora” de la vanguardia poética, y que surgieron en torno a la revista del mismo nombre que se editó desde 1938 hasta 1943. Los fundadores de Mandrágora fueron Braulio Arenas, Teófilo Cid y Enrique Gómez-Correa, a los que se sumaron otros como Vicente Huidobro, el temprano iniciador del creacionismo, y Gonzalo Rojas, que iría evolucionando hasta convertirse en un notable poeta de nuestros días. A su activismo literario, el grupo sumó lo político, en un momento particularmente crítico de la vida chilena, lo que los enfrentó con las posiciones ideológicas de Pablo Neruda. Es importante subrayar que el surrealismo radical o negro que defiende Mandrágora va aún más allá de las líneas establecidas para el movimiento por Breton. El carácter algo secreto del grupo limitó sus proyecciones fuera de las fronteras del país.
[2] Hesnor Rivera tiene entre sus obras un cuento llamado La Gaita publicado en la revista Letras y Artes de LUZ en el número correspondiente a Diciembre de 1949.
[3] Muñoz Arteaga, Valmore (2004) Notas sobre literatura venezolana. Inédito.
[4] Rivera, Hesnor (1964) Puerto de Escala. Maracaibo: Universidad del Zulia.
[5] Rivera, Hesnor (1965) Superficie del enigma. Maracaibo: Universidad del Zulia.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Hesnor Rivera: La Palabra y su Sombra

Por León Magno Montiel
@leonmagnom

Andriano González León y Hesnor Rivera


Aunque la palabra sea sombra en medio,
soy otro, más libre;
cuando me veo atado a ella”.
Juan Sánchez Peláez (Venezuela 1922-2003)

A Hesnor Rivera lo veía caminar con su elegante traje de estilo inglés, luciendo una impecable corbata de seda, perfectamente combinada con el pañuelo calado en su bolsillo izquierdo. Se desplazaba por el pasillo de salida de la Escuela de Letras de la Universidad del Zulia, llevaba un maletín de cuero y fumaba absorto. Él salía de su cátedra de Letras Hispánicas, mientras saludaba gestualmente, en silencio, con paso de caballero reposado. Lo miraba avanzar por las áreas de la universidad centenaria, mientras hacía tiempo para entrar a mis clases. Transcurría la década de los 80.

Un día lo abordé y me atendió muy cordial, desde entonces lo interpelé muchas veces. Yo me ufanaba de ser su amigo, aunque nunca alcancé ese privilegio. Así conocí al poeta Hesnor, caballero de trato afable. Por esos años, su prestigio como lírico comenzaba a conquistar buena parte del continente americano.

Muchos años después, me instalé para recordarlo en una de las bancas frente al anfiteatro, recinto al que nombraron en su honor “Auditorio Hesnor Rivera”. En esa sala presencié a mediados de los años 80, una conferencia del mexicano Carlos Fuentes, que introdujo el profesor Cósimo Mandrillo. Antes, estuve en un emotivo concierto de Alí Primera, donde cantó acompañado con su cuatro. El trovador falconiano vestía una camisa bermeja y portaba un Cristo de plata, que brillaba con fuerza en su
pecho. 

Desde esos escaños donde veía pasar al poeta Rivera con su andar parsimonioso, rememoré su maestría al conducir el programa radial “La palabra y su sombra”, que transmitía los días lunes por la noche la emisora La Voz de la Fe 580 AM. En ese espacio radiofónico recitaba versos propios y ajenos, con su tono de barítono profundo, llenaba la noche marabina. Era un declamador impecable, con timbre privilegiado y registros bajos, muy atinando en el ritmo que le imponía a los poemas:

“Un lago en cuya superficie roja bailan las cabezas reblandecidas
de las naranjas abandonadas por los navegantes borrachos…”

Hesnor Albert Rivera tenía un talento inusitado para declamar versos, era casi un encuentro musical oírlo. A diferencia de poetas como Pablo Neruda con su voz nasal y gangosa. Un caso parecido, el de Octavio Paz, con su voz modesta, tímida y su pose de genio malhumorado. En cambio, el poeta Hesnor orquestaba los poemas al leerlos, era sólo comparable con la puesta en escena de un actor solvente. Era un rapsoda con prestancia para los auditorios, como lo fue Jaime Sabines o Juan Gelman, quienes tenían atributos de oradores griegos, solícitos al articular sus parlamentos, sus bellos cantos.

Nuestro poeta viandante, Hesnor Albert Rivera Morillo, nació el 12 de julio de 1928, en Maracaibo, caserío Los Haticos, sector El Poniente, cuyas casas a orillas del lago, desde los cerros más altos, parecían una larga soga enhebrada entre hatos, con techos de teja o palma. Maracaibo era una ciudad con una población alrededor de 100.000 habitantes, que comenzaba a aparecer en los periódicos y en la cartografía mundial como la tierra del petróleo abundante.

Desde muy joven Hesnor se mostró prendado de su ciudad-puerto, de la metrópoli lacustre a la que amó, poetizó e hizo suya. En su juventud la evocó como un embarcadero de mercaderías sencillas: reino de la yuca, lino y organdí, aceite de coco, zapotes. Recreó las naves de Alonso de Ojeda surcando las aguas mansas del lago:

“Pequeño y ágil capitán piel de mapa,
empeñado en fundar la aldea frente al lago
que él llamó San Bartolomé”.

Escribió poemas con la tonalidad de un cronista de indias:

“La ciudad no existía,
no tenía como ahora la plazuela,
y su faro, su catedral anclada entre los barcos,
sus barcos en la red de las torres,
y sus torres en el alma del bosque”.
Hurgó en nuestras raíces mestizas más profundas:
“Mis antepasados los marinos,
cambiaron sus barcos por cabalgaduras.
Para entrar al reino de la tierra,
mis antepasados se nutrían de la gracia
que hace florecer en la arena,
la llama vegetal de los peces”.

Esta ciudad le raptó el alma al bardo, lo enamoró su recuerdo de antiguo muelle de ultramar, sus dársenas repletas de marinos en tránsito y mujeres arteras. Maracaibo fue un faro marino para guiar sus sueños:

“Nacer en Maracaibo significa,
que uno anda casi siempre,
no se sabe de qué sitio, muy lejos.
Y a diario el eco de las nostalgias,
se vuelca sobre sus propias huellas”.

El período creativo más maduro de Hesnor, lo inspiró el boom petrolero del decenio 1920 y sus consecuencias en la vida ciudadana. Eso logró moldear una vida y cultura venezolana. Él lo visualizaba como: “Una ciudad con lluvia negra”, ciudad asediada por signos de degradación:

“Un chorro de petróleo vale más que una mano,
más que un hijo con su vida al hombro.
Más que un lago con las bellas formas
de las hojas de la centella mojada”

Miguel Ángel Campos en su libro “La ciudad velada” describe a Hesnor como un “flaneur”, es decir: un paseante, viajero de mundos:“Maracaibo debió ser para Hesnor Rivera apenas el símbolo de un encierro: nombrada como puerto antes que signada” (Campos, 2001).

Ciertamente el poeta Rivera recorrió buena parte del mundo, muy joven salió rumbo a Chile, allí conoció al grupo Mandrágora, de poetas ligados al creacionismo, tuvo amoríos, cantó boleros con adoración delirante, vivió a plenitud. Regresó a Maracaibo y participó en la fundación del grupo Apocalipsis en 1955, en esencia surrealista, donde comenzó a desarrollar su obra. Sus compañeros de grupo eran César David Rincón, Miyó Vestrini, Atilio Storey Richarson, Néstor Leal y Laurencio Sánchez: la pléyade del bar Piel Roja. Allí armaban sus tertulias y construían una ciudad espectral, retaban a la vida, hasta que la muerte los arrasó uno a uno. El último en enfrentarla fue Hesnor.

Rivera viajó a Colombia y allí se nutrió de la amistad con el poeta Juan Sánchez Peláez, uno de sus amigos predilectos. Sánchez, nacido en Altagracia de Orituco en 1922, fungía como diplomático venezolano en la nación neogranadina. Ellos se habían coincidido en Chile y estaban aún influenciados por la magia del Mandrágora:

“Parece que fue ayer, dicen siempre y se agitan melancólicos.
Buscan, dentro del orden visible, el pretérito.
Cruzan el desierto con ese enfado maligno de ir o permanecer.
Llevan sol a la otra orilla en un cántaro de agua.”
(Sánchez Peláez, 1966)

Hesnor visitó al lírico y diplomático, Sánchez Peláez, en su residencia oficial, ubicada en la Bogotá aristocrática. En esa casona, entre tragos de escocés, escribió su poema más divulgado: “Silvia” una noche de enero del año 1958:

“Las mujeres que me amaron de seguro han muerto,
ellas pertenecían a una raza distinta”.

Según el investigador y antólogo Rafael Arráiz Lucca: “Pocas veces un poema ha calado tanto en el ánimo de los lectores como lo ha hecho Silvia. Incluso hay quienes lo recuerdan de memoria. Su musicalidad y su dramatismo lo hacen memorable” (El Libro del Amor, 1997).

En la década de los sesenta, Hesnor publicó tres libros: “Red de éxodos” (1963) “Puerto de Escalada” (1965) y “Superficie de Enigma” (1968). Antes, había viajado a Europa, se estableció en Alemania y luego en Francia. Allí conoció los movimientos vanguardistas de la literatura, visitó al líder surrealista: André Breton con sus cadáveres exquisitos. Hesnor se dejó embeber por los movimientos artísticos de vanguardia en París, capital de ensueño, urbe a la que siempre soñó regresar y permanecer.

En los setenta publicó cuatro libros: “No siempre el tiempo siempre” (1975), “Las ciudades nativas” (1976), “Persistencia del desvelo” (Monte Ávila editores, 1976) y “El visitante solo” (1978).

En la década de los ochenta publicó dos obras: “La muerte en casa” (1980) y “El acoso de las cosas” (1982). En los noventa publicó sus tres últimos libros: “Los encuentros en la tormenta del huésped” (1998), “Secreto a voces” (1992), y “Endechas del invisible” (1995); marcado por un tono luctuoso. En total, nos dejó una obra de doce libros publicados a lo largo de cuatro décadas.

Cuando regresó a Venezuela de su gira europea, Hesnor se integró a la dirección del Diario Panorama, desarrolló allí una gestión gerencial severa, escribió reportajes y crónicas, imponía respeto intelectual. Permaneció por tres décadas, gozando de la admiración de todos los periodistas de ese periódico icónico, fundado en 1914.

En Maracaibo, el poeta ancló para siempre y comenzó una fecunda relación con la Universidad del Zulia. Desde 1977 fue profesor titular de la Escuela de Letras. A principio de la década de los ochenta, esa escuela vivía en constante tensión; un grupo de catedráticos acordaron desaprobar el Doctorado Honoris Causa a Jorge Luis Borges, que se encontraba de visita en Venezuela. Alegaron, que el genio argentino fue indulgente con las satrapías militares del sur. Hesnor se manifestó contrario a esa decisión y declaró: “desconocieron su obra literaria prodigiosa”. Entonces, los intelectuales progresistas de LUZ, estaban enfrentados a un grupo de escritores que consideraban aristócratas y conservadores. En ese grupo epicúreo y bohemio, ubicaban al poeta Rivera.

Hesnor Albert Rivera Moreno, el poeta, periodista, catedrático; logró una obra literaria grandiosa, que ahora es reconocida allende nuestra nación. Quizá ha faltado el impulso publicitario que las editoriales han brindado a otros poetas más traducidos. Es hora de ver sus obras completas publicadas. Porque, sin duda; Hesnor representa la voz lírica más elevada del Zulia.

Nuestro poeta viandante, falleció el 17 de octubre de 2000, víctima de un cáncer de páncreas. La terrible enfermedad con forma de cangrejo o lagartija, como él lo anunciaba a sus amigos al mostrarles sus radiografías; acabó en poco tiempo con el dandi que se burlaba de la muerte. Recuerdo cómo la ciudad quedó hondamente conmovida al ver la fotografía que publicó el Diario Panorama, donde lo mostraba famélico, con una boina que tapaba los estragos de las quimioterapias. Ya, el Hesnor vital, se había ido. Lo sepultamos a los 72 años, cuando preparaba su decimotercer poemario, “La gramática del alucinado”, obra que quedó inconclusa.

Casi como un epitafio, recordamos sus versos:

“Los peces se aprendían de memoria el canto de los pájaros,
para alabar la transparencia de los amores del agua”.

La última vez que vi al poeta Rivera en persona, estaba conversando en una mesa del restaurant El Patio, en el Hotel del Lago, con su abogado Machado, su amigo entrañable desde los tiempos de su matrimonio con la profesora Martha Colomina, con quien convivió por 21 años y procreó dos hijas: Celalba y Martita, periodista y diplomática respectivamente. Esa tarde representó mi despedida del poeta, lo saludé con admiración y reverencia, estaba trajeado de lino claro, transcurrían los días finales de 1999, un año antes de su misteriosa partida, de su final solitario, rodeado de sus gatos, envuelto en reminiscencia de cigarros y amoríos lejanos.

Como un homenaje permanente a nuestro poeta viandante, la Biblioteca Pública Bolivariana del Zulia, brinda su principal salón para conferencias con su nombre: Hesnor Rivera. Es un espacio hermoso diseñado por el arquitecto Ernesto Nones, un solemne templo para la cultura, ubicado en el corazón del conurbano marabino, en la avenida El Milagro.

Sin la poesía de Hesnor Rivera, su palabra y su sombra, nos hubiese costado mucho erigir el amor por esta ciudad. De eso, el lago y sus viejos capitanes, son testigos.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Escribir sobre el poeta Hesnor Rivera es hablar de Maracaibo

Por Edgar Medrano



Escribir sobre el poeta Hesnor Rivera es hablar de Maracaibo y su accidentado amorío con el “charco”, inmenso, “mollejúo” que lleva su nombre. Y sobre eso y sus versos, de ello estoy seguro, darán mejores cuentas críticos y habitantes cuasi-eternos del mundo cultural y académico… Y este día, como los que siguen, no estoy con ganas de agregar infelicidades a mi atareada cotidianidad…

Pero hablar de Hesnor, el poeta, es también hablar de Rivera, el docente, el profesor, el maestro… Y aquí sí me quiero explayar de la mejor manera que sé: escribiendo desde el recuerdo y las experiencias de un estudiante soñador y algo díscolo, recién llegado de la “rubia Albión” con el rabo entre las piernas, y una gran caja de madera llena de libros y poemas: Eliot, Pound, los metafísicos ingleses, Plath, Shakespeare, una biología de las estrellas de mar, y algo más…

¿Hesnor Rivera? Me decían, al entrar en los insolentes pasillos de la Escuela de Letras de Luz (Universidad del Zulia), en aquel entonces en el Bloque A de la Facultad de Humanidades y Educación, que era un poeta que había viajado mucho y que daba literatura medieval española. Y que se sabía de memoria (poética, supongo) el libro de Dayermond, de la editorial Ariel.

Supe, también que había personas, andantes sombras de Letras, que no lo querían, y supe entonces lo estúpido de las ideologías, de sus puños en alto, de sus rodillas en tierra…

¿Mi primera clase con Hesnor? En un primer momento, el miedo, la duda, la bendita timidez… Luego, luego el asombro, la sonrisa, la maravilla del verso español, de los juegos rítmicos y semánticos de esos señores del medioevo y del siglo de oro, tan inquietos, tan delatores de la realidad, tan encantados por la palabra, dormido carbón que golpe a golpe fueron convirtiendo en fabulosos diamantes, en inigualables joyas de la cultura universal…

Escuchábamos al poeta con su voz de locutor de radionovela enjaezar ideas y palabras en las crines indomables de nuestros sueños y precarios emborronamientos del amor en flor y canto…

En la voz penetrante de Rivera supe andar los plácidos y angustiosos caminos de Garcilaso; las palabras rudas y atrevidas del Arcipreste; los tímidos asomos a la luz española de las jarchas mozárabes; la ingenua piedad de Berceo; la despellejada ironía de Francisco, el de los Quevedos; el golpe seco e infinito sobre la palabra del huraño don Luis de Góngora.

Hesnor fue maestro, guía, luz (y no exagero) que nos condujo, a este grupo de imberbes y más que perdidos estudiantes que sospechábamos de lo que hacían y escribían los hispanohablantes de allá, allende el mar de los sargazos, por los senderos inagotables de la primera literatura española, la que inauguraba un idioma de manera tan magistral…

Claro que también nos reímos de sus gestos, de sus palabras, de sus acciones, como cuando intentaba vanamente introducir el cigarrillo en su boca, mientras nos recitaba un soneto de Garcilaso, recién salido de su vida de eterno huésped…

Y cómo sonaba el verso rústico de Dom Sem Tob, el de Carrión, en el aula, pequeña y cálida (es probable que no funcionara el aire acondicionado), y recorría impune y festivo nuestra piel y nuestra imaginación, en aquél año 1979, tan lleno de gracia.

Hasta que un día me decidí: tímido, receloso, dando tiempo al tiempo y a mi timidez, un día cualquiera de aquel año de gracia, como ya dije, al terminar la clase, me acerqué al poeta (ahora era el POETA) y le entregué, varias hojas de cuaderno que contenían mis primeros poemas “serios”... Hesnor, cigarro en mano, los tomó, se sonrió, y los guardó en su maletín. Me dijo que los leería, y luego daría su dictamen de experto… Casi no dormí por varios días. Recuerdo cómo comenzaba uno de ellos, y pensar que él, el poeta, Hesnor Rivera, leería ese primer verso, y el resto, me angustiaba sobremanera:

      “Menuda ave que taladras ámbitos…”

¿Se dan cuenta ahora el origen de esa resequedad en la garganta, de ese sentirme a la intemperie, desnudo, como el primero entre los torpes (“Poetillas”, les llamaba Federico, el de Granada)?

¿Su respuesta? Con una imborrable sonrisa, aún la guardo como secreto que no violaré. Sólo diré que aprobé, pero me guardo la calificación. Es mi manera de recordar a quien fue poeta, mi profesor, modelo para este camino duro y esperanzador de la docencia. Es mi forma de no traicionar su mirada y memoria de aquel día del año de gracia de 1979…

En 1979, Hesnor Rivera publicó su libro El Visitante Solo del cual publicaremos algunos de sus poemas.

El visitante solo
Atiendo de memoria al visitante
que me veo ser ciertas mañanas
del porvenir desde ahora perdido.
Del mismo modo atiendo a su probable
compañía –de seguro mujeres.
Algún sueño con forma de árbol náufrago.
Un antepasado que se rejuvenece
a medida que va retrocediendo
en su luminoso viaje de retorno.

En la puerta de la calle me hablo
no sin ceremonias del mal tiempo.
Los otros me oyen con sonrisas de cómplices
cuando les pregunto sobre el rumbo
por donde llegarán las lluvias. Las rutas
de los próximos viajes. Sobre el estado
de salud de los seres que amamos
y murieron en un tiempo todavía pendiente.

Una mujer siempre la misma y sin embargo
desconocida en la mitad cambiante
que le ilumina el cuerpo a la derecha
y le humedece el alma por la izquierda
me retiene las manos cuatro veces:
dos allá afuera desde donde vengo
dos aquí adentro donde yo me espero.

El visitante trae en sus vestidos flores
y cartas que jamás se enviaron.
Canta sin titubear las palabras
de una disculpa no ofrecida. De un deseo
no formulado a tiempo. De alguna
confesión ahora espantosa
sobre la soledad y sus miserias
pero que hubiera sido bella dicha a gritos
al amparo de su sitio y su instante.

El visitante pisa de repente
la línea intemporal de su sombra.
(Sus acompañantes pasan hasta el fondo
del patio –beben con deleite el brillo
de las piedras que sembró el sol en la arena).
Lo atiendo de memoria –olvidado
de su porte de animal rencoroso.
Cuando parte todo es afuera lejos
mientras escucho adentro los recuerdos.


La palabra y su sombra

I
Seguramente ya dejaste lejos
la encrucijada que te reclamaba
con sus cuatro brazos –con sus cuatro
estaciones por principio enemigas.

No más allí tenía que encontrarte
inmóvil como una llama a punto
de morir. Aterrada entre las fuerzas
de las diferencias y las semejanzas
pero siempre más extraña y más bella
que la contradicción de aquella zona
de azar en cruz en donde no supimos
quién estaba partiendo y quién volvía.

No más allí no obstante no era cosa
de saber. No se trataba de ponerse
frente al sol o frente al aire a oír
los llamados del mundo –las pisadas
con que el cielo marcaba sus caminos.
Poco antes del encuentro tu nombre
anduvo como una sed de alas pintadas
alrededor del agua de recuerdos
irreales –de imaginarias nostalgias
con que suena la memoria en mis labios.
Yo te había nombrado justo un día
antes de que te aparecieras apenas
menos alta y más frágil que tu nombre.

Un poco antes de que entraras a tientas
–desnudos como heridas de carne viva
los sentidos– en la arena del área
desconcertante de las negaciones
que se contradicen. En la hoguera
de tinieblas en donde las palabras
eran túneles de salir al vacío.
Puertas de entrar la soledad a un tiempo
que ha cautivado hasta sus propias trampas.

V
La palabra y su sombra se han comido
los recuerdos –la soledad copiosa
del visitante. La ciudad. Las bellas
mujeres que tejen no muy lejos
ahora –más bien dentro. Más bien pronto
con sus desapariciones los sueños.

La palabra y su sombra nos apagan
los sentidos hasta volvernos polvo
original de un tiempo cuyas formas
hablan como la boca de los muertos.


El olvido respira detrás de los ojos

Las casas se dan vuelta sobre el piso
de dedos del azar que eterniza
todo este juego de perdidos triunfos
de la supervivencia apenas íntima.

El olvido respira detrás de los ojos.

Gira uno mismo en vilo y sobrevive
para llorar la soledad colmada
por la memoria que hace estallar
con elegancia réplicas de flores
–de miradas que aún siguen por los cielos
nombrando en orden a los animales
de las constelaciones. De recuerdos
sobre el amor de nuestras apariencias
ya inoperantes pero siempre atroces.

El olvido respira detrás de los ojos.

La memoria se da vuelta ella misma
de improviso –se mira por el lado
donde es tela de espejo. Se recuerda
por el lado de confundir el bosque
con la ciudad –el viento con los sueños
que entran por la ventana abierta al caos.
El aroma tentacular del fuego
con el ruido del mar cuando da golpes
de serpiente para que nazcan pájaros
de una estación quemada inútilmente
por al agua de alguna gran nostalgia.

El olvido respira detrás de los ojos.

Mañana el tiempo comerá en las manos
de las sirenas cálidas la muertas
que requiere para volverse pasado.
Irá lejos sin atender horarios
de consultas sobre el frío escamoso
que nos devora –lejos y no obstante
lo suficientemente cerca como
para que el mundo gire nunca en contra
a una velocidad en contra siempre
del goce de vivir a medias triste.

El olvido respira detrás de los ojos.

Y en este instante un perro oscuro gime
en las entrañas de mi corazón.
Gime mi corazón ante las puertas
de la naturaleza más horrible
que el rapto de tumbar patas arriba
la casa –de quemar a los amigos
y a sus amantes en las plazas públicas.

De envenenarse endemoniadamente
para no ver el hueco en donde el tiempo
y la memoria propia tejen ecos
de uno mismo de dos modos distintos:
uno del lado de no estar en nada
y otro del lado de no ser en nadie.

El olvido respira detrás de los ojos.


Raíces del moribundo

El moribundo vuelve el rostro
hacia el pasado que no es suyo
pero al que pertenece como
pertenecen a las cosas los seres.
Vuelve el rostro hacia la sombra
doméstica del porvenir que termina
muy cerca –justo encima del día
en que las otras soledades
comienzan a construir su pasado.

El moribundo se pregunta: ¿dónde
–en qué sitio de vagas predicciones
reposan los huesos de los ojos.
Las cenizas son seguridad brillantes
de aquellos ojos que al abrirse podían
con la gracia del azar de estar vivos
ponerles nombres a las partes lúcidas
del caos siempre original del tiempo?

¿Para desencadenar qué tormentas
en el ámbito de la casa cautiva
bajo el cielo del barrio –para entornar
qué puertas adecuadas al uso
sombrío de perros y fantasmas.
Para hacer qué demonios vino
Ana Raquel a incorporar sus hábitos
de animalito en flor a la memoria
de mis antepasados en trance entonces
de apagar en sus corazones las islas?

¿Dónde estuviste –dónde andarás ahora
virgen de téticas pálidas. Dónde estás
ahora fiera por conveniencia breve.
Muchacha de pestañas y pezuñas
que nacieron por principio distintas.
Dónde habrás dejado de ponerte
la túnica de esconder los sueños.
Dónde habrás terminado por aparecer
desnuda a secas definitivamente?

El moribundo acecha por detrás
de sus preguntas el final y no obstante
cree todavía en la piedad del pálpito
–en el amor de la mujer que salga
de alguna soledad como la suya
para llamarlo a gritos y lo salve
diciéndole que nunca habrá de amarlo.
Que nunca pronunciará su nombre
para no permitirle que padezca
la doble soledad de estar juntos.

El moribundo sopla la humedad
de sus remembranzas últimas.
Y sin embargo siente que es posible
la ruptura del círculo –la huída
por entre las dos voces de la muerte.
La aparición a flote de una tabla
con costillas de pared de raíces.
La aparición de esa antigua ventana
donde apoyarse para ver de nuevo
tal como la primera vez el mundo.