sábado, 9 de noviembre de 2013

La amada en los sonetos de La Muerte en Casa

Por Otto Rincón

Fotografía de Malena Low

No está objetivamente descrita la amada que aparece en muchos de los sonetos de La Muerte en Casa. Por ejemplo, en ninguna parte se dice que tiene los ojos verdes o negros. Es más: en ninguna parte se dice –siguiendo con el ejemplo– que los tiene “como” el mar o la noche. Es decir, no está descrita objetivamente ni comparada con la realidad, no está real ni metafóricamente.

¿Vio el poeta a la amada? Dice una vez: “así te conocí”. Pero dice muchas veces: “amada nunca vista”, “presencia nunca vista”. Sin duda, el poeta vio a la mujer, pero fue desplazada por otra imaginada. Pudo más la imaginación que la realidad. Y así, la presencia de la mujer concreta se transformó en la ausencia de la mujer amada. Pudo más la ausencia que la presencia. La ausencia es una “fiel presencia” que no puede ser descrita de ninguna manera.

Es muy distinta la mujer idealizada, propia de los filósofos, de la mujer imaginada, propia de los poetas. La primera no se busca en este mundo porque está en el mundo platónico de las ideas eternas. Mas la segunda se busca porque, por lo menos una vez, estuvo en este mundo. Hesnor Rivera la busca, no en el mundo exterior ni en el tiempo futuro, sino en el mundo interior y en el tiempo pasado.

La posibilidad de reencontrarla afuera o en el futuro no es más que una tímida esperanza. Dice: “se me llamaras”, “si regresaras”, “si quisieras volver”, “cuando te vuelva a ver”. Tímidas esperanzas que hacen más desolada la desesperanza. ¿Y qué pasaría si la reencontrara? “No te conoceré”, “si te acercas, ya no podré reconocerte”, “no podré, en donde estés, reconocerte”, “será muy tarde”. Y es que la imagen real de la amada se ha multiplicado en infinitas imaginaciones. Y espejos ebrios han deformado aquella imagen inicial. La proliferación imaginativa le ha hecho perder la huella de la amada. Le ha hecho perder la realidad de la amada y, también, toda la realidad. El mundo real existe, pero se ha vuelto tan caprichoso y anárquico como la imaginación misma. Por eso: “el cielo hoy huele a brillo de naranjas”. “tus sueños rojos, amarillos”, “sol negro”, “fuego verde”. ¿Cómo localizar y determinar, aprehender y captar, dentro de tal contexto real, la imagen verdadera de la amada? La separación entre lo real y lo imaginario, entre la verdad y la mentira, desapareció. Todo es real. Todo es imaginario. Todo es verdad. Todo es mentira.

En el fondo de esta historia de amor, y seguramente de toda historia de amor, trabaja y actúa un amor general más grande que cualquier amor particular. Un amor que nos lleva a enriquecer lo real y verdadero con los imaginario y lo falso. Que nos impulsa a crear y poblar al mundo con infinitas Dulcineas y que transforma los molinos en gigantes, las acciones ridículas en gloriosas, las locuras en heroicidades y los Sancho Panza en Quijotes. Y más allá, en el fondo de este amor general, trabaja y actúa el eterno empeño del hombre por deshacer cuanto lo limita y ser libre.

Lo característico y original de este caso es que Hesnor Rivera no es el dueño y señor de su imaginación. La imaginación es la dueña y señora de Hesnor Rivera. El poeta no quiere ese laberíntico mundo irreal y falso, pero la imaginación, pregunta tristemente por las cosas sencillas que acompañaron su vida: “Dónde está, en realidad, aquella casa?, “¿Dónde aquel patio?” “¿Dónde la alcoba rota?”. No encuentra alrededor nada “con que adentrarse al mundo de las cosas”. Continúa preguntando: “¿en dónde están los otros?”, “¿dónde aquel perro?”. Y finalmente: “¿dónde la muerte?”. La pobreza es extrema. “Nada quedó”, es decir, nada de lo real quedó para el poeta y todo se lo tragó la imaginación, ese monstruo insaciable.

Pero además de la imaginación, hay algo fundamental que contribuyó a la pérdida del mundo real. “Entre el tiempo de haberte conocido y el de hoy” transcurrió un tiempo. ¿Qué sucedió durante ese tiempo? ¿Qué aconteció en el lapso situado entre el ayer, en que la amada era presencia, y el hoy, en que es ausencia? Sucedió que la presencia y la ausencia lucharon. Lucharon la memoria y el olvido. En la lucha tejieron un “ebrio manto”. Aconteció durante ese tiempo que se mezclaron “antiguos goces con recientes males” y esa mezcla produjo “una cambiante red”. Los días que pasaron se fundieron con los días por comenzar y se unieron alegrías y penas. Durante ese tiempo hubo muchos comienzos sin finales y el poeta medio ama y medio muere. “Ya no sé si vengo o voy”. El pasado se vuelve presente y el porvenir se llena de olvidos. En medio de ese tiempo intermedio el poeta observa que el mundo se vuelve contrario a sí mismo. “La noche tiene algo de aurora y la tristeza un poco de alegría”. De la sed nace “agua encantada”. Hay un “pájaro que llora” y “un sol que se extravía”. En fin, la realidad “anda sin tino”. ¿Cuál es la causa de este trastorno general? Hela aquí: “mi ternura llovió el fuego que invierte la realidad y al sueño realidad”. ¿Qué no decimos a la amada impulsados por la ternura? Tonterías, caprichos, absurdos, desvaríos, juegos de palabras. En medio de ese tiempo intermedio en que imperó la ausencia de la amada, el poeta dirigió al mundo su “viva ternura”. Su imaginación y su ternura sin empleos. Pero el poeta tiene unidos el dolor y la alegría, tejidos el amor y el odio, mezcladas la esperanza y la desesperanza, fundidos el recuerdo y el olvido, y sus ternezas terribles trastornan, dislocan y trastruecan al mundo.

La amada no tiene “forma real” ni “consistencia”. Realmente, nada sabemos de ella en absoluto: “sé de ti nada más que te he perdido”. Ella es, apenas, “una ausencia vista en el pasado” y “el hallazgo de perderte”. Pero, aunque apenas es, el poeta tiene entrañable necesidad de ella. Le dice: “el tiempo que sin ti no tiene historia”, “sueño seré siempre si te olvido”. Mas la irrealidad de la amada va penetrando poderosamente la realidad del poeta y lo va tornando irreal. El amor real a la amada irreal lo va desrealizando. “Tu mundo que invento y me destruye”, “mi desaparición de ti aprendida”. Lo que es la amada, lo poco que es, se ha ido convirtiendo en “todo este tiempo en que sucumbo” y, al final, el amor y la muerte se van identificando: “mientras te amo más, aún más me muero”, “muerto de amor o amado por la muerte”. Esta historia de amor concluye con “dos difuntos de un solo tiempo muerto”


Contrapunto de la duda

Si no llegaras, si te hubieras ido
mucho antes de que el tiempo transcurriera
para que tu presencia me tuviera
por siempre así, en la soledad, perdido.

Si regresaras sin haber venido,
antes quizás de que tu ausencia fuera
caos de soledad, enredadera
de la memoria que se vuelve olvido,

no sabré si alegrarme o estar triste,
si salir en tu busca o esperarte
por los lugares donde no estuviste.

No sabré si quedarme en el vacío
del tiempo a solas que, al traerte, parte
como un recuerdo que, por tuyo, es mío.


Nombres de la nada

Tienes la oscura edad de los navíos
fantasmales que cruzan mi memoria.
Tienes nombre de antiguo mar, de historia
que se perdió entre porvenires míos.

Eres alma de océanos vacíos,
carne de una tormenta transitoria,
isla donde se echó a dormir la gloria
su ebriedad de caminos y desvíos.

Eres, en fin, imagen de esa nada
que se puebla de tantas soledades,
como es mi soledad por ti poblada.

Tienes todos los nombres conocidos
y en tu edad se entrecruzan las edades
de mis recuerdos y de mis olvidos.


Memoria del solitario

Ya habrás muerto o habrás envejecido
aún más de los que yo envejezco a diario.
O es muy posible que, por el contrario,
sigas igual a como no te olvido.

Y es que, a pesar de haberte perseguido,
como en un viaje sin itinerario
por mi memoria atroz de solitario,
sé de ti nada más que te he perdido.

Por eso vuelvo a andar, sigo el pasaje
de un recuerdo que sale a otro recuerdo
en donde estás como al final de un viaje.

Inmóvil, retrocedo en mí. Te sigo
y eres más bella mientras más me pierdo
por donde muero y morirás conmigo.


Laberintos

Si es que te atreves a volver –perdida
Tal como estás en mi memoria rota–,
veré cómo el recuerdo se derrota
cuando de tanto recordar se olvida.

Y me resultará desconocida,
Mínima, extraña, frágil, simple gota
del eco enamorado en que se agota
mi desaparición de aprendida.

Cuando te atrevas a volver, no obstante,
sé que, aún sin querer, seré distinto,
sé que, aún cerca de ti, estaré distante.

No te conoceré a pesar del llanto
al verte dentro de ese laberinto
donde te pierdo por amarte tanto.


Cielo sin cielo

Hoy que te vas recorre, estando inerte,
sin paraísos de olvidados dueños,
con el viento enlutado de los sueños,
mi corazón el cielo de la muerte.

Cielo sin cielo, hallazgo de perderte,
de encontrarte cuando los marfileños
dedos del tiempo vuelven ya pequeños
todos los grandes cielos de quererte.

Ya no he de verte. El corazón transita
de este cielo de muerte hacia otro cielo
desierto, triste, pero donde agita

la soledad sus penas duraderas;
las de quererte más allá del duelo
cuando me muera o cuando tú te mueras.

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