Por Valmore Muñoz Arteaga
A ti, Mariela, donde todo comienza y termina alucinadamente
En
el bello libro Diccionario de los
Sentimientos, José Antonio Marina y María López Penas afirman que el ser
humano es un escenario sentiente que no es impulsado por ningún aspecto químico
o por conceptos. Las dimensiones básicas de su existir las conforman los
infinitos despertares que suponen el contacto con el mundo y sus cosas.
Despertar ardiente que hace del ser un destellante jeroglífico sensible. Para ese despertar ardiente y sensible termina siendo necesaria la
construcción de una deontología, así lo asegura Michel Maffesoli, cuya base sea
la definición del cuerpo desde un saber erótico que ayude a los sentidos a
experimentarse y vivirse día a día. Una deontología fraguada a partir de una
razón sensible que no le tema al caos, que arrope entre sus brazos intuitivos
la posibilidad de un cuerpo, otro, esta vez polisémico, que brote de una
racionalidad dionisíaca que ama al mundo que describe. Una gramática para
contar las membranas transparentes del caos desde el cuerpo, eso ha intentado
hacer el poeta Hesnor Rivera (1928-2000). En los poemas de Gramática del Alucinado, Hesnor intenta esa deontología cantándole
al cuerpo desde un cuerpo tejido por la potencia dionisíaca cuyo norte es la
anarquía gozosa abierta a la posibilidad de la embriaguez y del júbilo. Un
cuerpo con los sentidos abiertos exprimiendo el jugo de la existencia, capaz de
llevar lo real a su punto de incandescencia desde una mayéutica ansiosa por una
epifanía de lo maravilloso. Esa epifanía no es otra cosa que el amor donde el
futuro no existe porque en él siempre se vive un presente virgen, vivo y bello.
Hesnor
Rivera murió -de vida- creyendo que el amor era una fuerza extraña, misteriosa,
que transforma los besos en un largo hilo de aire que no concluye, que
trastorna, que hace y deshace los cuerpos, los vuelve uno y mil al mismo
tiempo. Una fuerza ciega que marca el tiempo interno de la piel perforada por
palabras provenientes de una lengua que es, al mismo tiempo, conciencia. Una
fuerza indómita que arranca brillos domésticos a la serenidad siempre persistente
de la noche. Extraña locura que nos contagia sueños ardientes, reiteraciones de
amadas que vuelven siempre. El amor en Hesnor es una fuerza que distancia las
cosas que acaricia. El amor, así como la poesía, siempre es otra cosa que hace
de las cosas otras distintas: estructuras simbólicas del mundo a través de las
cuales se hace sentiente la realidad que hacemos mientras nos vamos
transformando en algo muy parecido a las sombras.
El
amor es otra cosa y para poder explicarlo, Hesnor Rivera ha construido otra
gramática, por medio de la cual el ser humano se enfrenta al caos describiendo
al mundo desde una racionalidad dionisíaca. Una gramática cuya regla
fundamental es establecer un espacio amplio y claro donde la libertad no se
pierda más nunca. Una gramática que permita explicar la terrible lucha amorosa
desde su belleza brutal hasta su mundanidad morbosa. Hesnor Rivera se despoja
de racionalidad asumiéndose como lunático que trastoca todo para encarnar un
anhelo infinito dentro de lo finito, puesto que la infinitud no se encuentra
fuera del ser humano, sino dentro de él. El ser humano está en algún lugar,
pero dentro del lugar, dirá Adonis, y esta agonía incandescente de los límites
que establece el tiempo de nuestra existencia. La gramática es sólo tiempo y ya
el tiempo, lo había descubierto el poeta años atrás, no siempre suele empezar
por unas hojas húmedas y unas palabras recogidas en la soledad de un río
inconstante.
La
gramática tradicional es producto de la racionalidad y, dirá el poeta, “la fría
razón toma, entre sus férreas pinzas, a la mariposa de la palabra hablada o
escrita, y la diseca hasta sus últimas consecuencias”. Por ello se atreve a
proponer otra gramática producto de la endemoniada efervescencia del amor por
la palabra, del amor ardiente por la vida, del amor como punto de encuentro
entre todos los universos de la realidad, tanto material como espiritual,
disolviendo en su fuego secreto todas las posible contradicciones. Una
gramática que permita podernos diluir en lo oculto convocando al ser humano a
liberarse a partir de la vida cotidiana, puesto que, es la imaginación la que
conduce a la conciencia al centro de las vibraciones
fundacionales. La Gramática del
Alucinado es construida desde la experiencia vital, del amor y de la comunicación
activa con las cosas y el universo. Gramática del alucinado o, si se quiere,
del enamorado, del amante impenitente que comprendió aquella vieja idea del
sufismo, no digo que Hesnor Rivera estuviera interesado en esta filosofía
oriental, según la cual el amor es la base que lo sostiene todo en tanto
posibilita que el hombre y la mujer superen su individualidad en una unidad en
la que siente que ambos son más que ellos mismos, que ambos son la realidad y
lo absoluto, la existencia y lo que hay más allá de la existencia. Hombre y
mujer serán así la interpretación del otro, manifestado en él, desde él, sobre
él, con él, como si fuera él.
En
la Gramática del Alucinado el
lenguaje está fundamentado en el amor y sólo en el amor. Poemas donde el
lenguaje respira desde dentro como si se tratara de un cuerpo fragmentado luego
de haber hecho el amor y que, casi como artilugio mágico, comenzara a
unificarse. Poemas alucinantes a partir de los cuales el cuerpo, que es
lenguaje, se dispersa. Lenguaje que es cuerpo que es amante en la misma medida
en que es amante que es cuerpo que se reparte, se dispersa, se disipa dentro
del otro cuerpo que también es amante y lenguaje. Amor que ama las cosas sin
entenderlas, amor que ayuda a establecer con las cosas una relación de
entendimiento, conocimiento y ordenación. Amor que no se dice, amor que se
vive. Amor que bebe de la llama secreta oculta en el cuerpo para decirse a sí
mismo, imposible de expresar desde la racionalidad de la gramática tradicional,
puesto que se encuentra fuera de las fronteras de la razón, fuera del ámbito
del lenguaje, allí donde la caricia quema e irrita. Amor loco surrealista que
sólo ansía seguir ansiando lo desconocido en su brutal ambición de hacerse uno
solo con el misterio y sentir que vive de esa forma en la infinitud de un
universo distinto. Hesnor Rivera nos canta desde un amor absoluto el amor
absoluto como posibilidad amante para que la unidad perfecta entre cuerpo y
alma se realice. Como buen surrealista que no renunció ser, rechazó la dualidad
que estableció el Cristianismo entre uno y otra, más todavía refutó el concepto
de pecado vinculado con el deseo físico. El amor en Hesnor es placer, la verdad
misma del asombro. Recitar los poemas de la Gramática
del Alucinado es el pretexto de Hesnor para ayudarnos a acallar todas las
voces y que sólo quede una, en este caso, la de la amada que conjuga con los
giros gozosos de su cuerpo los nuevos tiempos por venir, en los cuales sólo
quedará el ardor impronunciable de tanto comerse sus labios. Los mismos labios,
los suyos, dóciles para la ternura del amor que lucen siempre nuevos tras la
mezcla de los alientos.
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