sábado, 18 de enero de 2014

La alucinada gramática del amor en Hesnor Rivera

Por Valmore Muñoz Arteaga

A ti, Mariela, donde todo comienza y termina alucinadamente


En el bello libro Diccionario de los Sentimientos, José Antonio Marina y María López Penas afirman que el ser humano es un escenario sentiente que no es impulsado por ningún aspecto químico o por conceptos. Las dimensiones básicas de su existir las conforman los infinitos despertares que suponen el contacto con el mundo y sus cosas. Despertar ardiente que hace del ser un destellante jeroglífico sensible. Para ese despertar ardiente y sensible termina siendo necesaria la construcción de una deontología, así lo asegura Michel Maffesoli, cuya base sea la definición del cuerpo desde un saber erótico que ayude a los sentidos a experimentarse y vivirse día a día. Una deontología fraguada a partir de una razón sensible que no le tema al caos, que arrope entre sus brazos intuitivos la posibilidad de un cuerpo, otro, esta vez polisémico, que brote de una racionalidad dionisíaca que ama al mundo que describe. Una gramática para contar las membranas transparentes del caos desde el cuerpo, eso ha intentado hacer el poeta Hesnor Rivera (1928-2000). En los poemas de Gramática del Alucinado, Hesnor intenta esa deontología cantándole al cuerpo desde un cuerpo tejido por la potencia dionisíaca cuyo norte es la anarquía gozosa abierta a la posibilidad de la embriaguez y del júbilo. Un cuerpo con los sentidos abiertos exprimiendo el jugo de la existencia, capaz de llevar lo real a su punto de incandescencia desde una mayéutica ansiosa por una epifanía de lo maravilloso. Esa epifanía no es otra cosa que el amor donde el futuro no existe porque en él siempre se vive un presente virgen, vivo y bello.

Hesnor Rivera murió -de vida- creyendo que el amor era una fuerza extraña, misteriosa, que transforma los besos en un largo hilo de aire que no concluye, que trastorna, que hace y deshace los cuerpos, los vuelve uno y mil al mismo tiempo. Una fuerza ciega que marca el tiempo interno de la piel perforada por palabras provenientes de una lengua que es, al mismo tiempo, conciencia. Una fuerza indómita que arranca brillos domésticos a la serenidad siempre persistente de la noche. Extraña locura que nos contagia sueños ardientes, reiteraciones de amadas que vuelven siempre. El amor en Hesnor es una fuerza que distancia las cosas que acaricia. El amor, así como la poesía, siempre es otra cosa que hace de las cosas otras distintas: estructuras simbólicas del mundo a través de las cuales se hace sentiente la realidad que hacemos mientras nos vamos transformando en algo muy parecido a las sombras.

El amor es otra cosa y para poder explicarlo, Hesnor Rivera ha construido otra gramática, por medio de la cual el ser humano se enfrenta al caos describiendo al mundo desde una racionalidad dionisíaca. Una gramática cuya regla fundamental es establecer un espacio amplio y claro donde la libertad no se pierda más nunca. Una gramática que permita explicar la terrible lucha amorosa desde su belleza brutal hasta su mundanidad morbosa. Hesnor Rivera se despoja de racionalidad asumiéndose como lunático que trastoca todo para encarnar un anhelo infinito dentro de lo finito, puesto que la infinitud no se encuentra fuera del ser humano, sino dentro de él. El ser humano está en algún lugar, pero dentro del lugar, dirá Adonis, y esta agonía incandescente de los límites que establece el tiempo de nuestra existencia. La gramática es sólo tiempo y ya el tiempo, lo había descubierto el poeta años atrás, no siempre suele empezar por unas hojas húmedas y unas palabras recogidas en la soledad de un río inconstante.
  
La gramática tradicional es producto de la racionalidad y, dirá el poeta, “la fría razón toma, entre sus férreas pinzas, a la mariposa de la palabra hablada o escrita, y la diseca hasta sus últimas consecuencias”. Por ello se atreve a proponer otra gramática producto de la endemoniada efervescencia del amor por la palabra, del amor ardiente por la vida, del amor como punto de encuentro entre todos los universos de la realidad, tanto material como espiritual, disolviendo en su fuego secreto todas las posible contradicciones. Una gramática que permita podernos diluir en lo oculto convocando al ser humano a liberarse a partir de la vida cotidiana, puesto que, es la imaginación la que conduce a la conciencia al centro de las vibraciones fundacionales. La Gramática del Alucinado es construida desde la experiencia vital, del amor y de la comunicación activa con las cosas y el universo. Gramática del alucinado o, si se quiere, del enamorado, del amante impenitente que comprendió aquella vieja idea del sufismo, no digo que Hesnor Rivera estuviera interesado en esta filosofía oriental, según la cual el amor es la base que lo sostiene todo en tanto posibilita que el hombre y la mujer superen su individualidad en una unidad en la que siente que ambos son más que ellos mismos, que ambos son la realidad y lo absoluto, la existencia y lo que hay más allá de la existencia. Hombre y mujer serán así la interpretación del otro, manifestado en él, desde él, sobre él, con él, como si fuera él.

En la Gramática del Alucinado el lenguaje está fundamentado en el amor y sólo en el amor. Poemas donde el lenguaje respira desde dentro como si se tratara de un cuerpo fragmentado luego de haber hecho el amor y que, casi como artilugio mágico, comenzara a unificarse. Poemas alucinantes a partir de los cuales el cuerpo, que es lenguaje, se dispersa. Lenguaje que es cuerpo que es amante en la misma medida en que es amante que es cuerpo que se reparte, se dispersa, se disipa dentro del otro cuerpo que también es amante y lenguaje. Amor que ama las cosas sin entenderlas, amor que ayuda a establecer con las cosas una relación de entendimiento, conocimiento y ordenación. Amor que no se dice, amor que se vive. Amor que bebe de la llama secreta oculta en el cuerpo para decirse a sí mismo, imposible de expresar desde la racionalidad de la gramática tradicional, puesto que se encuentra fuera de las fronteras de la razón, fuera del ámbito del lenguaje, allí donde la caricia quema e irrita. Amor loco surrealista que sólo ansía seguir ansiando lo desconocido en su brutal ambición de hacerse uno solo con el misterio y sentir que vive de esa forma en la infinitud de un universo distinto. Hesnor Rivera nos canta desde un amor absoluto el amor absoluto como posibilidad amante para que la unidad perfecta entre cuerpo y alma se realice. Como buen surrealista que no renunció ser, rechazó la dualidad que estableció el Cristianismo entre uno y otra, más todavía refutó el concepto de pecado vinculado con el deseo físico. El amor en Hesnor es placer, la verdad misma del asombro. Recitar los poemas de la Gramática del Alucinado es el pretexto de Hesnor para ayudarnos a acallar todas las voces y que sólo quede una, en este caso, la de la amada que conjuga con los giros gozosos de su cuerpo los nuevos tiempos por venir, en los cuales sólo quedará el ardor impronunciable de tanto comerse sus labios. Los mismos labios, los suyos, dóciles para la ternura del amor que lucen siempre nuevos tras la mezcla de los alientos. 

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