PERSISTENCIA
DEL DESVELO
Esto
es una esperanza. Un cielo
a
todas horas lleno de vaivenes.
¿Pero
lo sabe el mundo acaso?
¿Sabe
si miro ahora con malevolencia
nada
más que el centro equinoccial de una lámpara.
O si
desde las ciegas ventanas donde acecho
señalo
apenas con sigilo
y
nada más y por ejemplo el mar?
¿Y sé
yo por mi parte si esto
que
llega envuelto en estremecimientos
-si
esto que viene a estremecer la memoria
no es
un viejo fantasma
que
se olvidó de olvidar?
Hay
que buscar de pronto con la voz y los dedos
las
sombras que acumuló la sangre
detrás
de los ojos imaginando el sueño.
Porque
sólo es posible ver un poco
pasando
las miradas a través de la noche.
Ahora
bien. ¿Dónde
han
quedado entonces las colinas?
¿Dónde
el cielo que ayer estaba cerca?
¿Dónde
el fuego que ríe
pariendo
sus animales sobre la arena?
¿Dónde
ha quedado el mar y el mar
del
mar y sus demonios con ojos de esponja
que
sueltan burbujas de alucinado brillo
para
apagar el tiempo de todos los caminos.
Y
nuevamente el mar?
¿Dónde
la frente con sus alas de polvo
para
explorar el fondo del vacío
que
se tragó a los ángeles de tantas dimensiones?
Bastan
éstas y otras viejas preguntas
para
ponerse a recordar días próximos
echado
bajo las cosas que dan sombra.
Y los
recuerdos bastan
para
salir volando por las tardes
hacia
el lado contrario del cielo de la tierra
o
hacia la tierra antigua de otros cielos.
Para
alcanzar en fin el lento bosque
donde
sólo se escucha arder la arena
bajo
los ojos de pisadas largas
de
los monstruos de elegancia sonámbula.
RESPIRACIÓN
DE LA MEMORIA
No
siempre suele empezar el tiempo
por
unas hojas húmedas y unas palabras
recogidas
en la soledad de un río inconstante.
Y es
así como existen caminos
donde
no es posible recordar
hacia
dónde se quiso partir.
Y es
así cómo se anhela a veces
retener
un pedazo de mar
con
que orientarse en medio de la tierra.
Todo
podría entenderse alegremente.
Todo
podría estar frente a su justa sombra.
Pero
en las madrugadas donde hay estrellas todavía
y en
los inmensos parques donde se queda el viento
como
un hombre a quien sólo le resta esperar
no
cesan de existir naufragios
que
reparten espectros de ademanes turbios
en
torno del fuego y de la rosa más honda
por
donde ansía respirar la memoria.
Es
inevitable entonces estar solo.
Permitir
que los sueños remonten la sangre
y
hagan cantar o llorar continuamente
desde
una ventana abierta hacia los árboles
o en
una sombra.
Es
inevitable sentirse andando lejos.
Hasta
que en una tierra
a
donde siempre se está llegando tarde
se
abra y caiga el cansancio como una fruta ciega.
Siempre
el espacio empieza
por
una lluvia que lo apaga todo.
REALIDAD
DEL AMOR
¿Qué
podré decirte ahora
si no
me queda ni siquiera un ángel
con
que apagar la sed de tus labios en sombra?
¿Cómo
mirarte –cómo tocar tus hombros
si el
viento pasa
y se
lleva la noche y la memoria
por
donde mis sentidos iban seguros de tu cuerpo?
Ya no
me queda más que detenerme
y contemplar
mi sombra caída en la arena
de
donde el mar se empeña en desterrarla.
O tan
sólo partir zanjando
con
mi mudez la noche.
Andar
apenas con las manos
metidas
en el tibio olvido
mientras
silbo a la estrella más grande
como
a un perro.
RESIDENCIA
Yo no
sé. Siento y supongo
que
hasta esta casa donde me aprieto los ojos
con
los dedos que destilan veneno
no
debían enviar tantos mensajes
de
muchachos que envejecen sin asco
y de
niños que mueren sin haber sufrido un poco.
Creo
que aspiran convencerme.
Intentan
sustraerme de esta ausencia
donde
respiro con placer hace tiempo
la
luz llena de gases negros
que
exhala la cabeza de los duendes alegres
cuando
en ella las flores empiezan a estallar.
Pero
me molestan
-me
obligan a volverme de espaldas
y a
esconder la nostalgia en el humo
de
los viajes y las bellas catástrofes.
Ni
las fotografías de damas que se tocan
con
perfumes celestes detrás de las orejas.
Ni
los platos con hojas y manzanas
que
me anuncian la hora de los cumpleaños.
Ni
los vestidos que me toman del brazo
desfilando
como ángeles ebrios
para
llevarme a los rojos prostíbulos
donde
se tumban las copas que quedan bocabajo.
Nada!
como no sea una botella de alcohol
con
su cortaplumas dentro
y la
corbata cosida alrededor del cuello
podría
forzarme a levantar esta lápida
donde
el meado de las rosas más altas
grabó
con tanto amor enigmas.
insolentes
en distintos idiomas.
Me
mandarán sin duda por el alba
grupos
de madres y adolescentes
con
avemarías. Piquetes de soldados
que
danzan con un santo delante.
Pero
en la puerta tengo un árbol
a
cuyo alrededor zumban a prisa
los
astros con su aguijón de incendio.
Por
otra parte el mar está echado en mi calle
como
un perro con ojos de esmeralda
cuyo
color devora la trémula inocencia.
No
tengo que saber sin embargo.
Y
aquí estoy mezclando de una vez mis ojos
mis
dedos y mi lengua y mis orejas
-los
deshago en el fuego que me sirve de lámpara
cuando
quiero reconocer los fantasmas
que
esperan detrás de las cortinas.
Cuando
quiero andar un poco por debajo
de
los ríos y encima de las selvas.