Por Otto Rincón
Fotografía de Malena Low |
No está
objetivamente descrita la amada que aparece en muchos de los sonetos de La Muerte en Casa. Por ejemplo, en
ninguna parte se dice que tiene los ojos verdes o negros. Es más: en ninguna parte
se dice –siguiendo con el ejemplo– que los tiene “como” el mar o la noche. Es
decir, no está descrita objetivamente ni comparada con la realidad, no está
real ni metafóricamente.
¿Vio el
poeta a la amada? Dice una vez: “así te conocí”. Pero dice muchas veces: “amada
nunca vista”, “presencia nunca vista”. Sin duda, el poeta vio a la mujer, pero
fue desplazada por otra imaginada. Pudo más la imaginación que la realidad. Y
así, la presencia de la mujer concreta se transformó en la ausencia de la mujer
amada. Pudo más la ausencia que la presencia. La ausencia es una “fiel
presencia” que no puede ser descrita de ninguna manera.
Es muy
distinta la mujer idealizada, propia de los filósofos, de la mujer imaginada,
propia de los poetas. La primera no se busca en este mundo porque está en el
mundo platónico de las ideas eternas. Mas la segunda se busca porque, por lo
menos una vez, estuvo en este mundo. Hesnor Rivera la busca, no en el mundo
exterior ni en el tiempo futuro, sino en el mundo interior y en el tiempo
pasado.
La
posibilidad de reencontrarla afuera o en el futuro no es más que una tímida
esperanza. Dice: “se me llamaras”, “si regresaras”, “si quisieras volver”,
“cuando te vuelva a ver”. Tímidas esperanzas que hacen más desolada la
desesperanza. ¿Y qué pasaría si la reencontrara? “No te conoceré”, “si te
acercas, ya no podré reconocerte”, “no podré, en donde estés, reconocerte”,
“será muy tarde”. Y es que la imagen real de la amada se ha multiplicado en
infinitas imaginaciones. Y espejos ebrios han deformado aquella imagen inicial.
La proliferación imaginativa le ha hecho perder la huella de la amada. Le ha
hecho perder la realidad de la amada y, también, toda la realidad. El mundo
real existe, pero se ha vuelto tan caprichoso y anárquico como la imaginación
misma. Por eso: “el cielo hoy huele a brillo de naranjas”. “tus sueños rojos,
amarillos”, “sol negro”, “fuego verde”. ¿Cómo localizar y determinar,
aprehender y captar, dentro de tal contexto real, la imagen verdadera de la
amada? La separación entre lo real y lo imaginario, entre la verdad y la
mentira, desapareció. Todo es real. Todo es imaginario. Todo es verdad. Todo es
mentira.
En el
fondo de esta historia de amor, y seguramente de toda historia de amor, trabaja
y actúa un amor general más grande que cualquier amor particular. Un amor que
nos lleva a enriquecer lo real y verdadero con los imaginario y lo falso. Que
nos impulsa a crear y poblar al mundo con infinitas Dulcineas y que transforma
los molinos en gigantes, las acciones ridículas en gloriosas, las locuras en
heroicidades y los Sancho Panza en Quijotes. Y más allá, en el fondo de este
amor general, trabaja y actúa el eterno empeño del hombre por deshacer cuanto
lo limita y ser libre.
Lo
característico y original de este caso es que Hesnor Rivera no es el dueño y
señor de su imaginación. La imaginación es la dueña y señora de Hesnor Rivera.
El poeta no quiere ese laberíntico mundo irreal y falso, pero la imaginación,
pregunta tristemente por las cosas sencillas que acompañaron su vida: “Dónde está,
en realidad, aquella casa?, “¿Dónde aquel patio?” “¿Dónde la alcoba rota?”. No
encuentra alrededor nada “con que adentrarse al mundo de las cosas”. Continúa
preguntando: “¿en dónde están los otros?”, “¿dónde aquel perro?”. Y finalmente:
“¿dónde la muerte?”. La pobreza es extrema. “Nada quedó”, es decir, nada de lo
real quedó para el poeta y todo se lo tragó la imaginación, ese monstruo
insaciable.
Pero
además de la imaginación, hay algo fundamental que contribuyó a la pérdida del
mundo real. “Entre el tiempo de haberte conocido y el de hoy” transcurrió un
tiempo. ¿Qué sucedió durante ese tiempo? ¿Qué aconteció en el lapso situado
entre el ayer, en que la amada era presencia, y el hoy, en que es ausencia?
Sucedió que la presencia y la ausencia lucharon. Lucharon la memoria y el
olvido. En la lucha tejieron un “ebrio manto”. Aconteció durante ese tiempo que
se mezclaron “antiguos goces con recientes males” y esa mezcla produjo “una
cambiante red”. Los días que pasaron se fundieron con los días por comenzar y
se unieron alegrías y penas. Durante ese tiempo hubo muchos comienzos sin
finales y el poeta medio ama y medio muere. “Ya no sé si vengo o voy”. El
pasado se vuelve presente y el porvenir se llena de olvidos. En medio de ese
tiempo intermedio el poeta observa que el mundo se vuelve contrario a sí mismo.
“La noche tiene algo de aurora y la tristeza un poco de alegría”. De la sed
nace “agua encantada”. Hay un “pájaro que llora” y “un sol que se extravía”. En
fin, la realidad “anda sin tino”. ¿Cuál es la causa de este trastorno general?
Hela aquí: “mi ternura llovió el fuego que invierte la realidad y al sueño
realidad”. ¿Qué no decimos a la amada impulsados por la ternura? Tonterías,
caprichos, absurdos, desvaríos, juegos de palabras. En medio de ese tiempo
intermedio en que imperó la ausencia de la amada, el poeta dirigió al mundo su
“viva ternura”. Su imaginación y su ternura sin empleos. Pero el poeta tiene
unidos el dolor y la alegría, tejidos el amor y el odio, mezcladas la esperanza
y la desesperanza, fundidos el recuerdo y el olvido, y sus ternezas terribles
trastornan, dislocan y trastruecan al mundo.
La
amada no tiene “forma real” ni “consistencia”. Realmente, nada sabemos de ella
en absoluto: “sé de ti nada más que te he perdido”. Ella es, apenas, “una
ausencia vista en el pasado” y “el hallazgo de perderte”. Pero, aunque apenas
es, el poeta tiene entrañable necesidad de ella. Le dice: “el tiempo que sin ti
no tiene historia”, “sueño seré siempre si te olvido”. Mas la irrealidad de la
amada va penetrando poderosamente la realidad del poeta y lo va tornando
irreal. El amor real a la amada irreal lo va desrealizando. “Tu mundo que
invento y me destruye”, “mi desaparición de ti aprendida”. Lo que es la amada,
lo poco que es, se ha ido convirtiendo en “todo este tiempo en que sucumbo” y,
al final, el amor y la muerte se van identificando: “mientras te amo más, aún
más me muero”, “muerto de amor o amado por la muerte”. Esta historia de amor
concluye con “dos difuntos de un solo tiempo muerto”
Contrapunto de la duda
Si no llegaras, si te hubieras ido
mucho antes de que el tiempo transcurriera
para que tu presencia me tuviera
por siempre así, en la soledad, perdido.
Si regresaras sin haber venido,
antes quizás de que tu ausencia fuera
caos de soledad, enredadera
de la memoria que se vuelve olvido,
no sabré si alegrarme o estar triste,
si salir en tu busca o esperarte
por los lugares donde no estuviste.
No sabré si quedarme en el vacío
del tiempo a solas que, al traerte, parte
como un recuerdo que, por tuyo, es mío.
Nombres de la
nada
Tienes la oscura edad de los navíos
fantasmales que cruzan mi memoria.
Tienes nombre de antiguo mar, de historia
que se perdió entre porvenires míos.
Eres alma de océanos vacíos,
carne de una tormenta transitoria,
isla donde se echó a dormir la gloria
su ebriedad de caminos y desvíos.
Eres, en fin, imagen de esa nada
que se puebla de tantas soledades,
como es mi soledad por ti poblada.
Tienes todos los nombres conocidos
y en tu edad se entrecruzan las edades
de mis recuerdos y de mis olvidos.
Memoria del
solitario
Ya habrás muerto o habrás envejecido
aún más de los que yo envejezco a diario.
O es muy posible que, por el contrario,
sigas igual a como no te olvido.
Y es que, a pesar de haberte perseguido,
como en un viaje sin itinerario
por mi memoria atroz de solitario,
sé de ti nada más que te he perdido.
Por eso vuelvo a andar, sigo el pasaje
de un recuerdo que sale a otro recuerdo
en donde estás como al final de un viaje.
Inmóvil, retrocedo en mí. Te sigo
y eres más bella mientras más me pierdo
por donde muero y morirás conmigo.
Laberintos
Si es que te atreves a volver –perdida
Tal como estás en mi memoria rota–,
veré cómo el recuerdo se derrota
cuando de tanto recordar se olvida.
Y me resultará desconocida,
Mínima, extraña, frágil, simple gota
del eco enamorado en que se agota
mi desaparición de aprendida.
Cuando te atrevas a volver, no obstante,
sé que, aún sin querer, seré distinto,
sé que, aún cerca de ti, estaré distante.
No te conoceré a pesar del llanto
al verte dentro de ese laberinto
donde te pierdo por amarte tanto.
Cielo sin
cielo
Hoy que te vas recorre, estando inerte,
sin paraísos de olvidados dueños,
con el viento enlutado de los sueños,
mi corazón el cielo de la muerte.
Cielo sin cielo, hallazgo de perderte,
de encontrarte cuando los marfileños
dedos del tiempo vuelven ya pequeños
todos los grandes cielos de quererte.
Ya no he de verte. El corazón transita
de este cielo de muerte hacia otro cielo
desierto, triste, pero donde agita
la soledad sus penas duraderas;
las de quererte más allá del duelo
cuando me muera o cuando tú te mueras.
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