sábado, 1 de febrero de 2014

En torno a la poesía de Apocalipsis

Por Ignacio de la Cruz




Dos argumentos se esgrimen principalmente contra Apocalipsis. Uno pudiera encerrarse en la pregunta siguiente: ¿Son versos éstos? Otro subraya lo absurdo: “¡Pero qué de disparates!” Aquel tiende a aplicar a la poesía del grupo las formaletas de la Preceptiva Literaria de hace un siglo; éste pide explicaciones, interpretaciones.

Para unos, para los “preceptistas” Apocalipsis no realiza poesía alguna. Tal vez, mala prosa. Para los últimos –para los que analizan por medio del diccionario, sin vuelo de la fantasía y la sensibilidad– el grupo produce una poesía tan enmarañada que resulta ininteligible “para las personas más o menos cultas”, y explicable sólo a su autor.

Uno y otro argumento, no obstante su reciente aparición en nuestro medio, son tan antiguos como la poesía misma. Cuando Boscán[i] introdujo el endecasílabo en el castellano, el público literario de entonces, el del siglo XVI, se desconcertó: “si era prosa o si era verso”. Y Boscán, en polémica y en alusión maliciosa al octosílabo, replicaba: “¿Quién ha de responder a hombres que no se mueven sino al son de los consonantes? ¿Y quién se ha de poner en pláticas con gente que no sabe qué cosa es verso, sino aquel que calzado y vestido con el consonante, os entra de golpe por un oído y os sale por el otro?”

Más tarde volverá a repetirse y otra vez tal argumento. Incluso contra Darío, según lo recordará Dámaso Alonso en discurso que pronunciase en la Real Academia Española, con motivo de la recepción de Vicente Aleixandre como académico de la lengua.

Por el siglo XVII, Faría de Sousa, con referencia a unos versos de Lope, pero en disparo contra Góngora, pregunta, casi con las mismas palabras que se dicen contra Apocalipsis, lo siguiente: “… a la sombra de juicios claros, libres de cataratas, ¿qué bueno, por vida mía, está el poeta de que se dice ha menester ser adivinado y no entendido?”.

Sin embargo, un académico como don José María del Cosío –en “Poesía Española– Notas de Asedio”–, llega, al comentar esa posición de Faría de Sousa, a una conclusión distinta: el poeta ha de ser más que entendido, adivinado. Es más, considera que su aseveración pudiera tenerse por aforisma.

Como se ve, los dos argumentos principales que se dan contra Apocalipsis se han venido produciendo en cada instante en que  ha surgido un movimiento de renovación en la literatura.

No existen, pues, argumentos nuevos, sino apego a las formas del modernismo, del parnaso, del romanticismo; corrientes literarias que, para darse y desarrollarse, debieron, a su vez, romper los moldes que las precedieron. Apego y regusto por el verso que, como decía Boscán, “os entra por un oído y os sale por el otro”; y un querer someter, por esa misma razón, la poesía de Apocalipsis a una lógica de la que se escapa. De allí el sobresalto, el desconcierto.

La poesía de apocalipsis se levanta, sin que se ubique en una y otra tendencia, en la experiencia poética del vanguardismo y del superrealismo, dos movimientos con ya más de treinta años de existencia. El primero se reflejó en Venezuela en el 28 –de ese año datan los “Poemas de la Musa Libre” de Ismael Urdaneta-, y el segundo, con el grupo “Viernes”, en el 36.

Treinta años, por lo menos, de estas innovaciones, de estas experiencias. Y sin embargo, no es sino ahora, hoy, hace un año –Apocalipsis comenzó a publicar en noviembre del año pasado– cuando las discute en Maracaibo.

EL MATIZ DE LA AURORA
            Nadie se escandaliza cuando una persona, al calificar las cualidades de otra, afirma que tiene “corazón de oro”, o el “corazón en la mano”, acepciones que, tomadas en su sentido directo, pudieran resultarnos disparatadas, absurdas. Sin embargo, un buen amigo se asustaba de un verso de César David Rincón:

…Desde tu corazón de líquenes descienden
las savias de las aguas que te pueblan…

Le molestaba el “corazón de líquenes” de la muchacha de Rincón. Pero ¿qué hay de extraño en esta imagen que no lo sea también en “corazón de oro”? Nada. Absolutamente nada. Desde el punto de vista de la Preceptiva ambas son idéntica cosa: en una y otra se compara directamente, sin nexo, alguno, por un proceso de identificación, y ofrecen, hasta una misma construcción gramatical. ¿Dónde entonces la objeción?. En un hecho simple, que arranca también del gusto deformado: en la necesidad de encontrar, en el lugar de los líquenes, un vocablo diferente y, por eso así decirlo, “preciosista”. El peso de semejante lastre no le permitió captar la asociación distinta, nueva y superior.

De la aurora se ha dicho que es rosa, violeta, malva: términos todos de uso común y corriente. Rincón, usando el mismo matiz, logra una imagen sorprendente, de una altura insospechada, con sólo introducir un agente activo:

…la huella de una malva incendia
las nieblas moribundas…

el color, como se ve, es el que comúnmente se acepta. Pero de lo puramente estático se salta a lo dinámico. El color se mueve, se desplaza, hasta dibujar la aurora. Hermosa y limpia y fresca imagen, trabajada con los mismos elementos de color que todos usan. Lo corriente, por este sólo cambio, adquiere así una alta categoría poética. En ese salto o traspaso de la realidad consiste precisamente la poesía.

LA SERPIENTE EMPLUMADA
            El mito de la serpiente es universal. Ha simbolizado el mal, como en la Biblia; o la salud, con Higia y Esculapio; o la sabiduría y el comercio caduceo de Mercurio; o la paz, o la fertilidad, o la castidad, o la omnipotencia, etc.  O la fuente de la vida, o la creación misma en el Popol Vuh:

– Y como dijeron los progenitores, los Creadores, los Formadores, que se llaman Tepeu y Gucumatz: “Ha llegado el tiempo del amanecer, de que termine la obra y que aparezcan los que nos han de sustentar y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados, que aparezca la humanidad, sobre la superficie de la tierra”. Así dijeron.

            Gucumatz es Quetzalcoalt, la serpiente emplumada. El mito donde se unen –según la frase de Picón Salas– lo más alado y lo más pedestre.

            De allí, de todos esos símbolos, sus cultos diferentes, que en el África, entre los bugandas, dispone de sacerdotes y de médiums para el pitón, al que se guarda en un templo y se le alimenta –hecho que subrayo– con leche de mujer; y donde el médium, poseído por el dios, emite oráculo que interpreta el sacerdote.

            El mito de la culebra. En la religión antigua, en el baile folklórico de Barlovento y en las consejas. En aquellas consejas de mi niñez campesina, que casi había olvidado y que volví a recoger en otros caminos y desde unos versos. Qué peligro el de las mujeres recién dadas a luz, durante el sueño. Porque hasta ellas podía llegarse una culebra venenosa o inofensiva, y beberles la leche de los senos; mientras –otra vez salta aquí uno de los atributos del mito– su cola entretenía, a su manera de biberón, al niño recién nacido para que no llorase, para que con su llanto no volviesen el hombre y la mujer a la vigilia, al vigilar… que del sueño se alimenta precisamente el mito.

            Qué cercana esa fábula al culto de los bugandas, donde a las serpientes se les alimenta con leche de mujer. Qué extraña, entre sus diferencias, esta semejanza.

            El mito de la culebra, la conseja que casi había olvidado, me salió al encuentro, de pronto, desde unos versos de Régulo Villegas, quien como yo también tuvo una niñez campesina. Yo, en Guanacaste, en Costa Rica; él, en Sucre, en Venezuela. Y sin embrago…

Yo nada invento.
Repito una lección aprendida
cuando las culebras amamantaban
a los hijos de las campesinas

            De pronto, y sin saber por qué, pienso también en Rómulo y en Remo y en la loba, en un como hacer de golpe en la primera luz. Y es que, como el sacerdote de los bugandas, Villegas, interpretó sin proponérselo –por esa tensión a que obliga el acto creador, en el que las palabras y las cosas de tan tensas estalla lo mágico– el oráculo que venía, con su clave indescifrable, a flor de piel en el subconsciente colectivo. No, nada inventa. Por eso puede amar a Enóe desde siempre. A Enóe, que comía hojas de cebolla y decapitó un gallo que erizaba. Puede amarla, buscarla, sentirla desde el Paraíso, desde la primera pareja humana… En un amarla, buscarla y sentirla de un modo alucinante en todo, hasta en los hornos crematorios y ¡la nada! Y preguntar aún, allí contra esos muros, por su voz perdida y ya distante:

…¿Adónde iría su lengua pecadora
en busca de los fragantes malabares?

LOS VITRALES DEL ALBA
            Clara, me imagino, es pues la posición de Apocalipsis en las letras zulianas. No nace –lo hemos visto– de un deseo pedante de exhibición, sino de un propósito sincero y cierto de renovación de la poesía regional, como un día la renovaron el romanticismo, Ariel y Seremos, grupo que se levantó para retorcerle el cuello al cisne, para dejar el primer jalón de un camino que no prosiguió.

            Surge para fijar su huella con signos nuevos, distintos de cuantos le han precedido en la literatura regional, y dueño –no sé si lo he probado– de una poesía, que bien pudiera definir Hesnor rivera con esa voz tan suya y mágica:

He aquí la historia de la zona que se desconoce.
La zona donde el agua es de fuego. Donde
el amor se bebe como un vaso de perdidos relámpagos.

Panorama, 29 de noviembre de 1956




[i] Juan Boscán Almogávar (o Joan Boscà i Almogàver) (Barcelona, 1492 - Perpiñán, 1542), poeta y traductor español del Siglo de Oro. Boscán, que había cultivado con anterioridad la conceptuosa y cortesana lírica cancioneril, introdujo el verso endecasílabo y las estrofas italianas (soneto, octava real, terceto encadenado, canción en estancias), así como el poema en endecasílabos blancos y los motivos y estructuras del Petrarquismo en la poesía castellana.


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